Hasta
cuatro días antes del desembarco argentino en las islas, el Agregado Militar
británico en Buenos Aires estaba ofreciendo a la aeronáutica una flota de
bombarderos. Tanto los gobiernos laboristas como el de la conservadora
aprovisionaron a las fuerzas armadas que les declararían la guerra con sus
propios recursos
Por
Gabriela Esquivada
Antes
del 2 de abril de 1982, Gran Bretaña promovió el comercio y vendió a la
dictadura argentina armas que luego se utilizaron contra las fuerzas
británicas.
En
un club privado de Londres, tomando el té en una vajilla exquisita, la
historiadora Grace Livingstone se sorprendió cuando un ex ministro de Margaret
Thatcher le dijo:
—No
pensamos mucho en las violaciones a los derechos humanos.
Se
refería a lo que sucedía en la Argentina durante la dictadura, mientras la Primera
Ministra mantenía cordiales relaciones diplomáticas y hacía negocios con ella,
al punto que tres días antes de que comenzara la Guerra de Malvinas, un
funcionario intentó venderle armas a la aeronáutica.
—Era
la Guerra Fría —le recordó el hombre.
La
profesora del Centro de Estudios Latinoamericanos de la Universidad de
Cambridge quedó impresionada por la franqueza del ex funcionario. Pensó que
esas declaraciones serían fundamentales para su libro sobre las relaciones
estrechas de la entonces Primera Ministra británica con un gobierno militar que
sembró un país de centros clandestinos de detención y que luego, en un acto
cuya motivación política todavía se discute, usó las mismas armas que le había
comprado a los ingleses para combatirlos en el Atlántico Sur, ignorando sus
propuestas secretas de un acuerdo de entrega de la soberanía de las islas a
cambio de un arrendamiento posterior a largo plazo.
“Pero
cuando le escribí luego, para pedirle permiso para citar sus palabras exactas,
se negó”, siguió Livingston su relato sobre el ex funcionario conservador.
Dado
lo difícil que es obtener registros fieles de la memoria, sea por el paso del
tiempo como por la necesidad de los políticos de presentar su mejor perfil a la
historia, Livingstone recurrió a los registros contemporáneos: es decir, los
documentos que antes, durante y poco después de la guerra de 1982, el gobierno
conservador clasificó como secretos. Así, en los Archivos Nacionales, nació su
libro Gran Bretaña y las dictaduras de la Argentina y Chile, 1973-1982, que dos
años después de su salida se reeditará en marzo en el Reino Unido.
“No
sólo brindan la descripción más completa de la venta de armas británicas al
régimen, lo cual presenta pruebas de que los ministros violaron sus propios
criterios sobre derechos humanos, sino que también traza los lazos políticos y
militares entre Gran Bretaña y la Junta. Ni el gobierno laborista ni el
conservador impusieron sanciones al gobierno militar antes de la invasión de
las islas Malvinas en 1982. Ambos promovieron el comercio y vendieron armamento
que luego se utilizó contra las fuerzas británicas", sintetizó la autora.
Se
suponía que, luego de que en 1979, tardíamente si se piensa que la ola de
golpes militares en el Cono Sur comenzó en 1973, la corona impusiera normas que
restringían la venta de armas, se podían negar permisos de exportación cuando
se creyera que los productos británicos “se podían usar en la represión interna
o representaban una amenaza para las islas Malvinas”.
De
hecho, se negaron algunos. Pero no los más importantes: “Las órdenes
potencialmente más grandes se aprobaban porque el Ministerio de Asuntos
Exteriores quería promover las exportaciones británicas, del mismo modo que
quisieron los ministros laboristas y la conservadora”.
¿El
resultado? "Parte de este equipo militar se desplegó luego contra las
fuerzas británicas en la guerra de Malvinas, incluidos dos destructores Tipo 2,
helicópteros Lynx y misiles tierra-aire Sea Dart”.
Margaret
Thatcher tuvo buena relación con la dictadura, pero también los gobiernos laboristas
que la precedieron. (Ling/Evening News/Shutterstock)
Pinochet
es fascista, los argentinos son raros
El
peronismo es un factor clave en las diferentes perspectivas que los británicos
tuvieron ante el dictador Augusto Pinochet en Chile y ante los militares que
tomaron el gobierno en la Argentina, con una Junta inicial conformada por Jorge
Videla, Emilio Massera y Orlando Agosti. Mientras el arco del centro a la
izquierda criticaba el derrocamiento de Salvador Allende, “el Partido Laborista
consideraba que el peronismo era similar al fascismo y no lamentaba la
destitución del gobierno corrupto y represivo que encabezaba la viuda de Juan
Perón”, explicó Livingstone.
Es
cierto que los gobiernos laboristas que gobernaron el Gran Bretaña entre 1974 y
1979 fueron débiles y necesitaban de una delicada trama de alianzas, pero
también lo es que Chile “se percibía como un caso transparente de un gobierno
socialista elegido democráticamente expulsado por un dictador fascista”
mientras que “el movimiento laborista apenas advirtió el golpe en la Argentina
en 1976”.
Otra
diferencia clave, subrayó, fue que “el Partido Comunista Argentino no se opuso
al golpe; esto desorientó al Partido Comunista Británico, que había sido una
fuerza de importancia en la Campaña de Solidaridad con Chile”. Como la Unión
Soviética era “un importante socio comercial de la Junta Militar argentina”, la
confusión se extendió también a quienes no profesaban fe en Moscú. "Por
eso las actitudes ante el régimen no cabían claramente en las líneas de la
Guerra Fría”.
La
dictadura de las Juntas Militares argentinas no generó amplios movimientos de
solidaridad en Europa al comienzo, como Chile: “Del mismo modo que los
activistas británicos estaban confundidos por la compleja escena política
argentina, que no se podía explicar fácilmente dentro de las líneas de la
Guerra Fría, también en Europa había una falta de conciencia de los hechos en la
Argentina, al menos hasta finales de los setentas, cuando las Madres de Plaza
de Mayo comenzaron a llamar la atención del mundo sobre las desapariciones
masivas”, justificó la autora.
Chile
mereció sanciones; la Argentina, en cambio, recibió un rápido aval.
La
primera Junta Militar argentina: Emilio Massera, Jorge Videla y Orlando Agosti.
(Getty)
Londres
esperaba el golpe de estado de 1976, pero no podía saber la fecha exacta. Y el
23 de marzo envió un mensaje a la Cancillería argentina para ofrecer una
conversación secreta sobre Malvinas. “Por eso la prioridad del Ministerio de
Asuntos Exteriores, al conocer el derrocamiento de Isabel Perón, fue reconocer
al régimen “en cuanto fuera factible” para asegurar que los nuevos líderes
militares de la Argentina no hicieran pública la comunicación secreta
británica”.
El
ministro de Estado laborista, Ted Rowlands, firmó la aprobación sin mayor
demora. “Apenas dos días después de que asumieran los militares, el gobierno
británico dio reconocimiento formal al régimen e informó al ministro de
Relaciones Exteriores argentino que Gran Bretaña esperaba “mantener relaciones
cercanas y amistosas’”.
Una
cuestión de ideas y una cuestión de negocios
El
programa económico de José Martínez de Hoz fue del agrado de Thatcher, ya que
ambos profesaban el neoliberalismo, y el mismo funcionario de Videla describió
sus políticas como “muy similares a aquellas que procura la Primera Ministra”.
Menos obviamente, también gustó a los laboristas. Era bueno para los negocios:
“En total, Martínez de Hoz hizo cuatro visitas al Reino Unido durante los años
de la dictadura, tanto durante los gobiernos laboristas como durante el
conservador”, contabilizó la investigación. “Fue agasajado por ejecutivos de
empresas como British Aerospace (hoy BAE), GEC, Shell, Rolls-Royce y Plessey”.
Cayó
muy bien en el Foreign Office, algo que se sumó a la actitud positiva de los
diplomáticos británicos de carrera, que a diferencia de los funcionarios elegidos
le habían dado la bienvenida al golpe argentino como a todos los demás. “En
este periodo de la Guerra Fría, siguió Livingstone, tenían profundas sospechas
de la radicalización en el país y en el extranjero. Los principales empresarios
británicos compartían estas actitudes y criticaban cualquier política que
pudiera ‘arruinar la atmósfera’ a aquellos que querían invertir o comerciar con
estas dictaduras”.
Distintos
documentos muestran las conversaciones secretas entre los británicos y los
argentinos sobre Malvinas.
La
trama social en la que circulaban estos poderosos del establishment económico y
político era estrecha, incluso restringida a un puñado de barrios londinenses
como Belgravia y Mayfair. También en los destinos, señaló el libro, la fuerza
de la gravedad social tendía a unir a “embajadores y personal de la embajada”
con “un entorno aún más cerrado”, que comprendía la comunidad británica de
negocios y los argentinos y chilenos de la clase alta.
En
eso James Callaghan no fue diferente a Thatcher.
“En
el caso de la Argentina, el laborismo no intentó imponer sanciones duras contra
la Junta, así que una vez más hubo escaso conflicto en el proceso de
establecimiento de políticas; no obstante, cuando los políticos laboristas
consideraron medidas por la situación de derechos humanos, el Ministerio de
Asuntos Exteriores aconsejó moderación y advirtió sobre los peligros que
correrían las relaciones comerciales y políticas", siguió la autora. En
consecuencia “las políticas de los gobiernos laborista y conservador hacia la
junta argentina no fueron marcadamente diferentes”. Ninguno impuso un embargo
de armas o cualquier tipo de sanciones económicas hasta el 2 de abril de 1982,
cuando el dictador Leopoldo Galtieri ordenó el desembarco en Malvinas.
Armas
británicas para los argentinos
“El
gobierno de Thatcher promovió el comercio con la Argentina más vigorosamente
que lo que habían hecho los laboristas, y envió dos ministros en visitas al
régimen militar, lo cual condujo a un aumento en el comercio y las ventas de
armas a la Argentina durante los conservadores”, detalló la historiadora.
Thatcher también cerró el exilio político a todos los latinoamericanos y volvió
a designar un embajador británico a Buenos Aires en 1979, aunque en realidad el
retiro del anterior no había sido, como en Chile, por cuestiones vinculadas a
las violaciones a los derechos humanos, sino antes del golpe del 24 de marzo de
1976 y “a instancias del gobierno argentino durante un momento de tensión”
sobre Malvinas.
El
primer ministro laborista James Callaghan con el presidente estadounidense
Jimmy Carter. (US National Archives)
Aunque
Gran Bretaña había pasado de tener una suerte de “imperio informal”, como citó
la autora la denominación habitual a comienzos del siglo XX, en países como la Argentina,
hacia la década de 1980 la presencia británica en los mercados latinoamericanos
se contrajo hasta el 1,2 por ciento. Con una excepción: “La industria de las
armas”, escribió Livingstone. “Durante los setenta, Gran Bretaña fue el segundo
proveedor de armamento en América del Sur, con el 25% del total, detrás del 29%
de los Estados Unidos, el líder del mercado”.
Destacó:
“Era un mercado tan lucrativo que el Ministerio de Asuntos Exteriores recibió
gran presión del Departamento de Comercio e Industria, el área de ventas del
Departamento de Defensa y las empresas británicas para permitir el comercio de
armas con los regímenes militares del Cono Sur a pesar de las preocupaciones
por los derechos humanos y la amenaza potencial a las Malvinas”.
Los
Agregados Militares británicos en Buenos Aires eran impulsores denodados de los
productos, por sus “vínculos estrechos con los fabricantes de armas”: según la
investigadora, “constantemente hacían lobby para la venta de barcos de guerra,
vehículos blindados, aeronaves y municiones”.
Destacó:
“Apenas tres días antes de la invasión argentina, el Agregado Militar británico
en Buenos Aires hizo una cita para reunirse con el Secretario General de la Fuerza
Aérea argentina para tratar de venderle bombarderos”.
Cuatro
días antes del comienzo de la guerra
Thatcher
vendió helicópteros Lynx, un destructor Tipo 42 y misiles Sea Dart al gobierno
de Roberto Viola; sus antecesores Harold Wilson y Callaghan vendieron otro
destructor Tipo 42, más helicópteros Lynx y más misiles Sea Dart además de 100
misiles tierra-aire Seacat y Tigercat, un sistema de misiles antiaéreos
Blowpipe y 77 ametralladoras para el ejército, la armada y la policía, según
detallan los documentos.
Es
mayo de 1982, apenas unos días antes del desembarco inglés en el estrecho de San
Carlos. Una unidad de comandos de la Compañía 601, al mando del mayor Mario
Castagneto, aborda un helicóptero para controlar los alrededores del estrecho.
Uno de los comandos carga en su espalda un misil tierra-aire Blow Pipe con el
que fueron derribados varios aviones y helicópteros ingleses. Foto: Eduardo
Farré.
La
restricción de ventas de armas que se pudieran usar contra la ciudadanía
argentina o contra las islas Malvinas chocaba con una orden de Thatcher a sus
ministros: “Debemos hacer un esfuerzo más decidido para vender más equipamiento
de defensa en el exterior”. La contradicción se resolvía caso por caso.
Livingstone
halló un ejemplo en el material clasificado: en 1981 el titular del
Departamento para América Latina del Foreign Office, Robin Fearn, recomendó que
se permitiera la venta de kits para adaptar las armas Oerlikon dentro de
blindados argentinos: “Estos vehículos tienen claras implicaciones para los
derechos humanos y podríamos ser criticados si nos involucrásemos en cualquier
etapa de su construcción o montaje. Sin embargo, es improbable que nuestra
participación se conozca alguna vez”.
Con
la invasión argentina a las islas quedaron pendientes varios pedidos que
Thatcher había avalado: un bombardero RAF Vulcan, varios blindados Centaur, un
tanque de guerra Vickers, otros ocho helicópteros Lynx, un torpedo Stingray, un
equipo de vigilancia aérea Linescan y aviones Canberra, entre otros. En
realidad, el Agregado Militar británico había trabajado en ventas hasta el 29
de marzo de 1982.
Ese
día escribió a Londres que durante la primera semana de abril se iba a
encontrar con el Secretario General de la Fuerza Aérea Argentina para hablar
sobre un bombardero aéreo. Los aeronáuticos, dijo, estaban “interesados en
adquirir un escuadrón de bombarderos durante" la década de 1980. Se alegró
porque “la relación con BAE indudablemente ha mejorado”.
Soberanía
y política interna
La
continuidad entre laboristas y conservadores y laboristas también se verificó
en la discusión sobre la soberanía de las islas del Atlántico Sur. Los
laboristas no tenían una posición unívoca pro devolución ni pro independencia.
El
HMS Sheffield, impactado por las fuerzas argentinas en el Atlántico Sur el 6 de
mayo de 1982.
Aunque
el conflicto databa desde 1833, cuando Gran Bretaña desafió la posesión argentina
de las islas, desde 1965 se había convertido en un tema internacional porque la
Organización de las Naciones Unidas (ONU) había solicitado a las dos partes que
llegaran a un acuerdo. Ya en 1953 el entonces presidente Juan Perón había
propuesto que la Argentina le comprara las islas a la corona, sin suerte.
Laboristas
y conservadores llevaron una nueva propuesta a la dictadura: un acuerdo de
arrendamiento posterior (leaseback) por el cual Gran Bretaña le transferiría la
soberanía de las islas a la Argentina a cambio de una renta inmediata de largo
plazo. “Tanto James Callaghan como Margaret Thatcher eran escépticos ante la
posibilidad de llegar a un acuerdo con la Argentina, pero ambos acordaron, a
regañadientes, explorar la opción del leaseback. El gobierno de Thatcher llegó
tan lejos que sostuvo conversaciones secretas con los argentinos sobre el
arrendamiento posterior”.
¿Por
qué a regañadientes? Porque nadie estaba dispuesto a “gastar capital político
impulsando en el Parlamento un acuerdo con la Argentina”, explicó la
investigación. “A pesar de aprobar en principio la opción del leaseback, ambos
gobiernos dieron marcha atrás cuando enfrentaron oposición de los miembros del
parlamento (MP), los isleños y quienes los apoyaban”. Sobre este punto la
historiadora analizó “actas de reuniones de gabinete, correspondencia interna
de políticos y funcionarios y diarios de políticos” y halló que “la perspectiva
de una tormenta parlamentaria y la acusación de abandono de los isleños”
representaban un costo político demasiado alto por un asunto que podía seguir
los tiempos
Fuente:
https://www.infobae.com
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