Por Jorge Alejandro Suárez Saponaro
El 2 de abril de 1982, las Islas Malvinas, un
territorio insular disputado entre Argentina y el Reino Unido desde 1833, fue
tapa de todos los principales diarios del mundo. En el marco de una crisis
entre ambos gobiernos, el gobierno argentino de aquel entonces decidió terminar
con la presencia británica y restablecer la autoridad argentina después de más
de un siglo de presencia británica. El desembarco argentino en las Islas
Malvinas, fue consecuencia de una crisis que se venía gestando semanas antes,
el llamado Incidente Davidoff.
El reclamo de soberanía de la Argentina, no se
limita solo a las Islas Malvinas, sino también a las Georgias del Sur y
Sándwich del Sur. Las islas Georgias en su momento, a instancias autoridades
argentinas fueron una importante base ballenera y pesquera, los británicos que
la ocuparon por medio de “hechos consumados” continuaron apoyando esta
actividad. La industria finalmente cayó
en decadencia y la isla se transformó en un cementerio de instalaciones y
barcos abandonados. Esto atrajo la atención del empresario argentino
Constantino Davidoff, quien consideró un lucrativo negocio comprar chatarra y a
un costo muy competitivo. En 1978 Davidoff firmó un contrato con Christian
Salvensen Limited, con sede en Escocia, Reino Unido, para desarmar las factorías
abandonadas. El Reino Unido tuvo
conocimiento de este contrato y no emitió objeciones. El gobernador británico
de las islas, como la embajada británica en Buenos Aires, tenían conocimiento.
Davidoff buscó un buque de bandera inglesa para llevar a los obreros y retirar la chatarra. Todo ello sin éxito. En 1981, el empresario argentino fue citado en la cancillería argentina a fin de dar explicaciones sobre el alcance del contrato y fue ofrecido un buque del Servicio de Transportes navales de la Armada Argentina. Este componente cumplía funciones netamente civiles. Davidoff visitó las instalaciones a bordo del rompehielos argentino Almirante Irízar, lo que generó una recriminación de la autoridad británica, por no reportase en King Edward Point, sede de la autoridad británica en la isla. Davidoff solicitó instrucciones para evitar problemas y hacer su negocio sin obstáculos.
El gobernador de las islas Malvinas, Rex Hunt,
buscó generar una situación de conflicto, posiblemente a instancias del llamado
Lobby Falkland (las islas Malvinas, Falkland para los británicos, eran
propiedad en gran parte de una empresa, Falkland Island Company) con el
objetivo de impedir la presencia de Davidoff y los obreros de su empresa para
el desarme de las factorías. Sectores de la Armada Argentina como del gobierno
de ese entonces veían como oportunidad la posibilidad de efectuar algún acto de
presencia en la zona. En 1978, la Armada
había levantado una estación científica en las Islas Sándwich del Sur, en el
marco de una débil protesta británica.
El gobierno conservador de Margaret Thatcher,
buscaba recortar fondos en el marco de un duro ajuste fiscal. Entre sus planes
estaba la venta de los portaaviones ligeros de la Armada Real, el buque polar y
el cierre de la base de las islas Georgias. La idea de romper con el status quo
en relación a las islas disputadas, venía dando vueltas en la Junta Militar
(desde 1976, la Argentina estaba en manos de un régimen militar), bajo la
denominación Operación Azul.
Las negociaciones desde los 60, cuando las Naciones
Unidas reconoció la existencia de una disputa de soberanía, no había llegado a
buen puerto. Los británicos informalmente habían hablado de abandonar las
islas, sin plazo a determinar, hablando entre otras cosas de un régimen de
arriendo (como fue el régimen de Hong Kong) y condominio, esto durante la
tercera presidencia del General Perón, quién dio su visto bueno, pero que fue
abandonado tras su muerte. El llamado Lobby Falkland conspiraba contra
cualquier salida razonable al problema. El régimen militar, conocido como el “Proceso”
por la denominación que el mismo gobierno se daba a sí mismo: Proceso de
Reorganización Nacional tenía muchos frentes. El tema de derechos humanos era
un escándalo internacional, las divisiones internas entre los mismos miembros
de la Junta, la política económica que fue un verdadero fracaso e hipotecó al país
con una deuda externa exorbitante. No cabe duda que había que buscar una salida
a esta situación.
Los autores son coincidentes en afirmar que la
operación comercial de Davidoff no tenía nexo con la llamada Operación Alfa,
como pretendieron hacer creer determinados sectores británicos. Esta consistía
en instalar una base argentina permanente en Georgias, tras el repliegue
británico de la zona, previsto para 1982. La participación de un buque de
transporte de la Armada Argentina, sin ninguna duda contribuyó a alimentar la
citada teoría “conspirativa” británica.
En el Informe Franks, elaborado por los británicos tras la guerra,
señala que el gobernador de las islas consideró que la Armada Argentina
utilizaba a Davidoff como pantalla para ocupar las islas Georgias del Sur,
sugiriendo el envío del buque polar HMS Endurance con infantes de marina para
expulsar a los argentinos.
Este temperamento es contrario al tomado por el
entonces embajador británico Williams, mucho más prudente que el gobernador
Hunt. Este último pidió sanciones a Davidoff, actitud censurada por el
ministerio de exteriores británico, quien dejó en claro que la presencia del
empresario era netamente comercial. Finalmente,
el buque de la Armada, el Bahía Buen Suceso, zarpó rumbo a Georgias. Los
británicos sabían de la naturaleza de la operación. Hunt ordenó alertar a los
funcionarios del Servicio Británico Antártico, responsables de las
Georgias. Los obreros argentinos, iban
con la llamada “tarjeta blanca” un documento de viaje acordado por la Argentina
y el Reino Unido para los viajeros que fueran a Malvinas o de las islas al
continente. El acuerdo había dejado en la nebulosa para el caso de las Georgias
del Sur y Sándwich. El llamado grupo
Alfa, previsto para ocupar las islas, no iba con los obreros argentinos. Esta
versión es ratificada por un trabajo realizado por el Almirante de la US Navy,
Harry Train.
El 19 de marzo de 1982 los obreros desembarcaron en
Puerto Leite, no pasaron por Grytviken, donde estaba la estación británica del
servicio antártico. Una patrulla de este apareció de golpe e intimó a los
obreros a embarcar el material, algo complicado de realizar, arriar la bandera
argentina, uno de ellos la llevó a título personal, y presentarse a King Edward
Point. La crisis estaba desatada. El gobernador británico fue informado del
desembarco argentino de carácter ilegal. La llamada “tarjeta blanca” no tenía
validez para Hunt y ordenó desalojar a los obreros enviando al buque polar
Endurance con una sección de infantes de marina. La Cancillería argentina
respondió a la crisis señalando que el buque de transporte no era de carácter
militar, el personal argentino tenia tarjetas blancas y que la operación era en
el marco entre privados.
Hunt sabía de esto desde 1979. En aquellas horas,
las instalaciones argentinas en las islas Malvinas, que incluía las oficinas de
la línea aérea estatal LADE, fueron objeto de pintadas y la actitud de las
autoridades locales, fue de alguna manera hostil. Incluso un periódico local
habló de “invasión argentina” a las Georgias. El embajador británico en Buenos
Aires, Williams, a diferencia de Hunt, actuó con mucha mesura. Sugirió evacuar
los obreros hasta que la situación se aclarara. El Canciller Costa Méndez se
opuso, por razones de política interna. La Junta tomó cartas en el asunto y
decidió dar seguridad a los obreros despachando una fuerza militar. En Londres el gobierno apremiado por graves
problemas, adhirió a la postura de Hunt de mano dura. Desalojar por la fuerza a
personal civil argentino. La Junta no lo dudó, la opción militar era el camino
a seguir. Lamentablemente, la Junta
Militar no recurrió a las Naciones Unidas, como del ofrecimiento de mediación
de los Estados Unidos, a través del vicepresidente Sr. George Bush.
La Junta Militar consideró que la crisis podría ser una oportunidad de dar un golpe de mano, anular la respuesta británica ocupando las mismas Islas Malvinas. El 28 de marzo, el Reino Unido, alistó sus fuerzas navales para desplegarse en el Atlántico Sur. El 30 de marzo el gobierno argentino instruía a su embajador Dr. Eduardo Roca para que presentara una protesta en la ONU. Esto fracasó cuando el Reino Unido “le ganó de mano” cuando convocó al Consejo de Seguridad por la “invasión argentina” del 2 de abril. Aquellas islas pobladas por 2000 isleños y con cientos de miles de ovejas, llamadas Malvinas, se hicieron famosas.
Malvinas. Tres décadas después.
La guerra de 1982 ha sido objeto de ríos de tinta,
los errores del plan estratégico, significaron que en el plano táctico, las
opciones eran escasas. Las fuerzas desplegadas actuaron con valor y
determinación. El mundo observó con asombro la calidad del adiestramiento de
los pilotos de las tres armas. El personal a pesar de las limitaciones de
adiestramiento, por una movilización temprana de recursos, actuó con
determinación. Ironías del destino, una clase política que se negó durante
décadas de reconocer el valor de sus soldados y cuadros en el campo de batalla,
lo reconoció el propio enemigo.
El desembarco argentino del 2 de abril de 1982, una
magnífica operación conjunta, liderada por el Almirante Büsser, estuvo sujeta a
severas reglas de empeñamiento, al prohibir generar bajas fatales al enemigo. Estas
reglas han sido motivo de estudios en prestigiosas instituciones. El 14 de junio de 1982, aquella Plaza de
Mayo, que en su momento un pueblo gritaba de alegría por la recuperación de las
islas, clamaban en medio de incidentes que no las tropas no se rindieran. Luego
vino el fantasma de la desmalvinización. El derrotismo carcomió a la clase
política. Esto ha generado serios perjuicios a los intereses nacionales en los
mares australes. Miles de millones de dólares fueron sustraídos por la política
pesquera de las autoridades coloniales británicas. De diversas formas los
gobiernos argentinos facilitaron esta situación. Las Fuerzas Armadas enviadas a
desguace y hoy nadie se atreve de hablar de “conflicto” como si viviéramos en
un mundo idílico.
Malvinas fue un hito en la historia argentina, en
los días que duró el conflicto, el país vivió tal vez sus momentos más intensos
que no se habían vivido en décadas. La solidaridad de América Latina y fuera de
ella, fue una realidad manifiesta.
Guatemala ofreció soldados, Perú no solo buscó mediar, sino es famoso su
apoyo militar, Venezuela, Bolivia, Panamá, en el seno del Consejo de Seguridad
firme junto a la Argentina…incluso la Cuba de Castro, fue tan solidaria como el
resto de la región. Esto pone en evidencia que la existencia de una causa
justa, puede ser base para promover la unidad de los países de común origen.
Estamos plenamente conscientes que el derrotismo,
no nos ha conducido a ninguna parte, sino más bien el único beneficiario ha
sido el país que detenta ilegalmente las islas. La causa Malvinas, puede ser el
motor para terminar con las fracturas que afectan a la sociedad argentina y
extenderse fuera de las fronteras como el inolvidable 2 de abril de 1982.
Superar el derrotismo, es una obligación y una deuda con quienes cayeron en
defensa de la soberanía.
Es el clamor de nuestros marineros que descansan en
el mar junto al crucero General Belgrano, de los cientos de soldados que son
prueba de que la historia de Malvinas está estrechamente ligada a la Argentina.
Es el clamor del suboficial naval Félix Artuso, cuya tumba custodia las islas
Georgias del Sur, y ojalá haya justicia por su muerte, que el porvenir,
prosperidad y paz para la Argentina está estrechamente ligado con la
reincorporación al patrimonio nacional de las islas irredentas.
Fuente: https://elminuto.cl/
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