Por Mariano Sciaroni
A partir del bombardeo de Aviones Vulcan, seguido
por ataques de aviones Sea Harrier, del 1° de mayo de 1982, las fuerzas
argentinas en las Islas Malvinas tomaron conciencia que la cobertura antiaérea
debía, de alguna forma, mejorarse.
Es que, si bien zonas puntuales de las islas se
encontraban protegidas por un buen número de cañones y unos pocos lanzadores de
misiles, Roland y Tiger Cat, gran parte de las tropas desplegadas en el terreno
no contaban con medios para hacer frente a los aviones y helicópteros
británicos.
En el país solo existía un tipo de misil antiaéreo
portátil, el Blowpipe, del cual solo había pocos ejemplares y, para peor, su
uso requería un gran entrenamiento ya que el misil era guiado al objetivo por
un pequeño joystick.
La solución más accesible estaba dada por un arma
soviética: conocida en occidente como SA-7, Código OTAN "Grail", y
cuyo nombre original era 9K32 Strela, era un misil tierra – aire de muy corto
alcance y guiado calórico; en este caso, busca los gases de escape de los
motores de los medios aéreos, que era cargado en el hombro y disparado por un
único operador.
De primera generación, daba una probabilidad de
derribos modesta, agregándose que permitía atacar principalmente aviones en
alejamiento o helicópteros. Había sido utilizado por primera vez por fuerzas
egipcias, que el 19 de agosto de 1969 derribaron a un avión A-4 Skyhawk
israelí, 12 millas al Oeste del canal de Suez.
Sin embargo, se lo consideró útil para Malvinas, en
tanto daría finalmente aquella protección misilística a las tropas desplegadas
por las islas. En especial, a aquellas fuera del poderoso paraguas defensivo en
la zona de Puerto Argentino y el aeropuerto militar.
Un país amigo tenía este tipo de armas: Perú. Y,
contactos de las más altas esferas mediante, comenzaron las gestiones para que
un lote de estos misiles llegara a Malvinas.
Un militar peruano opera un misil SA-7 durante la
Guerra del Cénepa, en 1995
Poco después, a principios de mayo, el día 6, llegó
a la Base Aérea El Palomar, ubicada en territorio bonaerense, un cargamento de
120 de estos misiles con alrededor de 40 lanzadores, provenientes de stock
peruanos y en un avión carguero L-100 de la misma Fuerza Aérea Peruana (FAP).
En el mismo vuelo arribaron dos oficiales que
cruzarían a Malvinas, así como un tercero quedaría en Comodoro Rivadavia para
adiestrar a los argentinos en el uso de estos equipos.
El 7 y 8 de mayo, en dos vuelos de C-130 Hércules
de la Fuerza Aérea Argentina, fueron trasladadas a Malvinas una cantidad
limitada de lanzadores y misiles. Los oficiales peruanos cruzaron recién el 9 y
fueron llevados rápidamente a la zona de Darwin/Pradera del Ganso para dar un
curso acelerado de estos misiles a las tropas aeronáuticas allí desplegadas.
Cumplida la tarea, silenciosamente como habían llegado, los militares peruanos
volvieron a su patria.
También hubo otro proveedor de estas armas: un día
después de la recuperación de Malvinas, el 3 de abril, concurrió el encargado
de negocios de Libia en la Argentina, el Sr. Alsharushi Albarrani a la Casa
Rosada, a los fines de ofrecer armamento de todo tipo, así como dinero y
petróleo "sin condicionamientos de ningún tipo, comisiones ni intermediarios".
Agregó que la oferta "era de gobierno a gobierno".
Si bien la propuesta, basada en las convicciones
ideológicas del líder libio Muamar El Gaddafi, fue considerada, no fue
profundizada en el momento, cuando todavía se especulaba que Inglaterra no
combatiría por las islas.
Vale agregar que la inteligencia naval brasileña
consideraba, dando a esa información un elevado grado de certeza, que la Unión
Soviética le había pedido a Gaddafi este acercamiento con la Argentina, para
que el país "no fuera visto como responsable de esta entrega de
armas". Es más, indicaba que la visita del embajador cubano a Buenos Aires,
que había sucedido poco tiempo antes, había sido motivada para orquestar un
puente aéreo entre Libia y Buenos Aires que tuviera su escala en Angola, país
en el cual se encontraban luchando tropas cubanas.
La CIA también consideraba que la Unión Soviética
podría encontrarse detrás del ofrecimiento libio. Sin embargo, ninguna de estas
especulaciones constaba al gobierno argentino.
Recién el 15 de mayo de 1982 a las 20:00 horas arribó
a Trípoli, capital de Libia, una comitiva integrada por un miembro de cada
fuerza: el Brigadier Teodoro Waldner, el Coronel José Dante Caridi y el Capitán
de Navío Juan Carlos Marengo, a fines de requerir finalmente la ayuda militar
de aquel país africano.
Luego de una reunión formal apenas aterrizaron el
día 16 a las 10:00 horas, los representantes de las tres armas se reunieron con
quien se presentó como el vicepresidente libio, Abdul Salam Ahmed Jalub y tres
coroneles, de aviación, de defensa y de marina. Todos se encontraban bien
predispuestos para ayudar a la causa argentina.
Los militares argentinos se sorprendieron cuando,
sin demasiados preámbulos, sus anfitriones libios les solicitaron que hicieran
una lista de lo que necesitaban. Sin embargo, les advirtieron de entrada, entre
otras cosas, que no había problemas en entregar armamento portátil, pero que en
lo que hacía a armamento pesado occidental iba a resultar complicado. Y
respecto del soviético, necesitaban "conseguir autorización para entregar
armamentos significativos".
A todo evento, pidió tres días para contestar que
podía o no entregarles. En lo que hace a los misiles SA-7, puede leerse en el
requerimiento entregado a Libia, que el Ejército Argentino solicitó 50
lanzadores y 150 misiles. La Armada, por su parte, pidió 30 lanzadores y 100 de
los misiles. Hay que recordar que la Fuerza Aérea ya contaba con dichos
misiles, en tanto Perú se los había facilitado.
Con todo ello, con una respuesta casi totalmente
positiva de Libia, entre las negativas se encontraron aviones Mirage y misiles
antisuperficie AS-30, se firmó un convenio y, desde fines de mayo, en un número
de vuelos de aviones Boeing 707 de Aerolíneas Argentinas y de la Fuerza Aérea
Argentina, fue llegando a Buenos Aires un cargamento que totalizó la cantidad
de 50 misiles y 10 lanzadores. No obstante, otras versiones hablan de 60
misiles con 20 lanzadores.
Obviamente, la Unión Soviética no había vetado la
entrega de aquellos misiles a la Argentina. Hay que agregar que desde 1973 a
1986 Libia había recibido unos 20000 misiles Strela-2, por lo que tenía una
gran cantidad de estas armas. Muchos de estos misiles se tornaron luego en un
dolor de cabeza para las agencias de inteligencia occidentales al caer el
gobierno de Gaddafi en 2011 y quedar accesibles los depósitos militares de
Libia para grupos terroristas de Medio Oriente.
Como nota, desde Puerto Argentino no estaban tan
interesados en los misiles de corto alcance, sino que, cansados de los ataques
fuera del alcance de las armas antiaéreas desplegadas consideraron como
"único medio posible de atenuar continuación hostigamiento" el
conseguir misiles soviéticos "mediano alcance tipo SA-6 o SA-2".
Soldados de Vietnam del Norte posan frente a un
misil SA-2. Una batería de estos misiles requería de decenas de operadores
entrenados y muchos equipos asociados. Hubiera sido imposible operar estos
misiles en Malvinas
Claro que hubiera sido casi imposible transportar
dichos sistemas a las islas, siendo el SA-2 especialmente voluminoso para ser
transportado: se hubiera necesitado a un buque entero para mover una batería,
que hubieran requerido una gran cantidad de operadores, no solo para los
misiles, sino también para los sensores asociados.
Más allá del pedido de Puerto Argentino, efectuado
el 18 de mayo, no hay constancias concretas que siquiera se intentaran
conseguir este tipo de lanzadores de misiles durante el conflicto, aun cuando
si existieron gestiones en la inmediata postguerra con la Unión Soviética, que
terminaron en nada.
Mensaje de Puerto Argentino hacia el continente:
manden misiles “mediano alcance” soviéticos
El 28 de mayo, en otro C-130 de la Fuerza Aérea
Argentina, se cruzaron otros 60 misiles SA-7 a las islas, los cuales habían
arribado a Comodoro Rivadavia el día anterior. Los mismos fueron repartidos
entre los Regimientos de Infantería del Ejército Argentino, el Batallón de
Infantería de Marina (BIM) 5 de la Armada Argentina y otras unidades militares.
La inteligencia británica había, para entonces,
escuchado rumores acerca que Libia podía estar entregando armas a la Argentina.
Un diplomático británico que operaba desde Libia, sin embargo, había recibido
el 30 de mayo de "una fuente confiable" la afirmación que "Libia
no estaba entregando armas a la Argentina".
La fuente seguía diciendo que "una delegación
argentina de tres hombres había llegado a Trípoli diez 10 atrás, pero que solo
los habían recibido porque los acompañaba alguien de la Cruz Roja. Los
argentinos habían pedido ayuda financiera y militar, pero los libios les
dijeron que tenían problemas financieros y, en lo que hace a las armas, las
necesitaban" y no las podían entregar. La "fuente confiable", claramente,
muy poco confiable, siguió diciendo que Gaddafi estaba especialmente molesto
con los argentinos.
En una foto de reconocimiento británica, se puede
ver un soldado argentino apuntando un misil SA-7 y, detrás y en una zona de
carpas, otro con un misil Blowpipe
Más allá de las presunciones del mundo de los
espías, el 31 de mayo un piloto civil británico había observado un Boeing 707
con colores de Aerolíneas Argentinas en el aeropuerto de Trípoli, detenido en
la zona militar. El civil británico, quizá con intenciones de emular a James
Bond, había contactado entonces a un ciudadano sueco que se encontraba en el
lugar, quien le dijo que trabajaba asesorando militarmente al gobierno libio y
que en el avión argentino se habían cargado 400 misiles "ERM",
equivalentes a un "mini Exocet". Obviamente, dicha información era,
nuevamente, enteramente falsa.
Pero ya había sido suficiente de rumores y luego de
informar al Foreign Office, el embajador en Libia se puso directamente en
contacto personal con Gaddafi, quien "negó categóricamente", en
concordancia con la "fuente confiable", que estuviera entregando
material a nuestro país.
Sin embargo, los británicos no le creyeron. Un par
de días más tarde, un espía en Brasil les revelaría la existencia del puente
aéreo que unía Trípoli con Buenos Aires, vía Recife. Pero ya era tarde, la
ayuda de Libia seguiría llegando.
Para el 1° de junio, el alto mando militar señalaba
que no se podían enviar más misiles portátiles antiaéreos a Malvinas y, con
ello, cumplir un pedido desde las islas, ya que "no hay más en existencia
en el país".
Sin embargo, al muy poco tiempo llegó otra parte
del cargamento de misiles desde Libia, cruzando el 12 de junio, en otro vuelo de
Hércules, los últimos 6 lanzadores y 24 misiles. La guerra terminaría dos días
después.
Misiles SA-7 capturados por los británicos luego de
la rendición argentina
Si bien fueron lanzados una cantidad apreciable de
misiles, que, vale la pena aclarar, pareciera fueron todos de la versión
ligeramente mejorada "Strela-2M" o SA-7b para la OTAN, no hay
derribos confirmados atribuibles a este sistema de armas.
Más allá que el misil tenía una efectividad
limitada, el conocimiento del arma que recibieron las fuerzas de Ejercito y de
la Armada, en algunos casos, fue un panfleto con las instrucciones más básicas
de cómo mantenerlo y dispararlo. Y, hasta parte de esos panfletos ¡estaban en ruso!
Aún sin conseguir derribos, su mera presencia
limitó el accionar de los aviadores británicos sobre nuestras tropas. Una
cuestión no menor que ayudó a que no se perdieran vidas argentinas.
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