En mayo de 1982, el entonces Subalférez Oscar
Rodolfo Aranda viajó a las islas junto con el escuadrón de la Gendarmería, que
sería bautizado como “Alacrán”, y fue parte del heroico combate desigual contra
las fuerzas británicas. De regreso al continente en el buque Canberra, trajo
oculta en su chaleco la bandera argentina que hoy se conserva en el museo de
esa fuerza de seguridad.
Por Mariano Roca
"Nunca pensé en ser parte de la
historia". Con humildad, pero con un inocultable orgullo por lo vivido
cuando tenía apenas 23 años, Oscar Rodolfo Aranda conserva en su memoria cada
detalle de aquellos veinte días que cambiaron su vida por completo. En mayo de
1982, se encontraba cumpliendo funciones como gendarme en la localidad
santacruceña de El Calafate, cuando junto con una treintena de compañeros fue
convocado para prestar servicio en las islas Malvinas, tras el estallido del
conflicto bélico con el Reino Unido. Fueron trasladados en un vehículo Unimog
hasta Comodoro Rivadavia y, desde allí, en un avión Hércules, que tocó suelo
malvinense la noche del 28 de mayo. "El nuestro fue el último vuelo que
pudo ingresar al territorio de Malvinas", puntualiza Aranda, quien era en
ese momento Subalférez de la Gendarmería Nacional, Fuerza de la que llegó a ser
Comandante General, máximo grado, y a ocupar la Dirección General de
Operaciones, antes de pasar a retiro en 2013.
Oscar Aranda era Subalférez de la Gendarmería
Nacional cuando partió rumbo a Malvinas a defender las islas, en el conflicto
bélico de 1982. Foto: Fernando Calzada.
Estando aún en Comodoro Rivadavia, los miembros de
las tropas especiales de la Gendarmería, comandados por José Ricardo Spadaro, que
serían incorporadas a la Compañía de Comandos 601 del Ejército, se reunieron y
tomaron una decisión. "A nosotros nos representaba nuestro
escuadrón", recordó Oscar Aranda. En diálogo con DEF, explicó cómo fue la
decisión de bautizar al grupo como "Alacrán", un nombre que quedaría
indisolublemente ligado a la historia de esa fuerza de seguridad: "El
alacrán es un bicho que pica y se va, ataca y se retira; ese era y sigue siendo
el precepto de las tropas especiales de la Gendarmería". Decidieron
plasmarlo en una bandera argentina de plástico, a la que adosaron con cinta de
electricista negra la leyenda "Gendarmería Nacional. Esc. Alacrán".
“El alacrán es un bicho que ataca y se retira. Ese
es el mismo precepto que tienen las fuerzas especiales de la Gendarmería
Nacional. De ahí, el nombre con que se denominó escuadrón que tuvo su bautismo
de fuego en Malvinas”.
La guerra no fue, para ellos, una sorpresa. El
mismo día del desembarco de nuestro país en las islas, el 2 de abril de 1982,
Aranda se encontraba junto al Escuadrón 42 "Calafate" en el nunatak
del lago Viedma. El "nunatak", nos explicó, es una palabra de origen
nórdico que define a "una lengua glaciaria formada sobre la corteza
terrestre". Hicieron cumbre allí, sin saber cuál era el verdadero motivo.
Con el tiempo, se enterarían de que la hipótesis que manejaba la Cancillería
era que tropas británicas ingresaran a pie a nuestro país desde el territorio
chileno. "Ahí fuimos los gendarmes a probar que se podía caminar por el
nunatac y llegar a la frontera con Chile", recordó. Todo eso ocurría,
mientras la noticia de la recuperación de las islas se hacía pública. Con el
paso de los días, la algarabía en las plazas daba paso al inicio de las
operaciones bélicas.
El Escuadrón Alacrán de la Gendarmería posa junto a
la bandera argentina que llevaron a las islas, en el primer desfile oficial al
regreso de Malvinas. Foto: Gentileza Gendarmería.
El bautismo de fuego del Escuadrón Alacrán llegaría
el 30 de mayo de 1982, apenas dos días después de haber aterrizado en Malvinas.
La difícil misión que les tocó fue en el Monte Kent, en la isla Soledad, y el
movimiento consistía, tal como recordó Aranda, en "el traslado de la
sección de tiradores para prestar seguridad a una zona peninsular en la que
podía haber un ingreso de tropas inglesas". "Había que llegar,
permitir que nos sobrepasaran los ingleses, abrir fuego y volver combatiendo
hasta la zona de ingreso a Puerto Argentino, con el objetivo de ocasionar la
mayor cantidad de bajas posible", detalló. Sin embargo, el helicóptero en
el que se desplazaban fue alcanzado por un misil, que rozó el rotor de la cola
y provocó el desequilibrio del aparto. La pericia del piloto evitó que se
estrellara y logró que el helicóptero cayera de nariz y se recostara sobre su
puerta derecha.
Los gendarmes, en formación, antes de partir a las
islas desde Comodoro Rivadavia. Foto: Gentileza Gendarmería.
Aranda relata: "A mí me salvó un pedido del Subalférez
Guillermo Nasif, quien me sugirió que, al ser zurdo, era mejor que yo me
colocara junto a la puerta izquierda para facilitarme así las maniobras de
disparo. El helicóptero cayó sobre su parte derecha, se prendió fuego y
Guillermo murió. Yo veía todo negro y tenía la mochila trabada, con todas las
municiones dentro. Pude ver, en un determinado momento, una especie de mosaico
de cielo y empecé a trepar. Logré sacar un brazo y una parte del cuerpo, y el Sargento
Ayudante Ramón Acosta me ayudó a salir del helicóptero". Desde allí
volvieron, caminando a Puerto Argentino. A Aranda se le prendió fuego el
uniforme, pero no tuvo heridas en la piel. Solo sufrió el desgarro de los músculos
del estómago, ya que un compañero suyo se había abrazado a sus piernas al
momento de salir del helicóptero. El escuadrón sufrió, en esa primera operación
bélica, seis bajas: las del Primer Alférez Ricardo Julio Sánchez, el ya
mencionado Subalférez Guillermo Nasif, los Cabos Primeros Marciano Verón y
Víctor Samuel Guerrero, el Cabo Carlos Misael Pereyra y el Gendarme Juan Carlos
Treppo.
"Aranda
cumplió exitosamente con la última misión que le había encomendado su jefe
cuando aún estaban en las islas Malvinas: traer de regreso al continente la
bandera argentina del Escuadrón Alacrán".
Las misiones siguieron siendo muy arriesgadas y la
desigualdad de los bandos era evidente. Tal como se encargó de destacar Aranda,
"podía faltarnos cierto tecnicismo o hasta alguna capacidad profesional,
pero la convicción estaba intacta y lo está hasta el día de hoy". Su
última gran responsabilidad, que le encomendó su jefe Spadaro cuando ya habían
caído prisioneros de los británicos, era que la bandera que habían traído del
continente regresara al territorio argentino. Así lo hizo, sorteando no menos
de seis controles en las islas y en el buque Canberra, que los trajo de
regreso: "El chaleco del uniforme tenía, en la espalda, una abertura con
seis botones, a la que se adosaba una especie de morral donde iba el poncho
impermeable. Yo descosí la tela y ahí metí la bandera. Al pasar por los
controles, donde me palpaban, solo veían el chaleco impermeable. Mi mayor temor
era que la bandera, que era de plástico, hiciera ruido, pero por suerte logré
sortear los controles tanto en Puerto Argentino como a bordo del
Canberra".
Aranda, junto a su escuadrón de la Gendarmería en
Malvinas en mayo de 1982. Foto: Gentileza Gendarmería.
El 19 de junio de 1982, tres días después del fin
de las hostilidades, los miembros del Escuadrón Alacrán estaban de regreso en
Puerto Madryn y traían consigo la bandera argentina, que hoy ocupa un lugar de privilegio
en el Museo de la Gendarmería Nacional. "Yo sigo siendo el abanderado del
Escuadrón y el Subalférez de esa época", dice con orgullo Oscar Aranda,
quien también conserva en su actual despacho de la Policía de Seguridad
Aeroportuaria (PSA), en Ezeiza, el casco que utilizó en Malvinas.
"Nosotros teníamos la convicción a muerte de que esa era nuestra
misión", insiste, al tiempo que reclama que ese mismo espíritu de unidad
debería guiarnos a todos los argentinos en los momentos más difíciles.
"Sin esa convicción, no vamos a crecer; si seguimos dividiéndonos, nos
estamos equivocando", concluye.
Fuente: https://www.infobae.com
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