Cargado de helicópteros para el desembarco y todo
tipo de pertrechos, el hundimiento del mercante modificó el plan de batalla
británico en el avance final hacia Puerto Argentino
Por Loreley Gaffoglio
"¡Están todos locos!", pensó el
comandante de la 3° Brigada de los Royal Marines y comandante de las fuerzas
terrestres, Julian Thompson, al observar con asombro en la Isla Ascensión que
el grueso de la carga logística para el conflicto en el Atlántico Sur se
concentraba en un único buque: el mercante Atlantic Conveyor, requisado junto a
otras 40 naves civiles como apoyo de transporte a la flota británica, había
sido designado con apremio por el Ministerio de Defensa inglés para que fuera
reacondicionarlo en tiempo récord.
Thompson no estaba solo en esa apreciación
premonitoria: el comandante del Regimiento Logístico de Infantería de Marina, Coronel
Ivar Helberg, le dio la razón.
El mercante Atlantic Conveyor de la compañia Cunard
fue requisado los primeros días de abril de 1982 como buque de apoyo y
modificado para que pudiera operar como plataforma de Sea Harrier y
helicópteros durante la Guerra de Malvinas.
Los aviones Harrier y Sea Harrier embarcados en la
Isla Ascensión y que operaron en mayo desde el mercante.
Diez días después de la recuperación de las islas
Malvinas por parte de la Argentina, el carguero de 202 metros de eslora y 15000
toneladas ostentaba una plataforma de despegue vertical en popa, se habían
reforzado sus bodegas y dotado con un nuevo sistema de comunicación.
Contrarreloj, la conversión naval se ejecutó en el puerto de Plymouth,
Devonport, desde donde zarpó el 25 de abril con gran parte de sus pertrechos.
Debía repostar en Sierra Leona y atracar en Isla
Ascensión para completar su carga estratégica: 8 aviones de combate Sea Harrier
y 6 Harrier que debían ser trasladados al área de conflicto. Esas naves se
sumaban a los cinco helicópteros Chinook, para desembarcar tropa y artillería
pesada en San Carlos, y a otros 6 Wessex y algunos Wasp para la RAF. Los
helicópteros también fueron utilizados durante el trasiego hacia el sur para
transferir personal entre la flota británica.
En Devonport se reacondicionó al Atlantic Conveyor
en sólo 10 días para que pudiera operar en las islas Malvinas. Su aporte fue
clave para trasladar material bélico y transferir tropa entre buques de la
flota.
Su gran capacidad permitía además almacenar en
encubierta, en contendores ISO dispuestos a cada banda, todo un arsenal: bombas
de racimo, motores de cohetes, misiles antitanques, granadas y municiones. Y en sus amplias bodegas albergar tanques
inflables y camiones cargados de combustible, botes para desembarco, una pista
aérea vertical para montar en San Carlos, equipos desalinizadores y de
iluminación, repuestos de aviones y helicópteros, generadores, tiendas de
campaña, raciones y calentadores.
El capitán Ian North y el comandante de la Marina
Real, Mike Layard, supervisaron desde el puente de mando la reconversión y la
estiba del buque que hasta el ´82 unía Europa con Estados Unidos.
Ian North, capitán del Atlantic Conveyor y veterano
de la II Guerra Mundial supervisó desde el puente de mando junto al comandante
de la Royal Navy, Michael Layard, la estiba en puerto: los aviones y
helicópteros sin sus rotores habían sido dispuestos como piezas de un
improvisado rompecabezas sobre la cubierta. Guarecidos con fundas
anticorrosión, los flanqueaban otros conteiner que impedían su movilidad en las
irascibles aguas del sur.
Cubiertos por fundas y embalados, así viajaron los
aviones de guerra. A los helicópteros se les extrajeron los rotores.
Auscultar a la flota
Todo un gran esfuerzo logístico. Aunque sin la
previsión de que el Atlantic Conveyor se erigía en un objetivo demasiado
rentable. Y especialmente vulnerable para la infalible dupla de aviones Súper Etendard
y misiles AM-39 Exocet de la Armada Argentina. Tras el embargo del gobierno
francés, el ingeniero del Taller Central de Misiles, Capitán de Fragata Julio
Pérez, logró descifrar el código de los Exocet para su diálogo con los aviones
supersónicos, ante la falta de colaboración de los expertos franceses. Pérez
también ideó en el Apostadero Naval Malvinas un improvisado remolque como
lanzador de misiles terrestre para Exocet mar-mar. Su inventiva logró dejar
fuera de combate al destructor HMS Glamorgan.
Uno de los Harrier operando en el área de Malvinas
desde el carguero registrado en Liverpool.
Protegido como nave núcleo durante el último tramo
de su trasiego, el Atlantic Conveyor (AC) arribó al límite de zona de exclusión
flanqueado por destructores y portaviones. La task force navegaba al noreste
del archipiélago malvinense a mediados de mayo cuando los Harrier y Sea Harrier
allí apostados cambiaron de ubicación. Con su destreza de despegue vertical
abandonaban la estrecha plataforma del AC y se repartían en los portaaviones
HMS Hermes e Invencible.
La Segunda Escuadrilla Aeronaval de Caza y Ataque
de la Armada en la Base de Río Grande en 1982 junto a uno de los cinco misiles
Exocet. “De haber tenido los otros cinco misiles, otro hubiese sido el daño
infligido al enemigo”, dice Barraza.
El tráfico aeronaval enemigo en el área era
incesante. Los patrullajes y ataques aéreos se sucedían mientras las tropas
organizaban su acecho. A 150 km de allí, el radar TPS 43 de Puerto Argentino
detectaba los ecos intermitentes de ese trajín, sin poder identificar blancos
precisos, ni distinguir cuál era la plataforma naval.
Un binomio sin rival
Simultáneamente en la Base de Río Grande y días
antes en la de Comandante Espora en Bahía Blanca, la Segunda Escuadrilla
Aeronaval de Caza y Ataque de la Armada se adiestraba de manera intensiva. No
podían operar desde el portaaviones 25 de mayo: los 5 Súper Etendard con sus 5
misiles, de un total de 14 aviones y 10 misiles comprados a Francia, habían
llegado 4 meses antes. Una de esas naves se usó para repuestos y el conflicto
en el Atlántico Sur los sorprendió sin que pudieran regularse los sistemas
inerciales, de frenado y catapulaje en pista de una plataforma chica como la
del ARA 25 de mayo. Tal fue la precipitación de las hostilidades, que la Argentina
a instancias de Francia le cedió a Irak, entonces en guerra con Irán, su turno
para recibir los 5 misiles restantes.
El reabastecimiento de combustible que a 6000
metros de altitud realizaron Barraza (foto) junto a su líder de sección,
Curilovic.
El objetivo de máxima con los Exocet antibuque
apuntaba a los de mayor capacidad ofensiva y, en lo posible, a asestar un golpe
psicológico, al golpear a los emblemáticos: el Hermes o el Invencible, que
apoyaban a las fuerzas enemigas en su avance hacia Puerto Argentino. Pero antes
había que detectarlos. Una tarea ardua dada la baja el 19 de mayo de los
aviones de exploración P-2 Neptune por su electrónica vetusta y del alcance y
precisión de los alejados y poco sofisticados radares en Puerto Argentino.
El 4 de mayo los pilotos de esa escuadrilla,
Augusto Bedacarratz y Armando Mayora, propinaron su primer golpe letal con el
binomio Súper Etendard-Exocet al hundir al destructor HMS Sheffield al sureste
de Malvinas. Ahora le tocaba el turno a otra sección: al Capitán de Corbeta
Roberto Curilovic, alias Toro, su indicativo, y a su numeral, el Teniente de Navío
Julio Barraza, alias Mate.
Julio Barraza y Roberto Curilovic en la Base de Río
Grande en 1982
"Durante varios días el radar Malvinas
continuó detectando actividad al noreste del archipiélago. Determinó un
phi-omega, es decir un punto de latitud y longitud donde se hallarían los
objetivos, y se nos ordenó atacar", cuenta Curilovic (71) a Infobae. El ex
aviador naval, retirado con el grado de Capitán de Navío en 1998, es el hombre
clave de Aeropuertos Argentina 2000 que organizó los sucesivos viajes de los
familiares de los caídos al cementerio de Darwin y ayudó a promover los
procesos de identificación de los combatientes enterrados como NN.
Roberto Curilovic durante la entrevista esta semana
con Infobae (Santiago Saferstein)
Barraza (70) también describe minuciosamente la
misión desde Vancouver, adonde emigró con su familia hace 29 años, tras dejar
la Armada en 1986 con el grado de Capitán de Corbeta. Alejado de la aviación,
hoy preside una empresa de traducción de inglés y francés.
El Capitán de Corbeta Julio Barraza con su
condecoración Al Valor en Combate en su casa de Vancouver, Canadá, a donde
emigró en 1990.
Sorpresa en el ataque
A las 11:00 del 25 de mayo debía despegar la
sección de Río Grande con un misil de 600 kilos en cada ala derecha de sendos
aviones. Se buscaba máxima efectividad de hundimiento. Pero la misión se
postergó para las 14:00 debido a la indisponibilidad de reabastecimiento en
vuelo.
Los dos Hércules KC-130 habían sido asignados a
otra operación: el bombardeo a la fragata HMS Broadsword y al destructor HMS
Coventry por parte de la intrépida escuadrilla de A4B Skyhawk de la Fuerza
Aérea que operaba desde la base de Río Gallegos. Aquel 25 de mayo es recordado
como una interminable pesadilla para la task force.
El Súper Etendard con su misil despegando de la
base de Ushuaia.
Si el ataque al Sheffield había sido por el sur, el
golpe esta vez sería por el norte. Con diferencia de segundos, Curilovic y
Barraza despegaron según lo planeado.
"Una vez cerrada la cabina, el piloto se
fusiona con su máquina y no hay margen para ninguna distracción. Sólo existe,
quizá, el temor oculto de fallar en una misión para la cual nos habíamos
preparado durante años", dice Curilovic sobre el preludio de aquella
legendaria misión.
Así fue la ruta de ataque: desde Río Grande volaron
mil kilómetros hasta la latitud de Puerto Deseado donde reabastecieron
combustible. Luego viraron hacia el este y a una distancia de 37 km del blanco
dispararon los misiles. Fueron 04 horas 10 minutos de vuelo.
En absoluto silencio electrónico, los dos
"albatros" recorrieron 1000 km con rumbo norte hasta el encuentro a
la altura de Puerto Deseado, a 6000 metros de altitud, con el avión tanquero
que fielmente los esperaba inscribiendo círculos en el aire.
En una maniobra simultánea de extrema precisión se
acercaron a las dos mangueras desplegadas en cada ala del KC-130 y se acoplaron
a las canastas. "Sabían cuánto combustible debían entregarnos. Nosotros no
pedimos absolutamente nada", evoca Curilovic.
Entre 15 y 20 minutos fueron suficientes para
recargar los tanques. A partir de allí giraron al Este a 1000 km de velocidad.
Y en los últimos 200 km descendieron en forma suave y se
"escondieron" volando agazapados a 15 metros sobre el nivel del mar
para no ser detectados. Así prosiguieron su ruta hacia el punto phi omega.
Barraza, alias Mate, al arribar ya de noche el 25
de mayo de 1982. Todavía no sabía a cuál buque de la flota había impactado.
"Para comunicarnos nos acercábamos y
hablábamos por señas. Hacia el Este la luz del día se acorta y ya se estaba
poniendo oscuro. El sol asomaba bajo y tenue a nuestras espaldas y enfrente
había un mar gris plomo con corderitos. Estábamos a unas 50 millas del blanco
cuando trepamos a 100 metros. Encendimos los radares. Hicimos dos o tres
barridos a izquierda y derecha de no más de tres segundos y fue una cosa de no
creer. Lo que tantas veces habíamos practicado apareció en la pantalla: un eco
grande en el centro, como una bananita dibujada en la pantalla, con otros dos
ecos más chicos, uno arriba y otro abajo", describe Barraza.
Los pilotos descendieron abruptamente y continuaron
con su aproximación. A unas 26 o 27 millas, 37 km, del blanco volvieron a elevarse
para hacer otra emisión de radar sobre la flota y ahí sí enganchar el blanco.
—Mate, al más grande, ordenó por radio Curilovic.
Barraza asintió con dos click. No quería hablar.
Aunque sabía que con los primeros tres segundos del ploteo de radar ya habían
sido detectados y seguramente estarían en la mira de los misiles Sea Dart. Los
ingleses supieron además que se trataba de los radares de dos temibles Súper Etendard,
ya que contaban con las contramedidas electrónicas ajustadas para
distinguirlos.
Roberto Curilovi, alias Toro, al regresar de la
misión del 25 de mayo. El atraco había sido letal, aunque todavía el resultado
era un enigma.
Desconocían de qué buques se trataban. Por el
tamaño del eco podía ser el Hermes o el Invencible. "Pero eso no
significaba invariablemente que el eco grande fuera un buque grande. Depende de
si estaba presentándote la proa o el través. Pero no quedaba otra que ir sobre
el blanco más grande", reconstruye Curilovic.
La ubicación no había variado mucho de la aportada
por el radar Malvinas. Los buques estaban a unos 150 km al noreste del extremo
de la isla Soledad.
El lanzamiento de uno de uno de los cinco misiles
Exocet que se usaron en la Guerra de Malvinas e hundieron y averiaron al
Sheffield, al Atlantic Conveyor y al portaaviones Invencible.
Ya a distancia de tiro, el Toro y el Mate iniciaron
la secuencia del lanzamiento. Volcaron la información, conectaron unos switches
y mantuvieron apretado el botón blanco de "disparo" para que la
computadora dialogara con el misil y decidiera el momento oportuno en que debía
salir para llegar al centro electrónico del blanco.
La segunda comunicación entre los pilotos fue el
top de lanzamiento. A las 16:28 el desenganche casi simultáneo de esos 600
kilos produjo un pequeño estruendo seguido por un sacudón que descompensó
levemente el ala derecha.
La punta nívea de esa arma subsónica casi infalible
asomó por el parabrisas. Había que virar 180 grados, poner máxima potencia e
huir ya que habían ingresado en el área de alcance de los Sea Dart. Pero
Curilovic sucumbió al hechizo de los verdugos. Fue rehén de lo que se conoce
como "fascinación de blanco".
El recuerdo de aquella misión en una témpera que
pintó Barraza y que lo acompaña en su casa de Vancouver: “El mar era de un
profundo gris plomo y al dirigirnos hacia el este teníamos un sol bajo y tenue
sobre nuestras espaldas”, rememora.
"Quedé como extasiado", dice. "Había
una luz crepuscular y yo veía esas dos estelas de fuego que se dirigían hacia
la flota y sólo pensé: “¡Qué arma poderosa tenemos!” Conociendo el resultado
del ataque al Sheffield, era improbable que los buques de superficie enemigos
pudieran evitar el daño. Pensando en eso olvidé unos segundos que había que
tomar distancia. Cuando reaccioné el avión de Mate se veía muy chiquito porque
él había cumplido con el procedimiento como correspondía".
"Algo espectacular va a suceder hoy"
Según consignan documentos británicos
desclasificados, ese mismo 25 de mayo por la noche, al amparo de la oscuridad,
el Atlantic Conveyor debía desembarcar tropa y a todos los helicópteros en San
Carlos y comenzar la transferencia de los demás pertrechos con las primeras
luces del alba. Por eso, horas antes el capitán del AC, Ian North, se jactaba ante
la tripulación: "Bueno muchachos, es 25 de mayo. Algo espectacular va a
suceder hoy".
El Atlantic Conveyor antes del ataque. Navegaba
como barco núcleo con la flota británica.
La emisión de radar de los Súper Etendard había
sido efectivamente detectada por la flota británica. Casi todos lanzaron chaff,
nubes de partículas metálicas para desorientar a los Exocet. En las pantallas
de los destructores, los ingleses veían a esos contactos duplicarse y avanzar
hacia el Atlantic Conveyor. Los Exocet navegaban tan cerca uno del otro que
ambos podían observarse en un mismo monitor.
El HMS Invencible contraatacó con seis misiles con
escasa eficacia: dos de ellos bajaron a un helicóptero propio, un Sea King, que
oficiaba como cortina antisubmarina. Y los otros se perdieron en su propia nube
de chaff o persiguiendo otros ecos espurios.
Al misil Exocet se lo denomina “Fire and forget”
(Tire y olvídese) ya que se trata de un arma con capacidad de autonomía para
redireccionarse en vuelo y buscar el centro de gravitación del blanco.
Los misiles perforaron la cubierta de carga C sobre
la línea de flotación en la popa del Atlantic Conveyor. Minutos después con la detonación sobrevino
la fatalidad: propagadas por la ingente cantidad de combustible de los tanques
flotantes y del arsenal que cargaba, las llamas devoraron al carguero y sus
"tesoros" bélicos. La explosión atravesó una banda y salió por la otra.
La ocasión no podía ser más caótica para las tareas de salvamento: quince
minutos antes, durante la incursión de la Fuerza Aérea con bombas
convencionales en el Estrecho San Carlos, la fragata Broadsword era averiada en
popa y el destructor HMS Conventry se iba a pique.
Mientras tanto, el Toro y el Mate hacía ya rato que
habían armado un rumbo mientras el jefe intentaba comunicarse con el avión
tanque. "Ya era tarde y el Hércules se quedó orbitando lejos del lugar de
la acción, pero sin ninguna defensa, siempre vulnerable a recibir algún tipo de
ataque", reconoce el líder de la misión.
Final anunciado
La fragata HMS Alacrity intentó socorrer al AC. Se
arrojó parte de la munición de los conteiner, pero el vientre del carguero era
ya un sinfín de brasas y explosiones. Desde una torre, el capitán Ian Norh
evaluó los daños y ordenó el abandono del buque.
El área de popa por donde ingresó uno de los
Exocet.
La oscuridad atentaba contra el dramático
salvamento. A las 23:00 el HMS Alacrity rescató al último náufrago. De los 33
tripulantes, 12 murieron: tres en la explosión y otros 9 desaparecieron en el
Atlántico. Entre ellos, Ian North (57), que en la II Guerra Mundial había
sobrevivido cuando los alemanes torpedearon su embarcación.
Ian North desapareció el 25 de mayo de 1982 en el
Atlántico Sur. Tenía 57 años.
Fue un "enemigo digno",
"honorable", coinciden los pilotos, porque cargado como estaba llevó
su buque hasta Malvinas y cumplió con su país.
Euforia en el continente
Tras el segundo reabastecimiento y luego de 4 horas
10 minutos de vuelo, el Toro y el Mate aterrizaron ya de noche en Río Grande
sin haber podido cuantificar los daños que aquella tecnología entonces sin
rival había infligido. Toda la escuadrilla los aguardaba en la pista.
Festejaban no sólo el presunto éxito de su misión, también el de la Fuerza
Aérea en aquel día patrio.
Una hora después estaban embarcados en un avión Electra
con destino a la base de Espora. Debían entrenarse en vuelos nocturnos.
Mientras tanto, en Río Grande quedaba un último Exocet.
El buque ardió durante tres días.
Tres días después, el Atlantic Conveyor se fue a
pique y ello significó la mayor pérdida logística unitaria en la guerra. El
enemigo se vio obligado a cambiar su plan de batalla basado en desplazamientos
de tropa y artillería helitransportadas en el acecho final a Puerto Argentino.
Cuando el comandante Thompson se enteró en San
Carlos de que ya no contaba con los Chinook emprendió con sus hombres la
asonada final a pie. En el frío paralizante de la turba aquellos 100 kilómetros
finales recordaron con insistencia el peor error de cálculo en la planificación
de la logística de la guerra del Atlántico Sur.
El largo camino a pie hacia Puerto Argentino tras
el desembarco en San Carlos.
El homenaje al buque hundido que el Príncipe
Eduardo inauguró en 2006 en Malvinas
Fuente: https://www.infobae.com
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