Por Andrés Cisneros (*)
"Lo que siempre ha sido el caso con las
Falklands es que el derecho ha importado mucho menos que el poder y la
determinación a la hora de decidir su propiedad". Sir Lawrence Freedman en "Official History
of the Falklands Campaign"
En una nota publicada por Infobae el pasado 9 de
junio, Jorge Argüello, argentino de bien y ex representante argentino en
Naciones Unidas durante parte del kirchnerismo, critica la política del actual
Gobierno sobre Malvinas: "Esgrimiendo los mismos argumentos con los que,
en los 90, se quiso hacer creer a los argentinos que un manso acercamiento a
los ocupantes de las islas, sin condiciones para negociar la cuestión de fondo,
es decir, la soberanía, podía mejorar la posición de nuestro país en sus
reclamos".
En una verdadera democracia, la mutua tolerancia
resulta imprescindible si se quiere progresar como conjunto. Una de sus más
frecuentes ausencias suele consistir en atribuir a los que mantienen posiciones
distintas la condición de "querer hacer creer" a la gente una
política nociva. Evitando ese error, quien esto escribe, por ejemplo, piensa
que quien firma ese artículo está equivocado, expone conclusiones erróneas,
pero que lo hace de buena fe, siguiendo sus íntimas convicciones y no
necesariamente "haciéndoles creer a los argentinos" alguna idea
impropia, como si de un engañador se tratase. Todos somos argentinos que
podemos pensar distinto sin necesidad de desacreditar nuestros motivos.
Eventualmente, podría haber resultado ilustrativo
que el mencionado artículo, luego de calificar a este enfoque como "inútil
y costoso", incluyera, aunque más no fuere un somero inventario de los
logros a favor del reconocimiento de la soberanía argentina durante el período
de los doctores Kirchner, pero de logros concretos, no solo de meros discursos
y declaraciones.
Acusa a renglón seguido al actual Gobierno de haber
reflotado "el paraguas de soberanía, que congela las reivindicaciones de
nuestro país sobre todas las islas y espacios marítimos del Atlántico
Sur".
No es verdad que el paraguas de soberanía, utilizado
por todos los cancilleres de la democracia hasta la llegada del kirchnerismo y
por el mundo entero en la Antártida, congele las reivindicaciones de soberanía
de nuestro país. Al revés, supone un acuerdo para que ambos Estados en disputa
no interpongan la cuestión de soberanía como algo que debe tratarse antes que
ninguno y con exclusión de cualquier otro, aunque esos otros pudieran ayudarnos
a mejorar la lamentable herencia de la guerra del 82 y, con ello, preparar más
rápido y mejor el camino hacia el día en que, seguramente, se encontrará una
solución digna para ambas partes.
Durante medio siglo, los argentinos nos hemos
dividido, por un lado, entre quienes no aceptaban dialogar absolutamente de
nada si el primer tema no es la soberanía. Resultado, los ingleses felices:
decían que no y continuaban apropiándose impunemente de hidrocarburos y pesca,
mientras preparaban su salto a la Antártida argentina. Otros pensamos que, dado
que resulta imposible obligar a la Corona, es más provechoso aplicar un
paraguas y continuar igual reclamando la soberanía en todo el planeta, pero
cesando de imponerla como requisito bilateral excluyente, hasta que llegue el
momento adecuado, e impedir mientras tanto que Gran Bretaña se lleve la
totalidad de los recursos. En los noventa, por ejemplo, ambas partes se
comportaron de tal manera que un porcentaje de la pesca quedaba para nosotros y
un saldo menor para ellos, disminuyendo sensiblemente el daño, sin regalar
nada. Eso fue desactivado durante el kirchnerismo y desde entonces los ingleses
pescan lo que quieren u otorgan licencias vergonzosas a terceros países,
alentando a flotas piratas que están depredando el recurso en niveles
alarmantes. No parece un aporte a la soberanía.
La reivindicación de los derechos argentinos sobre
Malvinas no debe hacerse desde la nostalgia, que es lo contrario de la
esperanza. ¿Si los ingleses no aceptan ni siquiera sentarse a discutir la
soberanía, tenemos nosotros la fuerza o el respaldo suficiente como para
obligarlos a hacerlo? Es evidente que no. Resignarnos es tan inconducente como
salir a gritarles, dos caras de una misma impotencia. Les reclamamos soberanía
inmediata, dicen que no y se quedan otros doscientos años: estrategia perfecta
para los intereses británicos.
Hace casi medio siglo que asistimos puntualmente a
Naciones Unidas, reclamamos como corresponde y ninguna soberanía se ha
conseguido. Reclamamos también en cuanto foro internacional participa la Argentina
y ello ha sido jurídicamente bueno, pero concretamente insuficiente.
En el 31 de marzo de 2017 alguien con la autoridad
de Dante Caputo firmó con quien esto escribe un artículo periodístico que, al
respecto de este punto, reza: "Al fin se ha comprendido que con tener
razón no basta, algo más hay que hacer. Pero deberíamos entender que no todos
los males vienen de la intransigencia británica, porque el éxito sobrevendrá
cuando nuestro país ordene su vida interna, se reinserte con peso propio en el
escenario regional y haga valer el prestigio que gane en consecuencia".
"La idea o propuesta central de este artículo
sostiene que con Gran Bretaña podríamos trabajar cooperativamente explotando
conjunta o coordinadamente los recursos y, con la debida reserva de nuestros
derechos, suspender todo enfrentamiento con el acuerdo de que dentro de 15 o 20
años ambas partes evaluarán el comienzo de la discusión sobre la soberanía. No
sería ilusorio: Londres, en 1976, y la mismísima Thatcher, en 1981, ofrecieron
soberanía inmediata semejante a Hong Kong, y la descartamos".
Critica también Argüello los probables acuerdos
sobre vuelos entre las islas y el continente. Tiene razón, pero no por los
argumentos que esgrime. Obtener una intrascendente escala en Córdoba a cambio
de abrirles el acceso al resto de América del Sur no puede ser señalado como
"el eco del fracaso de una política diplomática que vuelve a alejarnos,
por ahora, de la recuperación de la soberanía": el actual plagio oficial
de la política exterior de los noventa semeja, también en esto, a aquellos que
recitan de memoria un texto pero no comprenden su contenido y,
consecuentemente, no tienen idea de cómo aplicarlo. Desplegamos hoy una
política exterior de mero recitado, desgraciadamente también en Malvinas.
Conviene no hacer de Malvinas la ocasión de
inflamadas pulsiones de tonante patriotismo. Enfrente el panorama es complejo.
La opinión pública británica nunca aceptará que se proceda en contra de lo que
sostengan los isleños y ni el Foreign Office ni la OTAN van a renunciar
fácilmente a ese enclave estratégico para la conexión del Atlántico con el
Pacífico. Mucho menos para resignar los supuestos derechos británicos al sector
antártico que reivindicamos nosotros y que perderían de abandonar el control de
las islas. Habrá que hacer mucho más que solamente reclamar derechos: a las
soluciones hay que construirlas. De la mano de la intransigencia los argentinos
nos quedamos con la razón y los ingleses, con las islas. Mala estrategia.
La política del "todo ya" nunca dio
resultado, porque el mundo no se rige todavía con base en el derecho. Imbuidos
de juridicismo, derivamos hacia otra forma de la impotencia: la mera retórica.
Una de las ventajas de la retórica es que su vinculación con la realidad no
tiene por qué ser muy estricta: el discurso tonante y la imprecación patria suelen
ocultar eficazmente la incapacidad de conseguir nada.
Algo distinto había y hay que hacer. No para
reemplazar a la política tradicional, sino para apuntalarla, fortalecerla,
ayudarla a dar el salto cualitativo que la hiciera pasar del mero reclamo a la acción
en el terreno.
En suma, que el reclamo de soberanía es una
obligación nacional. Pero con eso solo no basta. Si de veras queremos recuperar
las islas, algo más habrá que hacer. Di Tella lo propuso así: "Derrotemos
a la guerra como se ha hecho siempre en todas partes: eliminando sus secuelas,
restaurando los contactos y aislando los factores de enfrentamiento".
Agitar todo el tiempo el tema de la soberanía puede
impedir que los argentinos nos anoticiemos de que, luego de la catástrofe del
82, no estamos cerca del final sino apenas en el primer escalón del principio.
Dando rienda suelta al factor emocional podemos sentir un alivio inmediato,
para comprobar enseguida que al arreglo del problema con eso no le hemos
agregado nada. La solución en Malvinas, que sin duda llegará, vendrá de la mano
de una emoción racionalmente administrada: no se va a resolver contra los
ingleses sino con los ingleses.
Los argentinos no nos merecemos ser divididos entre
un grupo de patriotas que reclama valientemente la soberanía y otro grupo de
pusilánimes dispuestos a regalarla. Las sociedades no progresan de esa manera.
Todo indica que, con el ritmo propio de la historia, podemos llegar a un final
con más lugar para los derechos que para la fuerza. Los derechos de ambas partes
y la fuerza de ninguna.
Lo que tenemos que decidir ahora mismo es qué
haremos entre hoy y el momento histórico en que la situación arribe a una
madurez suficiente. O ladrarnos a cada rato con los ingleses o generar climas
de entendimiento y búsqueda de beneficios concretos para los pobladores de la
Argentina continental y la insular. Es sobre los intereses compartidos que se
consiguen resultados. La solución se tejerá asociando emprendimientos, mano a
mano entre la gente del común, mucho más que de las guerras inganables o las
astucias de abogados y diplomáticos.
El tema de Malvinas, y su inseparable de la
Antártida, se puede solucionar satisfactoriamente para ambas partes, pero no de
inmediato. No tenemos esa fuerza ni peso en el mundo. No va a ser pronto, pero
será el mismo tiempo que, internamente, nos tome recuperar el ordenamiento, el
prestigio, el producto bruto relativo y las alianzas que la Argentina nunca
debió haber perdido. Ese día, el Reino Unido no podrá seguir ignorándonos. Hoy
por hoy podríamos empezar por no descalificarnos entre nosotros. Como cierra la
nota con Caputo: "Para argentinos y británicos, incluyendo a los isleños, no
existe otro camino: el futuro es por ahí".
(*) El autor es ex vicecanciller de Guido Di Tella.
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