17 de junio de 2019

MALVINAS HOY: MUCHO MÁS QUE SOLAMENTE RECLAMAR DERECHOS


Por Andrés Cisneros (*)

"Lo que siempre ha sido el caso con las Falklands es que el derecho ha importado mucho menos que el poder y la determinación a la hora de decidir su propiedad". Sir Lawrence Freedman en "Official History of the Falklands Campaign"

En una nota publicada por Infobae el pasado 9 de junio, Jorge Argüello, argentino de bien y ex representante argentino en Naciones Unidas durante parte del kirchnerismo, critica la política del actual Gobierno sobre Malvinas: "Esgrimiendo los mismos argumentos con los que, en los 90, se quiso hacer creer a los argentinos que un manso acercamiento a los ocupantes de las islas, sin condiciones para negociar la cuestión de fondo, es decir, la soberanía, podía mejorar la posición de nuestro país en sus reclamos".

En una verdadera democracia, la mutua tolerancia resulta imprescindible si se quiere progresar como conjunto. Una de sus más frecuentes ausencias suele consistir en atribuir a los que mantienen posiciones distintas la condición de "querer hacer creer" a la gente una política nociva. Evitando ese error, quien esto escribe, por ejemplo, piensa que quien firma ese artículo está equivocado, expone conclusiones erróneas, pero que lo hace de buena fe, siguiendo sus íntimas convicciones y no necesariamente "haciéndoles creer a los argentinos" alguna idea impropia, como si de un engañador se tratase. Todos somos argentinos que podemos pensar distinto sin necesidad de desacreditar nuestros motivos.

Eventualmente, podría haber resultado ilustrativo que el mencionado artículo, luego de calificar a este enfoque como "inútil y costoso", incluyera, aunque más no fuere un somero inventario de los logros a favor del reconocimiento de la soberanía argentina durante el período de los doctores Kirchner, pero de logros concretos, no solo de meros discursos y declaraciones.

Acusa a renglón seguido al actual Gobierno de haber reflotado "el paraguas de soberanía, que congela las reivindicaciones de nuestro país sobre todas las islas y espacios marítimos del Atlántico Sur".

No es verdad que el paraguas de soberanía, utilizado por todos los cancilleres de la democracia hasta la llegada del kirchnerismo y por el mundo entero en la Antártida, congele las reivindicaciones de soberanía de nuestro país. Al revés, supone un acuerdo para que ambos Estados en disputa no interpongan la cuestión de soberanía como algo que debe tratarse antes que ninguno y con exclusión de cualquier otro, aunque esos otros pudieran ayudarnos a mejorar la lamentable herencia de la guerra del 82 y, con ello, preparar más rápido y mejor el camino hacia el día en que, seguramente, se encontrará una solución digna para ambas partes.

Durante medio siglo, los argentinos nos hemos dividido, por un lado, entre quienes no aceptaban dialogar absolutamente de nada si el primer tema no es la soberanía. Resultado, los ingleses felices: decían que no y continuaban apropiándose impunemente de hidrocarburos y pesca, mientras preparaban su salto a la Antártida argentina. Otros pensamos que, dado que resulta imposible obligar a la Corona, es más provechoso aplicar un paraguas y continuar igual reclamando la soberanía en todo el planeta, pero cesando de imponerla como requisito bilateral excluyente, hasta que llegue el momento adecuado, e impedir mientras tanto que Gran Bretaña se lleve la totalidad de los recursos. En los noventa, por ejemplo, ambas partes se comportaron de tal manera que un porcentaje de la pesca quedaba para nosotros y un saldo menor para ellos, disminuyendo sensiblemente el daño, sin regalar nada. Eso fue desactivado durante el kirchnerismo y desde entonces los ingleses pescan lo que quieren u otorgan licencias vergonzosas a terceros países, alentando a flotas piratas que están depredando el recurso en niveles alarmantes. No parece un aporte a la soberanía.

La reivindicación de los derechos argentinos sobre Malvinas no debe hacerse desde la nostalgia, que es lo contrario de la esperanza. ¿Si los ingleses no aceptan ni siquiera sentarse a discutir la soberanía, tenemos nosotros la fuerza o el respaldo suficiente como para obligarlos a hacerlo? Es evidente que no. Resignarnos es tan inconducente como salir a gritarles, dos caras de una misma impotencia. Les reclamamos soberanía inmediata, dicen que no y se quedan otros doscientos años: estrategia perfecta para los intereses británicos.

Hace casi medio siglo que asistimos puntualmente a Naciones Unidas, reclamamos como corresponde y ninguna soberanía se ha conseguido. Reclamamos también en cuanto foro internacional participa la Argentina y ello ha sido jurídicamente bueno, pero concretamente insuficiente.

En el 31 de marzo de 2017 alguien con la autoridad de Dante Caputo firmó con quien esto escribe un artículo periodístico que, al respecto de este punto, reza: "Al fin se ha comprendido que con tener razón no basta, algo más hay que hacer. Pero deberíamos entender que no todos los males vienen de la intransigencia británica, porque el éxito sobrevendrá cuando nuestro país ordene su vida interna, se reinserte con peso propio en el escenario regional y haga valer el prestigio que gane en consecuencia".

"La idea o propuesta central de este artículo sostiene que con Gran Bretaña podríamos trabajar cooperativamente explotando conjunta o coordinadamente los recursos y, con la debida reserva de nuestros derechos, suspender todo enfrentamiento con el acuerdo de que dentro de 15 o 20 años ambas partes evaluarán el comienzo de la discusión sobre la soberanía. No sería ilusorio: Londres, en 1976, y la mismísima Thatcher, en 1981, ofrecieron soberanía inmediata semejante a Hong Kong, y la descartamos".

Critica también Argüello los probables acuerdos sobre vuelos entre las islas y el continente. Tiene razón, pero no por los argumentos que esgrime. Obtener una intrascendente escala en Córdoba a cambio de abrirles el acceso al resto de América del Sur no puede ser señalado como "el eco del fracaso de una política diplomática que vuelve a alejarnos, por ahora, de la recuperación de la soberanía": el actual plagio oficial de la política exterior de los noventa semeja, también en esto, a aquellos que recitan de memoria un texto pero no comprenden su contenido y, consecuentemente, no tienen idea de cómo aplicarlo. Desplegamos hoy una política exterior de mero recitado, desgraciadamente también en Malvinas.

Conviene no hacer de Malvinas la ocasión de inflamadas pulsiones de tonante patriotismo. Enfrente el panorama es complejo. La opinión pública británica nunca aceptará que se proceda en contra de lo que sostengan los isleños y ni el Foreign Office ni la OTAN van a renunciar fácilmente a ese enclave estratégico para la conexión del Atlántico con el Pacífico. Mucho menos para resignar los supuestos derechos británicos al sector antártico que reivindicamos nosotros y que perderían de abandonar el control de las islas. Habrá que hacer mucho más que solamente reclamar derechos: a las soluciones hay que construirlas. De la mano de la intransigencia los argentinos nos quedamos con la razón y los ingleses, con las islas. Mala estrategia.

La política del "todo ya" nunca dio resultado, porque el mundo no se rige todavía con base en el derecho. Imbuidos de juridicismo, derivamos hacia otra forma de la impotencia: la mera retórica. Una de las ventajas de la retórica es que su vinculación con la realidad no tiene por qué ser muy estricta: el discurso tonante y la imprecación patria suelen ocultar eficazmente la incapacidad de conseguir nada.

Algo distinto había y hay que hacer. No para reemplazar a la política tradicional, sino para apuntalarla, fortalecerla, ayudarla a dar el salto cualitativo que la hiciera pasar del mero reclamo a la acción en el terreno.

En suma, que el reclamo de soberanía es una obligación nacional. Pero con eso solo no basta. Si de veras queremos recuperar las islas, algo más habrá que hacer. Di Tella lo propuso así: "Derrotemos a la guerra como se ha hecho siempre en todas partes: eliminando sus secuelas, restaurando los contactos y aislando los factores de enfrentamiento".

Agitar todo el tiempo el tema de la soberanía puede impedir que los argentinos nos anoticiemos de que, luego de la catástrofe del 82, no estamos cerca del final sino apenas en el primer escalón del principio. Dando rienda suelta al factor emocional podemos sentir un alivio inmediato, para comprobar enseguida que al arreglo del problema con eso no le hemos agregado nada. La solución en Malvinas, que sin duda llegará, vendrá de la mano de una emoción racionalmente administrada: no se va a resolver contra los ingleses sino con los ingleses.

Los argentinos no nos merecemos ser divididos entre un grupo de patriotas que reclama valientemente la soberanía y otro grupo de pusilánimes dispuestos a regalarla. Las sociedades no progresan de esa manera. Todo indica que, con el ritmo propio de la historia, podemos llegar a un final con más lugar para los derechos que para la fuerza. Los derechos de ambas partes y la fuerza de ninguna.

Lo que tenemos que decidir ahora mismo es qué haremos entre hoy y el momento histórico en que la situación arribe a una madurez suficiente. O ladrarnos a cada rato con los ingleses o generar climas de entendimiento y búsqueda de beneficios concretos para los pobladores de la Argentina continental y la insular. Es sobre los intereses compartidos que se consiguen resultados. La solución se tejerá asociando emprendimientos, mano a mano entre la gente del común, mucho más que de las guerras inganables o las astucias de abogados y diplomáticos.

El tema de Malvinas, y su inseparable de la Antártida, se puede solucionar satisfactoriamente para ambas partes, pero no de inmediato. No tenemos esa fuerza ni peso en el mundo. No va a ser pronto, pero será el mismo tiempo que, internamente, nos tome recuperar el ordenamiento, el prestigio, el producto bruto relativo y las alianzas que la Argentina nunca debió haber perdido. Ese día, el Reino Unido no podrá seguir ignorándonos. Hoy por hoy podríamos empezar por no descalificarnos entre nosotros. Como cierra la nota con Caputo: "Para argentinos y británicos, incluyendo a los isleños, no existe otro camino: el futuro es por ahí".

(*) El autor es ex vicecanciller de Guido Di Tella.

Fuente: https://www.infobae.com

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