El 14 de junio se cumplirán 37 años de rendición
del gobierno argentino y sus fuerzas armadas, ante el gobierno y fuerzas del
Reino Unido. Así terminó la guerra de Malvinas, una aventura costosa, en
jóvenes vidas, fundamentalmente.
La memoria de la guerra son los muertos, y el
estado argentino, tiene siempre deudas pendientes, con esa memoria y esos
muertos. Después de muchos años, en el año 2009, la entonces presidente
Cristina Fernández anunció en el acto de inauguración del nuevo cementerio de
Darwin, que los soldados serían identificados.
En 2011 se hizo la primera presentación judicial,
por el pedido de identidad de los soldados sepultados en el cementerio militar
de Darwin, Isla Soledad, Islas Malvinas. Este pedido que nació de unas madres
de caídos del Chaco, fue acompañado por el CECIM La Plata, y patrocinado por el
entonces abogado Alejo Ramos Padilla. A ese pedido judicial también se sumó
entonces la comisión de Familiares de Caídos, que hoy preside María Fernanda
Araujo, agregando al pedido de identificación saber causales de muerte.
En el 2012 el juez Julián Ercolini falló en favor
del derecho a la verdad e identidad que tienen los deudos, y comienzan las
negociaciones con el Reino Unido y la Cruz Roja Internacional para que se
llegara a un acuerdo por esas identificaciones. Allí nace el acuerdo plan Proyecto
Humanitario, que finalmente trascendió al gobierno de CFK, donde comenzaron las
reuniones y fue finalizado y firmado por la gestión de Mauricio Macri. La
identidad se convirtió en una política de estado, incompleta.
En el marco de este acuerdo que incluyó la
exhumación e identificación, y no causas de muerte, de aquellas tumbas cuyas
placas tenían la leyenda “soldado argentino solo conocido por Dios”, es que se
llegó al exitoso resultado de 112 identificados, sobre un total de 121 tumbas
que contenían 122 restos mortales.
Pero la deuda sigue porque, aunque oficialmente se
sostenga que falta identificar a diez, la realidad es que son más, tal vez
quince. El problema surge de dos tumbas conjuntas con nombres incorrectos que
no fueron abiertas por no cumplir el requisito “soldado argentino solo conocido
por Dios”, dejando fuera de ese acuerdo al menos a cinco familias, lo que
implica dejarlos fuera de los derechos a la verdad y a la identidad del muerto
en combate. No debió ocurrir.
Una investigación que demandó un año y medio, por
parte de la profesora e historiadora Alicia Panero, había arrojado esos
resultados, dos tumbas conjuntas con nombres de caídos que no correspondían.
Esto fue informado, previo a los trabajos de la Cruz Roja Internacional en Darwin,
tanto a ellos como a la secretaría de Derechos Humanos, al ministerio de
Justicia de la Nación, a la Cancillería y al Coronel británico Geoffrey
Cardozo, firmante del informe de la construcción del cementerio en 1983.
También fue informado por Panero, el Equipo Argentino de Antropología Forense
(EAAF). Por lo tanto, los trabajos de exhumación de 2017 se hicieron a
sabiendas de todos sus actores, de que al menos dos tumbas quedarían fuera del
acuerdo. La falta total de respuestas acabó en una denuncia y pedido de
investigación que radica hoy en el juzgado federal de Ariel Lijo.
Nunca dieron una explicación de por qué no las
agregaron. El chequeo científico y de campo de dicha situación era sencillo, el
acuerdo a lo sumo demoraría su inicio, pero nada más. Pero reconocer errores
manchaba la impecable tarea, aunque impidiera el acceso a la verdad de algunas
familias.
El cementerio de Darwin fue construido por los
británicos, a pedido de los isleños, una vez concluida la guerra, no querían
tumbas por donde ellos transitaban, y por orden expresa de Margaret Thatcher,
ante la negativa del gobierno argentino de traer los restos de los soldados al
continente.
En aquella primera construcción, el cementerio
tenía cruces de madera, con los nombres de quienes habían podido ser
identificados, y la leyenda “soldado argentino solo conocido por Dios”, en las
tumbas cuyos restos no fueron identificados.
Así se mantuvo hasta 2004, año de la obra de puesta
en valor del cementerio, donde se cambiaron aquellas viejas cruces por otras y
placas de granito negro con nombres o leyendas.
No hubo un proceso de identificación ni exhumación
alguna entre 1983 y 2004, pero fue entonces que, en las dos tumbas señaladas
por Panero, aparecieron nombres que muchos miembros de las fuerzas armadas,
supo después, sabían que estaban mal.
Los nombres son todos de la fuerza aérea y ante un
pedido de acceso a la información pública realizado por la investigadora a esta
fuerza, por medio del ministerio de Defensa, dicha institución respondió “no
tener miembros de la misma enterrados en condición de NN”, ninguno. Firma la respuesta
el Brigadier Mario Alberto Rovella, quien seguramente no tiene conocimiento de
lo ocurrido antes del 2004.
En la tumba Conjunta C 1 10, ese año 2004
aparecieron los nombres que no estaban en la cruz vieja británica, de los
soldados conscriptos Walter Aguirre, Luis Sevilla y Mario Luna, quienes por
insistencia de Alicia Panero aparecieron, previo proceso de ADN a sus familias,
en tumbas individuales, distintas a esa. La respuesta de la Fuerza Aérea, donde
afirmaba no tener miembros enterrados en Darwin en condición de NN, fue en mayo
de 2018, y los soldados fueron identificados en otras tumbas en junio del mismo
año.
¿Quiénes están entonces en esa tumba? El Subalferez
de Gendarmería Ricardo Sánchez, sí había sido identificado por los británicos.
Entonces, ¿quiénes son los otros tres cuerpos o restos que están junto a él?
Los informes y estudios indican, según la procedencia de esos cuerpos, que
serían sus compañeros del grupo Alacrán, de Gendarmería, que al ser cotejadas
las muestras de sus familias con las del cementerio, de todas las tumbas
exhumadas, dieron negativo. Ellos son los gendarmes Carlos Misael Pereyra, Juan
Carlos Treppo y Guillermo Nasif. Según los resultados no están en Darwin, pero
porque esa tumba donde está su compañero Sánchez y tres más, no se abrió.
Pueden estar allí todos juntos.
Ante la aparición en otras tumbas de los soldados
de Fuerza Aérea, no hubo explicaciones, solo las dadas por la Comisión de
Familiares, que culpa a dicha Fuerza de haber enviado esos datos al momento de
la puesta en valor del cementerio. Recordemos que la responsable de administrar
el cementerio es justamente la Comisión de Familiares de Caídos, que firmó ante
escribano público las actas de los cambios de cruces y no chequeó que había
nuevos nombres, sin que hubiese habido un proceso de identificación en el
medio.
El secretario de Derechos Humanos y Pluralismo
Cultural de la Nación, Claudio Avruj, sostuvo en varias publicaciones
periodísticas que solo restan identificar diez soldados y en realidad no es
así. También lo dijo públicamente el director ejecutivo del EAAF, Luis
Fondebrider, quien sabe de los errores desde el principio de los trabajos.
Hace pocos días, se confeccionó la placa que
volverá a responder a la verdad histórica sobre la tumba C 1 10, gracias a la
intervención de la Empresa Aeropuertos Argentina 2000. La misma dice “Ricardo
Sánchez, y tres soldados argentinos solo conocidos por Dios”, prueba cabal y
contundente de que la investigación de Panero fue correcta, y de que no son
diez los que faltan sino más.
Otra tumba conjunta, la B 4 16, donde según los
británicos hay dos restos NN, sigue sin respetar esa verdad histórica, porque
hoy hay en ella cinco nombres de la tripulación de un avión Lear Jet, también
de la Fuerza Aérea, caído en la Isla Borbón.
Según la propia Comisión de Familiares de Caídos,
ese fue un acuerdo particular entre familias, como si el cementerio fuera un
lugar privado. Imaginemos por un momento, familias estadounidenses que decidan
poner en una tumba de Arlington, nombres de sus familiares no identificados en
alguna guerra, en la sagrada tumba del “soldado desconocido”. Imposible.
La verdad es la única manera de honrar a los
muertos, la identidad es devolverles la paz a sus familias y cerrar la herida.
Y si el gobierno publicita la identidad como política de estado, esa política
debe abarcar a todos los actores.
El cementerio de Darwin fue declarado lugar
histórico, sus muertos, son por ley, héroes nacionales, no puede haber errores
u omisiones. La Argentina debe dejar de mentir sus muertos, solo así los
valores republicanos serán firmes, porque si mentimos sobre muertos de la
guerra más cruel que nos tocó vivir, por ocultar errores, para no desdibujar la
publicidad de un acuerdo que, al menos en dos tumbas, partió de postulados
erróneos, todo pasa a ser un mero relato.
El embajador de Reino Unido, Mark Kent, recibió el
12 de marzo en su residencia a la profesora Alicia Panero, en una entrevista
que fue publica, confirmando la firme voluntad del gobierno británico de abrir
“las tumbas que sean necesarias” para aclarar las inconsistencias.
Es urgente que se les dé respuesta a las familias
que esperan otra oportunidad. Desde algunos ámbitos se ha creído no conveniente
decir esta verdad y seguir con el postulado del discurso oficial, que son diez
y no más los que nos quedan en Darwin. Pero, por el contrario, es obligación
del estado incluirlos entre los que faltan, darles visibilidad a las familias
que hasta hoy tienen vulnerado su derecho a la identidad y a la sociedad en su
conjunto, que no accede al derecho a la verdad.
Desde otras fuentes la respuesta fue simplemente:
“Y bueno, hay familias que esperaron 37 años”. Eso no puede volver a pasar, el
momento es ahora. Si el gobierno declara política de estado a la identidad, no
puede ser una política parcial sino universal, como los son los derechos
humanos que la incluyen.
La grandeza de la tarea humanitaria que baña este
proceso, no puede ser manchada con “excluidos”.
Fuente: www.realpolitik.com.ar
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