Infobae reunió a tres héroes que participaron del
combate en las islas. "En la guerra se ve al ser humano en toda su
dimensión", dijo el entonces Subteniente de Infantería y jefe de la
sección Romeo de la Compañía C del Regimiento 25
Por Adrián Pignatelli
Hoy tiene 61 años. Fue a la guerra como Subteniente
de Infantería y como jefe de la sección Romeo de la Compañía C del Regimiento
25. Juan José Gómez Centurión, Mayor retirado es, además, paracaidista y
comando. José Eduardo Navarro, hoy General de División a punto de retirarse,
era un joven Subteniente de 21 años del Grupo de Artillería Aerotransportado 4.
Malvinas fue su primer destino. Andrés Fernández, de 61 años, era entonces un Cabo
cocinero en el Regimiento 25, de 24 años. Los tres están unidos por esos lazos
invisibles e indestructibles que una situación límite como es la guerra sólo
puede forjar. Para ellos, mayo no es un mes más, sino que es el punto de
partida de algo más profundo que, en esta nota que concedieron a Infobae,
revelan.
22 de mayo: rescatar los cañones del Río Iguazú
El que comienza a hablar es el hoy General Navarro.
"El 21 por la noche estaba durmiendo en mi trinchera, y me ordenaron
presentarme en el puesto de comando del Grupo de Artillería Aerotransportado 4.
Debía trasladar dos obuses Otto Melara 105 mm de Puerto Argentino a Darwin, que
servirían de apoyo a la infantería. Alistamos a la tropa, 18 hombres entre
soldados y suboficiales. Grande fue nuestra sorpresa cuando vimos que el buque
en el debíamos llevar los cañones era el Río Iguazú, muy pequeño para nuestro
cometido. No entraban. Cada uno pesaba alrededor de 1500 kilos y su volumen es
similar al de un Fiat 600. Entonces resolví desarmarlos en 12 partes".
La principal preocupación de Navarro era esos
cañones. "Yo sabía que el infante de Darwin los estaba esperando. Las
piezas más voluminosas las ubicamos sobre cubierta, en popa, mientras que el
resto las acomodamos en la bodega. Como no estaba previsto desarmarlos, se
inició la navegación a las 05:00 de la mañana cuando tendría que haber sido a
las 12:00 de la noche". "Salimos tarde, me advirtió el capitán. Hay
superioridad aérea enemiga y es muy probable que suframos un ataque".
La predicción del capitán se hizo realidad. A las 08:30,
cuando estaban cumpliendo la última etapa del viaje, aparecieron dos aviones
Sea Harrier, que atacaron la nave con sus cañones de 20 mm. "Vuelan las
esquirlas por todos lados, hay heridos, recuerda Navarro. Me encontraba en el
subsuelo, se apagaron las luces, comenzó el humo, se encendieron luces rojas y
se ordenó abandonar el buque. Busqué mi casco y mi fusil. Cuando llegué a la
cubierta, vi a mis soldados que ya estaban en el agua, alcanzando la costa que
estaba a 40 o 50 metros. Giré la cabeza y vi que un Sea Harrier venía
ametrallando el buque y me tiré al agua. Es la primera sensación que tengo, lo
salado del agua. Soy correntino y en mi vida había visto una masa de agua tan
grande. Cada vez que voy al mar me vuelve el recuerdo de aquel 21 de
mayo".
Cuando el grupo alcanzó un islote, Navarro de
pronto vio que el soldado Rodolfo Sulín se había arrojado al agua nuevamente.
Había vuelto al barco. En un bote salvavidas cargó ropa seca y víveres. Por
dicha acción, le otorgarían la Medalla de La Nación Argentina al Valor en
Combate. Más tarde se enterarían de que Sulín era hijo del capitán de un buque
mercante y se había criado en el mar. "Esas provisiones nos ayudaron a
sobrevivir todo aquel día y el día siguiente. Mientras tanto, estábamos alerta
para abrir fuego si aparecían los ingleses", explicó Navarro.
José Eduardo Navarro
"Un rosario de locos"
Gran alegría en Darwin cuando vieron llegar al
grupo, al que daban por desaparecidos. Y la providencia quiso que Navarro se
encontrara allí con el Subteniente de infantería Juan José Gómez Centurión, a
cargo de la sección Romeo de la Compañía C del Regimiento 25.
"Encontrarme con Juan José fue como haber
encontrado a un hermano. Un año antes había muerto mi único hermano, destinado
en el Grupo de Artillería 9 que comparte guarnición con el RI 25. En diciembre
del año anterior fui a buscar sus restos y lo conocí a Gómez Centurión.
Imaginate verlo un año después en Darwin, fue como ver a mi hermano. Abrazarlo
y llorar de angustia fue mi primera reacción".
Gómez Centurión relató: "Cuando lo vi venir
caminando por el muelle de Darwin, fue ver a mi amigo muerto. José es muy
parecido a su hermano, hasta los dos son chuecos".
¿Qué hacés acá?
Mirá, acaban de hundir el buque donde traía los
cañones. Quiero recuperarlos. No se cómo, pero quiero recuperarlos, le dije a
Gómez Centurión.
"De por sí, eso era una locura porque el lugar
estaba identificado por los ingleses, señalizados por ellos", fue lo
primero que respondió Gómez Centurión. "Alguien le había dicho a Navarro
que yo tenía un traje de neoprene, pero era para verano. Aun así, de la nada,
comenzamos a armar la operación".
Navarro y Gómez Centurión contaron que hicieron
participar "a un rosario de locos". Y hasta de la nada apareció un
Chinook, un helicóptero de la Fuerza Aérea, piloteado por el Mayor Posse, que
los llevó al lugar.
El Río Iguazú estaba escorado de popa, con la
bodega totalmente inundada. El entonces Subteniente contó: "Había que
entrar a la bodega por un tambucho de 70 por 70 cm, y sumergirse en agua cuya
temperatura era de cinco grados. Yo no tenía ni testera, fundamental para
proteger los oídos, ni visor ni patas de rana ni tubo de oxígeno. Haría el
trabajo en apnea, esto es, aguantando la respiración y, en total oscuridad,
tantear lo que yo consideraba era una pieza del cañón".
Mientras hacía esa tarea, Navarro con los soldados
estaban parados sobre cubierta y Gómez Centurión les iba acercando lo que
encontraba. Si servía se guardaba en un bote salvavidas; en caso contrario, se
tiraba al agua. Al final de ese día, habían recuperado un cañón. Y al día
siguiente, se recuperó casi la totalidad del otro. "Llegamos a armar un
cañón entero y el otro, en unos tres cuartos. Lo importante que con esos
cañones se combatió en Darwin, brindando apoyo de fuego a la infantería. Los
británicos se vieron severamente sorprendidos por ese poder de fuego argentino,
con el que no contaban", recordó Navarro.
El 25 de Mayo en el Río Iguazú
"Cuando Navarro partió con sus hombres, con mi
sección nos quedamos en el Río Iguazú y festejamos el 25 de mayo. Teníamos la
misión de desarmar el buque: romper la radio, deshacernos de las cartas náuticas
y destruir el sistema de claves", información muy valiosa para los
ingleses, explicó Gómez Centurión.
El capitán del barco le había dicho: "El buque
es suyo, llévese lo que quiera". "Dispuse entonces tomar todo lo que
nos pudiera ser útil. Recogimos ropa nueva y una cantidad importante de
alimentos en conserva, que en la guerra es un verdadero tesoro".
"Cuando regresé, un Mayor pretendió hacerse de
esas provisiones y vestimentas y repartirlas a su parecer, a lo que me negué. “Antes
de entregárselas, las tiro de nuevo al agua”, amenacé. Y ahí quedó la historia.
Es lo que yo creía".
Andrés Fernández
28 de mayo: el enfrentamiento con 250 paracaidistas
británicos
Días después, a Gómez Centurión y a su sección le
ordenaron dar seguridad en un puente, situado 8 km al sur de Darwin, un punto
muy alejado que no tenía relevancia. Él adjudicó esta orden al entredicho que
había tenido con el Mayor por las provisiones unos días atrás. "Ocurrió
que con esa orden lo que se hizo fue dividir la reserva, debilitándola. La
reserva es el elemento que se va a usar en el peor momento, es la última
opción, que la convocan para revertir una mala situación", explicó Gómez
Centurión.
"Lo conveniente hubiera sido, según explicó a
Infobae el ahora Mayor retirado, era haber combatido todos juntos. De haber
sido así, yo hubiera peleado al lado de Estévez".
¿Cuál era el panorama a esta altura?
Para entonces los británicos habían consolidado la
cabeza de playa y como las fuerzas argentinas no dominaban ni el mar ni el
aire, el combate en tierra tendría un tiempo limitado: la cabeza de playa era
el comienzo del fin de la guerra. "Fortaleza rodeada, fortaleza
tomada", es el axioma en la estrategia militar.
El 26 de mayo al mediodía, con 38 soldados, Gómez
Centurión partió al punto convenido, sin comunicaciones, abastecimientos ni
conectividad para recibir refuerzos.
A la noche del 27, comenzaron a oír fuego naval.
Más cerca de medianoche disparos de artillería y a las dos de la mañana el
tableteo de las ametralladoras. "Cuando en la guerra hablan las
ametralladoras es porque hay combate cercano. Y nosotros estábamos a 15
kilómetros", expresó Gómez Centurión.
Estévez
Con sus hombres, regresó al puesto de comando en
Pradera del Ganso y se presentó al jefe de la fuerza de tareas. Y escuchando al
soldado Rodríguez por radio, se enteró de la peor noticia: su amigo, el
Teniente Roberto Estévez, había muerto y su sección Bote estaba diezmada.
"No, no puede ser, el Teniente Estévez no puede estar muerto", afirmó
entonces.
"Éramos amigos. Habíamos hecho todos nuestros
cursos juntos, habíamos soñado un montón de cosas. Habíamos planeado distintos
tipos de maniobras en caso de combatir juntos. Me retuvieron por una hora, a la
espera de refuerzos, para salir hacia el sector norte. Mientras tanto veíamos
llegar a soldados heridos, mutilados, en shock; lo único que quería hacer era
salir de ahí", contó Gómez Centurión.
Hay un cocinero en mi sección
A las 08:30 emprendieron la marcha hacia el norte,
con muy mala información sobre dónde estaba el enemigo. Tomaron el camino de la
costa y, cuando estaban por llegar a la escuela de Darwin, el fuego intenso de
dos ametralladoras inglesas le cerraban el paso. Gómez Centurión recordó:
"Sentía que estaba perdiendo el tiempo. Dimos vuelta, hicimos el camino
para atrás".
En la sección se había sumado el Cabo cocinero
Andrés Fernández, de 24 años, quien de pronto se había visto sin ningún
destino. Como solo estaba armado con una pistola, en la enfermería se había
hecho de un FAL y así se acopló a la sección Romeo.
Fernández explicó a Infobae: "Mi vocación
militar la tenía desde chico; somos diez hermanos, y los siete varones habían
hecho el servicio militar y justo yo me había salvado. Cuando veía a mis
hermanos en uniforme o escuchaba el Himno, tenía sentimientos muy profundos.
Fue así que entré a la Escuela de Suboficiales, porque realmente así lo
sentía". Y agregó: "con Juan
José éramos los últimos, íbamos cubriendo a los soldados".
38 contra 250
El entonces jefe de la sección relató:
"Volvimos a dar la vuelta para encarar el contraataque. Pasamos la
escuela, llegamos a una altura y vimos a las tropas inglesas, apretadas por un
campo minado que habíamos puesto con el Teniente Estévez tiempo antes".
Fue cuando comenzó un intenso combate. Los 38
argentinos situados sobre una loma y 250 paracaidistas británicos disparando
desde abajo. La diferencia era notoria, más aún si se tiene en cuenta que
nuestros soldados disponían de solo 120 tiros.
De pronto, la sorpresa. Del tercer grupo le
gritaron a Gómez Centurión: "¡Mi subteniente, se rinden!"
Describió: "Del otro lado, teníamos una
hondonada con una piedra muy característica. Con mis anteojos de campaña,
detrás de esa piedra, veo a dos ingleses que levantan sus cascos con sus
fusiles".
"¡Alto el fuego!", ordené.
Nadie disparaba. Silencio mortal.
Cientos de pensamientos se cruzaron por la mente de
ese Subteniente de 23 años. Era su primer combate contra los británicos. "¿Cómo
establecer los términos de la rendición?, hasta me vino la imagen del General
Beresford rindiéndose ante Liniers".
Gómez Centurión bajó la loma junto al Sargento
García. "Nos encontramos a diez metros. El inglés era de buen porte,
estaba mimetizado; en el combate, nunca le ves las caras, no sabés si es joven
o viejo".
¿Hablás inglés?, preguntó.
Si, hablo inglés, contestó Gómez Centurión.
Si me entregás el armamento de toda tu gente, salen
todos vivos.
"Yo aún no tenía heridos. Creo que pensó que
yo era una avanzada de una fuerza mayor que venía detrás. Nunca entendió que un
tipo solo estaría en ese lugar", reconoció Gómez Centurión.
Yo te garantizo la vida de todo el mundo, insistió
el jefe inglés.
"Mi sorpresa fue muy grande; creí que me iba a
dar la rendición, hasta se me había cruzado que debía entregarme su pistola 9 mm,
que sabía dónde la portaba".
En dos minutos abro fuego, advirtió.
¡No, pará, conversemos!, pidió el inglés.
"Me volví y comencé a subir, más confundido
que cuando bajé".
La situación de los 38 soldados argentinos estaba
muy comprometida. Estaban solos, sin posibilidad de que llegasen refuerzos.
Estaban en un terreno donde en un flanco tenía el mar y en el otro un campo muy
abierto. Pero hasta ese momento no tenían ni un solo herido.
En el momento en que Gómez Centurión subía la loma,
dos ametralladoras inglesas abrieron fuego. "Apuré el paso, me di vuelta y
le disparé al oficial con el que había parlamentado. Y cayó muerto".
Así moría el Teniente Coronel Herbert Jones, 42
años, jefe del Segundo Batallón del Regimiento de Paracaidistas. Fue el oficial inglés de más alto rango caído en la guerra del Atlántico Sur.
Y se desencadenó el infierno. Disparos ingleses
desde abajo, desde arriba, desde los costados. Y es cuando la sección argentina
tiene sus primeras bajas.
Y al joven jefe argentino se le sumó la complejidad
de los gritos del dolor del herido. "El clamor del herido es tremendo por
lo que representa y por el impacto en la moral de la gente, sobre todo cuando
no disponés de un equipo de camilleros. En una fracción de segundos hay que
decidir a quien se atiende en el campo y a quien evacuar, porque si no se lo
evacúa puede morirse ahí mismo y generará una disminución en la moral de
combate en el resto de los soldados".
Uno de los heridos graves era el Soldado Miguel
Ángel Canyaso. "Tenía un disparo que le entró por la frente le rodeó el
cuero cabelludo y le había salido por la nuca, recuerdo que tenía la cabeza
abierta como una flor. Tenía pulso, contó Centurión. Le doy la extremaunción,
rezo un Padrenuestro y le hago la señal de la Cruz".
Cargalo y llévalo, le ordenó al Negro Aguilera.
Está muerto.
¡Cargalo y llevalo, que está vivo!
"Es muy peligroso cargar a una persona en
combate, porque camina tres veces más despacio y es un blanco móvil para
cualquiera. El que está tirando del otro lado no ve si es una bolsa de munición
o un cuerpo", explicó Gómez Centurión.
Canyaso sobrevivió y fue condecorado por Herido en
Combate. Luego de una hora, quedaron entre cuatro o cinco argentinos, que
cubrían el repliegue de sus compañeros. Y es en ese momento cuando hirieron al
Cabo Fernández.
Él lo cuenta: "Estaba cubriendo a Juan José,
que estaba más adelantado. Cuando comenzó el tiroteo, disparé. Yo hacía mucha
práctica de tiro en el polígono, tenía la certeza de que no iba a errar, y
entonces bajé a dos ingleses. En ese momento, sentí como un fuego en la cadera
y me empezaron a tirar de todos lados. Yo apenas me cubría cuerpo a tierra
detrás de un poste, y otro disparo me impactó en mi pie. En el momento continué
combatiendo, por la propia energía que uno tiene y por la adrenalina".
"Algo inexplicable me salvó la vida"
"Juan José se acercó y trató de llevarme, pero
no pudo arrastrarme. Me cubrió y me dijo que me iba a volver a buscar. Me colocaron
dentro de un pozo y me quitaron el armamento para que los ingleses vieran que
no representaba un peligro. Estuve consciente hasta que vi pasar a un inglés
agazapado".
De pronto, Fernández hace un alto en relato.
Visiblemente emocionado relató: "En ese momento algo me cubrió, es algo
que nunca pude explicar; lo único que sé es que era algo celeste y blanco, que
me dijo que no me preocupase, y no me acuerdo nada más. Mis compañeros me
contaron que yo me quejaba. Recobré la conciencia en la salita de
campaña".
Cuando cayó el sol, comenzaron a plantearse ir a
buscar al cabo Fernández. Todos querían rescatarlo. "En la guerra se ve al
ser humano en toda su dimensión: compartir la última comida, compartir el
último cigarrillo, hacer el trabajo riesgoso de otro hasta los actos más
grandes de miseria como el soldado enemigo que corta un dedo para sacar un
anillo; eso te empieza a calibrar otra sintonía de la condición humana",
reflexionó Gómez Centurión.
"Ignorábamos la gravedad de su lesión, posteriormente
supimos que tenía quebrada la cabeza del fémur, y si precisaba un modelo de
evacuación específico. Pedí voluntarios, aparecieron siete u ocho, elegí a los
más corpulentos, el vasco Aguerrebengoa y Carobbio. Les hice dejar el armamento
para que ellos no se enfrentaran con nadie. Porque nosotros no éramos
camilleros".
A Fernández hubo que salir a buscarlo en la
oscuridad de una noche completamente cerrada. Gómez Centurión recordó:
"Fue muy complejo, porque los ingleses nos abrían fuego exploratorio,
hasta de un helicóptero que transportaba heridos. A Fernández lo ubicamos luego
de dos horas y media por sus gritos. Cuando lo quisimos mover, gritaba aún más.
El vasco llegó a ponerle un pañuelo en la boca. Y así lo llevamos hasta las
líneas propias".
Luego de la rendición, Fernández recordó que una
noche muy fría, que nevó, los ingleses lo llevaron en helicóptero a San Carlos.
Lo dejaron en una especie de cueva junto a otros prisioneros. Recuerda a un
inglés que le echaba whisky en sus heridas. De ahí fue al buque hospital
Uganda, fue canjeado por ingleses heridos el día 5 de junio y en el Bahía
Paraíso lo llevaron a Puerto Madryn y a Bahía Blanca, donde lo operaron.
El amigo que tardó en irse
"Cuando fui a identificar los cadáveres de mis
camaradas para sepultarlos en una fosa común, identifiqué el de Estévez,
especialmente por la forma en que se ataba los borceguíes. Cuando los ingleses
nos trasladaban al continente en el Norland, creía verlo al Teniente Estévez en
la escalera del buque. Mucho tiempo después asumí que había muerto".
Fernández, que actualmente trabaja en una escuela,
aseguró: "La guerra me enseñó a ser más humano, a ser buena persona a
valorar lo que uno hace".
Navarro dijo: "La guerra fortaleció mi
vocación de soldado, me probé a mí mismo, ser soldado en defensa de un objetivo
patriótico, y vi eso en mis hombres. Nadie te prepara para las miserias de la
guerra. Podés ser fuerte en carácter o en espíritu, pero la guerra cambia
todo".
Gómez Centurión, que fue condecorado con la Cruz La
Nación Argentina al heroico valor en combate, finaliza: "El único lugar
donde la gente siente el cariño y no siente la hostilidad es en su fracción. Es
tal el vínculo con el camarada y tanta la sensación de protección, que el
domingo a la noche, cuando el veterano está en una situación límite por su vida
o por su familia, llama a su Cabo o a su Subteniente treinta años después. Ahí
estará alguien que lo va a proteger".
Fuente: https://www.infobae.com
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