Por Héctor Hugo Sánchez (*)
Los recuerdos que tengo del querido Luciano Lucho
Guadagnini se remontan a los años en que éramos cadetes en la Escuela de
Aviación Militar. Él había ingresado un año antes y se marcaba la diferencia
que debe existir entre superior y subalternos en la etapa de formación como
militares.
Por problemas de salud no pudo realizar el Curso de
Pilotos con sus compañeros y lo realizó en el año 1976 con nuestra promoción,
la 41. Si bien era considerado una persona justa por todos los integrantes de
la Fuerza, fue a lo largo de ese curso para recibirnos de Aviadores Militares,
donde pudimos valorar más al excelente profesional y ser humano que era
Luciano. Fue lo que más me impactó de él y nunca cambió a lo largo del tiempo.
Al año siguiente fuimos seleccionados para realizar
el Curso de Piloto de Combate en Mendoza y así seguimos transitando el camino,
para alcanzar la meta de ser pilotos de combate.
Toda Unidad de la Fuerza Aérea tiene un edificio
para residencia de los oficiales solteros. Esa era la situación de la mayoría
de los que fuimos destinados a la IV Brigada Aérea. Allí Lucho se encontró con
otros compañeros de su promoción que estaban en espera para realizar el CB2
(Curso de Piloto de Combate) y se formó un lindo clima de camaradería entre las
dos promociones, la 40 y la 41. Tanto fue así que Lucho compartió la habitación
con Tito Gavazzi y fue el lugar de encuentro para distendernos y divertirnos
con los demás cursantes. Fue un año de gran esfuerzo y dedicación para poder
culminar en una unidad operativa. Luciano se seguía distinguiendo por la
capacidad que tenía para el estudio, por la aplicación, adaptación al vuelo y
sus características personales. Ser apreciado por todos es muy difícil en una
carrera tan competitiva como la nuestra, pues solo algunos son elegidos para
continuarla en una Unidad operativa de la FAA.
Durante 1978, fuimos seleccionados doce pilotos
para volar los A4-B en Villa Reynolds. Luciano era el más antiguo de las dos
promociones y allí cumplió con las exigencias que los cursos demandaban. Voló
el sistema de armas hasta alcanzar el cargo de Jefe de Sección, con el cual
participó durante el conflicto de Malvinas. También, pero como actividad
secundaria, llegó a ser comandante de los bimotores Guaraní G II que formaban
parte de la dotación de la V Brigada Aérea.
También y gracias a su capacidad profesional, fue
seleccionado para ser el Ayudante del Jefe de Brigada. Por ese entonces el cargo
de Jefe de Unidad lo ocupaba un Brigadier.
Siempre fue reconocido, tanto por sus superiores
como por el resto de los camaradas, como un excelente profesional con
cualidades innatas para el vuelo. Fue allí donde llegamos a forjar una gran
amistad con el querido Lucho y cuando transitaba sus últimos años de soltero.
Tuve la suerte de compartir la habitación en el Casino de Oficiales de la
Brigada, eso permitió que nos contáramos los más íntimos detalles personales y
familiares. Sabía tanto de él como Lucho llegó a conocer de mí: la niñez y
juventud vividas en su querida Bahía Blanca, sus gustos y grandes conocimientos
sobre mecánica automotor. Él tenía un Renault 4S al que reparaba completamente,
al igual que los autos de sus amigos. Siempre dispuesto a ayudar
desinteresadamente a su prójimo.
Nuestro cuarto tenía un baño y dos habitaciones, la
primera la utilizábamos como recepción y/o estudio. ¡En ese lugar, en alguna
oportunidad, me encontré con un tambor de 200 litros donde tenía las partes del
motor de su auto desarmado y sumergido en un líquido limpiador, tarea que la
había realizado personalmente!
Compartimos muchas actividades, incluidos los
viajes en su “Renoleta” que hacía a Córdoba para visitar a su novia y futura
esposa Graciela Poli Guadagnini. Recuerdo que, en uno de esos viajes, vimos
detenido al costado del camino el auto de otro gran ser humano, el querido Pepe
Ardiles, tenía un Fiat 800, “la Saeta Roja”, en medio de la nada. Enseguida
Lucho se detuvo para auxiliarlo.
Como todos los que abrazamos esta bendita
profesión, los sueldos magros, solo nos permitían comprar los autos que el
salario nos permitía.
Son inolvidables las clases de inglés a las que
asistíamos con Lucho y el Voltio Delgado, entre otros, que nos daba la Sra.
esposa de nuestro Jefe de Escuadrón. Nunca voy a olvidar cómo nos divertíamos
con las barbaridades que decíamos tratando de hablar en inglés.
A Lucho lo caracterizaba su buen humor. Era muy
difícil encontrarlo molesto por algún motivo. También es muy difícil encontrar
una sola foto del Lucho en la que no esté sonriendo. Estar junto a él era
garantía de pasar un buen momento, distendido y divertido. Siempre tendré
grabada su sonrisa en mi memoria.
Recuerdo también que le gustaba leer la revista
Hortensia, se dedicaba a buscar sobrenombres y ponérselos a los integrantes del
grupo de amigos. Era muy gracioso escucharlo todas las semanas, poner un apodo
nuevo a algún compañero. Tampoco yo pude escapar a su ingenio.
Formó una hermosa familia con Poli y su primera
hija, Andrea. Era costumbre que los casados invitaran a los solteros a
compartir cenas en familia, cosa que Lucho mantuvo con sus amigos y compañeros
de armas. Desde la distancia, parece una tontería, pero los bajos salarios y
los tiempos difíciles que atraviesa toda pareja que recién comienza, hacían que
esas invitaciones significaran un esfuerzo económico enorme.
Todavía hoy guardo entre mis recuerdos más
valiosos, una carta que Lucho me escribió desde Río Gallegos el 28 de abril de
1982 en respuesta a una que le había enviado.
Cada uno de nuestros compañeros caídos en combate
significó la pérdida de un hermano de sangre.
Los innumerables e inolvidables momentos
compartidos y la confianza que supimos tener el uno por el otro, hacen que no
pase un solo día sin que lo recuerde. Fue un ejemplo como padre de familia,
como militar y como ser humano. Nos dejó su ejemplo hasta el último aliento de
vida y lo que significa el juramento a la patria, de “seguir constantemente su
bandera y defenderla hasta perder la vida.”
(*) Segundo Escuadrón A-4B
Fuente: https://www.facebook.com
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