Los suboficiales abocados a las máquinas de popa,
sector neurálgico y donde impactó el primer torpedo provocando 272 bajas,
relataron a Infobae detalles poco conocidos sobre el hundimiento y la odisea
que padecieron durante 26 horas de naufragio en el Atlántico Sur
Por Loreley Gaffoglio
Por su cabellera casi lampiña, en la Armada lo
apodaban "El Ruso". Al cumplir 15 años, el designio materno decretó
que debía alistarse junto a su hermano Roberto en la Escuela de Suboficiales de
la Marina. Su madre María Delia procuraba alejar a sus hijos del infortunio y
de la escasez que la familia padecía en Colonia San Joaquín, un enclave rural
santafecino con apenas 25 ranchos donde desde los 8 años los chicos sembraban a
la par de los adultos papas, algodón y maíz.
No había tregua ni vacaciones. Las labores en el
campo se extendían los siete días de la semana los 365 días del año y aun así
los alimentos se racionaban en la mesa familiar. Don Manuel, el padre, peón de
la Estancia La Pilgará, propiedad de terratenientes ingleses, intuía que no
soportaría el desapego, pero ellos merecían un mejor futuro y terminó aceptando
la decisión indeclinable de su mujer.
Ricardo “El Ruso” Wery, retirado en 2007 con el
grado de Suboficial Primero maquinista, evoca la odisea que se vivió dentro del
Belgrano, en el sector de los comedores, una cubierta más arriba de donde
impactó el primer torpedo del submarino nuclear Conqueror.
Hasta entonces el mundo para los hermanos Wery se
ceñía a ese tapiz verde y bucólico de Santa Fe. Un terruño en el que el mar y
los buques aparecían fuera de escala y se perfilaban como una inescrutable
abstracción. Ni siquiera habían visto el mar en una foto o en una ilustración.
En su precoz imaginario, la faena marina cobraba la dimensión de un enigma.
Pero el mar fue para el futuro maquinista Ricardo
"El Ruso" Wery (60) un arrobamiento instantáneo. Y navegar en los
buques, reparar las máquinas y respirar el límpido aire oceánico bajo un manto
fulgurante de estrellas, se convirtió enseguida en una suerte de adicción.
Durante el conflicto con Chile, "El Ruso"
patrulló el irascible Canal de Beagle a bordo del portaaviones ARA 25 de mayo y
un año y medio antes de desencadenarse la Guerra de Malvinas ya cumplía
funciones poniendo a punto los generadores de emergencia, contiguos al sector
de máquinas del Crucero General Belgrano.
Misión riesgosa
1 de mayo de 1982:
mientras el Belgrano navegaba junto a los destructores Bouchard y Piedra
Buena desde la isla de los Estados rumbo a Malvinas, el grueso de la
tripulación desconocía los pormenores de una misión casi imposible, luego
abortada: localizar por el sur y atacar a la flota británica.
El Ruso había zarpado con los otros 1092 tripulantes
de la base de Puerto Belgrano el 16 de abril. No tenía noticias sobre el
destino de su hermano, embarcado como camarero del ARA San Antonio para la
Operación Rosario. En los momentos de ocio, de eso hablaba con su colega, Blas
Fernández, también maquinista, y con un novel conscripto de sus pagos
santafecinos con quien alimentó una fecunda amistad. Aquel joven, decisivo en
el destino de Wery, tenía 18 años y era oriundo de Las Toscas, un pueblo 300 km
al norte de Colonia San Joaquín. Se llamaba Héctor Aníbal Casali.
La última imagen del ARA Belgrano antes del
hundimiento navegando por Usuhaia
2 de mayo: 15.50
Diez minutos antes de la hora estipulada, al Cabo Segundo
Ricardo Wery le llegó el relevo en el sector de las máquinas de popa. Se
dirigió al comedor para merendar, ubicado una cubierta más arriba del cuarto
que albergaba la propulsión del buque. El amplio comedor, a su vez, se dividía
en dos largos ambientes y a esa hora estaba repleto de gente. Wery se sirvió
chocolate caliente y facturas. Pensaba ubicarse en el salón principal con el
resto de sus camaradas, cuando una voz lo detuvo.
“Ruso, venite acá conmigo que estoy solo. Necesito
conversar, le imploró su coterráneo, el conscripto Casali”.
Wery accedió y cuando estaba por sentarse, un
estruendo seco y atronador, seguido por un insaciable fogonazo estremeció la
estructura plúmbea del Belgrano. El reducto quedó inmediatamente a oscuras. Las
mesas remachadas al piso volaron violentamente por el aire, lenguas de fuego
invadían el comedor y había rajaduras y partes levantadas de la cubierta. Por
allí brotaban agua de mar y petróleo a presión. Los gases y el vapor mezclados
con un viscoso humo blanco tornaron irrespirable el ambiente.
Como todos los años, Wery y los tripulantes del
Belgrano que quedan con vida participarán hoy en la Base de Puerto Belgrano del
homenaje a los 323 marinos y conscriptos que murieron en el Atlántico Sur.
Ellos son los Héroes del Belgrano.
El efecto devastador del primer torpedo Mark 8
lanzado con sigilo a una distancia de 5000 metros por el submarino nuclear HMS
Conqueror, no radicó sólo en el impacto de sus 364 kilos de carga explosiva
bajo la línea de flotación, en el costado de popa, por la banda de babor.
Su poder letal fue la sinergia del impacto en los
tanques de combustibles: en segundos ardió todo el sector de las máquinas de
popa, incluidos los sollados y camarotes donde descansaban los suboficiales.
La nave se escoró en el acto 5° babor. Quedó en
penumbras y cesó la propulsión. Por la onda expansiva, Wery salió despedido
varios metros y segundos después, sobreponiéndose al aturdimiento, logró
incorporarse.
“Gringo, vení, acompañame. Veamos qué podemos hacer,
le gritó Wery con desesperación al conscripto Casali”.
Adquirido a la marina estadounidense, el Belgrano
sobrevivió al bombardeo de Pearl Harbor en 1944 cuando se llamaba Phoenix,
luego fue comprado por la Argentina durante el gobierno de Perón, se lo bautizó
primero como 17 de octubre y más tarde como Crucero General Belgrano.
Caminaron en dirección a popa hacia el comedor
principal, donde Wery había originalmente planeado merendar si no hubiese sido
por aquel llamado milagroso de Casali. La
voracidad de las llamas exponía la devastación.
Observó que el piso en ese sector había
desaparecido. Ahora se abría un abismo de fuego en el que retumbaba el crujir
de hierros y el acero destrozándose entre sí y los alaridos y el eco ahogado de
gente bañada en petróleo. Se estaban quemando vivos y pedían una ayuda a todas
luces estéril.
El preludio del fin
"Hacia popa las llamas alcanzaban el techo y
el vapor y los gases nos asfixiaban en medio de la oscuridad. Pero la mayor
tragedia se sucedía en las entrañas del buque, debajo de la línea de
flotación", evoca a Infobae Wery.
Y se le quiebra la voz. "Recuerdo haber visto
en el comedor principal a dos camaradas suspendidos en el aire, aferrados a
cañerías o cables del techo gritando socorro, porque el piso había volado.
Traté de acercarme, pero era imposible salvarlos: en un instante ambos se
desplomaron en la profundidad de la sala de máquinas".
Una de las imágenes que dieron la vuelta al mundo:
tomada por la cámara del Teniente de Fragata Marcelo Sgut: el Belgrano es
abandonado y, escorado a babor, comienza a ser devorado por el océano. En una
hora el buque se fue a pique, pero antes permitió que se completara el
abandono.
A las 16:01, ese sector neurálgico del ARA
Belgrano, contiguo a los tanques de fuel oíl naval, se transformó en una
hoguera de acero fundido, mientras la ingente entrada de agua contribuía a un
vertiginoso apopamiento del buque.
Doscientos setenta y dos miembros de la dotación
perecieron en aquel calvario.
Casi simultáneamente, segundos después, un segundo
torpedo cercenó unos 15 metros la proa del Belgrano, pero aquel estruendo, un
buque de casi dos cuadras de largo, no fue percibido por Wery.
En la cubierta principal y en el centro del buque
se ubicaba la espaciosa cocina donde se preparaban albóndigas que serían
servidas con papas hervidas en la cena, narró el comandante Héctor Bonzo,
fallecido en 2009, en su libro 1093 Tripulantes.
"Al producirse las explosiones y sin saber a
ciencia cierta qué estaba pasando, el cocinero cortó rápidamente la
alimentación eléctrica como medida precautoria y creyó que su acción era la
causante del cese de energía. Como la escora se hizo notar rápidamente, todos
tendieron a sacar las sartenes con aceite que estaban sobre las hornallas, para
evitar que al caer sobre la plancha caliente se provocara un incendio".
En medio de un mar calmo, que se tornaría furibundo
dos horas después, la nave de 185 metros de eslora se desplazaba a 14 nudos (55
km) por hora, al sur del Banco Burdwood, casi a la misma latitud de la isla de
los Estados, hacia donde se dirigía. Como una ironía el portento artillado,
bautizado en 1944 por la marina norteamericana como Phoenix había sobrevivido
incólume al ataque de Pearl Harbor pero ahora comenzaba a zozobrar en el
Atlántico sur.
Salvarse por una amistad
El amigo de "El Ruso", el cabo segundo
Blas Fernández era el encargado del mantenimiento de las calderas principales
que accionaban las turbinas. Cumplía guardia de 16 a 20 en lo que en argot
naval se denomina Cuarto de Combustible.
El Suboficial Blas “Copetona” Fernández en uno de
los cuartos de máquinas del ARA Belgrano que hoy yace a 4000 m de profundidad.
"Había almorzado tallarines con tuco, me fui a
dormir una siesta y como no podía descansar me duché, me vestí y me fui media
hora antes a tomar mi puesto de guardia y relevar al cordobés Horacio “Fatiga”
Romero, el primer trasplantado, años después, de corazón y pulmón por René
Favaloro", relata Fernández, apodado "Copetona", en honor al
pueblo de Tres Arroyos donde nació.
"Al llegar, Romero me invitó a tomar unos
mates con los muchachos. Yo al principio me negué. Debía ajustar tres válvulas
en los tanques y prefería terminar antes con eso. Pero fue tan insistente que
al final accedí. Un grupito nos apoltronamos en un pasillo y al cuarto mate
sobrevino la explosión ", cuenta Fernández.
"Creo que al igual que El Ruso ambos íbamos directos
a la muerte, pero por esas cosas del destino la amistad nos salvó la
vida", reflexiona.
El maquinista Blas Fernández durante un homenaje de
la Armada a la tripulación del Crucero hundido en el Atlántico Sur.
Con el corazón acelerado y las emociones al límite
nublándole la razón, en medio de la
oscuridad Fernández pudo escapar de allí haciendo el recorrido de memoria hasta
cubierta. Otros gateaban por los pasillos. Habían sido entrenados para sortear
todo tipo de obstáculos en los zafarranchos de siniestro.
"No pude salvar a ningún compañero. Salvo mi
grupo, todos habían muerto o agonizaban quemados. Nada, nada podía
hacerse", se lamenta.
"¿Dónde está el conscripto Casali?"
Ni el Ruso Wery y ni Fernández sintieron el
estremecimiento del segundo torpedo, lanzado simultáneamente. En total fueron
tres los MK8. El último le apuntó al centro de la estructura, pero nunca
explotó o se desvió. Los maquinistas,
cada uno por su lado, buscaron sus salvavidas y bolsos de supervivencia.
"Había quedado con Casali en que lo volvía a
encontrar en la cubierta principal, ya que sus cosas estaban en un sollado más
alejado del mío. Habrán pasado 20 minutos del primer impacto, cuando la escora
del buque era ya muy pronunciada. No funcionaba ningún sistema de comunicación,
pero a través de un gong a las 16: 23 se ordenó el abandono del buque por
babor. Mi jefe, el Teniente de Navío Díaz, temía un ataque aéreo y por eso
arrojamos por la borda los tambores de combustible JP1 del helicóptero. En una
de esas maniobras llegué a ver a Casali a unos 40 metros de donde estaba yo.
Esa fue la última vez que lo vi con vida. No sé si llegó a la balsa o si cayó
al mar. Él fue uno de los 323 héroes del Belgrano", prosigue Wery entre
sollozos.
No se sabe si Héctor Casali, el joven conscripto de
18 años que sin saberlo le salvó la vida a Ricardo Wery desapareció en el mar
al arrojarse a una de las balsas
El orden en la dotación cubriendo sus puestos de
abandono, con balsas numeradas previamente asignadas, contrastaba con las
desgarradoras escenas que se veían en cubierta.
A los quemados, los enfermeros les aplicaban morfina y con la propia
sangre del herido les dibujaban en la frente una M seguida con el horario
exacto de la inyección. Frazadas y sábanas rescatadas de la enfermería se
apilaban sobre la cubierta principal junto a un paciente convaleciente,
recientemente operado de apendicitis, y personas con la movilidad reducida
debido a múltiples fracturas.
Hubo además héroes anónimos del sector Control de
Averías que munidos con máscaras OBA hasta último momento se adentraban en las
cubiertas bajas intentando rescatar a quien quedara con vida.
Abandono del buque
Wery y Fernández estaban asignados a una misma
balsa con capacidad para 22 personas. Con una navaja cortaron el cabo del
amarre y la ataron a la barandilla a mitad del largo del buque. Recién después
la lanzaron por babor.
El Belgrano se había inclinado casi 40° y el oleaje
comenzaba a azotar con vehemencia el casco. Uno a uno los 17 miembros de aquel
grupo se fueron arrojando sobre el techo inflable de la balsa. El movimiento
busco y pendular de la embarcación de salvamento provocó que algunos cayeran al
mar. Pero el espíritu de cuerpo rápidamente rescató a caídos.
Un remo roto sirvió para entablillar la pierna de
un fracturado en la maniobra. Mientras con el otro procuraban alejarse del
buque para evitar el efecto succión a medida que el océano lo iba engullendo
por la popa. Los tripulantes intentaron
atarse al resto de las balsas. Pero la marejada frustró la maniobra.
El Belgrano se hundió por la popa y al desaparecer
conmocionó a la tripulación que observó esos momentos dramáticos desde las
balsas
"Ya eran las 17 de aquel 2 de mayo de 1982,
cuando las 9000 toneladas de agua que embarcaron en el Crucero durante 60
minutos, lo tumbaron como a un gigante herido de muerte. Había conservado hasta
ese momento la dignidad que lo acompañó durante toda su vida. Por eso giró
hacia las profundidades, en una especie de acomodamiento continuado pero suave,
asombrando a los que desde las balsas tenían fuerzas y ánimo para verlo
desaparecer físicamente por siempre", escribió el comandante Bonzo.
El Belgrano, retratado en aquella inmersión fatal y
definitiva por el Teniente de Fragata Martín Sgut, esperó hasta que el último
marino lo abandonara. Y, tal como decía su lema grabado arriba del puente de
mando, honró hasta último momento las palabras del Almirante Guillermo Brown: "Irse
a pique antes que rendir el pabellón".
"¡Viva la Patria! Viva el Belgrano", fue
el lamento disperso, estremecedor, que retumbó en aquel confín del Atlántico.
Gritos mancomunados de desahogo, de impotencia, de dolor, acompañados por
lágrimas, bronca y llantos. Un último saludo. El tributo final a esa tumba
marina, de acero claudicante, en la que perecieron los héroes del ARA Crucero
General Belgrano.
Los minutos finales
"Fue un momento durísimo, seguido por una gran
explosión. Nosotros suponemos que la provocó el contacto de las calderas
hirviendo con el agua marina helada. Aunque otros dicen que, a las
santabárbaras, cargadas de municiones de los cañones las alcanzó el fuego y por
eso explotó", dice Wery.
El naufragio
Hundido el Belgrano, arreció un gran temporal con
olas de casi siete metros. Los 17 tripulantes de la balsa que compartían El
Ruso y Fernández intentaban darse calor con su orina y abroquelando los cuerpos
ateridos.
El jefe de la balsa temió por la hipotermia y lo
que se conoce como "muerte blanca": cuando el frío tan intenso
entumece partes del cuerpo y provoca somnolencia. Nadie debía dormirse por más
de 3 minutos y el compañero de al lado debía zamarrearlo si ello ocurría.
Cuenta Fernández que al estar subocupadas algunas balsas, con sólo tres
tripulantes, hubo casos de muerte por hipotermia.
No sabían cuánto tiempo duraría el naufragio, por
eso el primer día nadie bebió ni comió nada. Los rezos a la Virgen Stella
Maris, la patrona de los marinos, se alternaban con la entonación del Himno y
la canción de la Armada.
"Cuando veíamos que estábamos muy callados,
alguno siempre se ponía a cantar y los demás lo seguíamos", describe Blas
Fernández, que con su ropa mojada sufrió principios de hipotermia. Años
después, no sabe si a causa de esa afección, le extrajeron trozos de ambos
pulmones.
El comandante Héctor Bonzo dejó su testimonio y el
de sus camaradas en el libro “1093 tripulantes”
"Nunca pensé que me iba a morir. Jamás. Sabía
que nos estaban buscando", recuerda Wery. "En la balsa lo que a mí me
angustiaba era la preocupación que le estaría causando a mi mamá, mi papá y mi
hermano. En mi mente y en mi cuerpo, lo más importante era soportar el frío. Después
todo era cuestión de tiempo y de mantener a raya la ansiedad".
"Si no me morí incinerado en el cuarto de
combustible, pensaba por su parte Fernández,el frío no me va a doblegar. Tengo
que llegar bien a casa para ir a pescar corvinas con mi papá. Sí, sí, lo primero
que voy a hacer es ir a pescar".
El rescate
Habían transcurrido 20 horas interminables de
naufragio cuando un avión de la Armada divisó balsas a la deriva. Cinco horas
después los náufragos otearon la silueta del Aviso ARA Guruchaga, que junto a
los destructores Bouchard y Piedrabuena y el rompehielos Bahía Paraíso se
abocaron a las arduas tareas de rescate.
El buzo táctico César Ovelar, oriundo al igual que
Wery de Colonia San Joaquín, se zambulló en el mar con una amarra y sujetó la
balsa al casco del Gurruchaga. Wery al verlo lo desbordó la emoción.
A bordo los alzaban a cococho para trasladarlos
dentro del buque. Ninguno podía caminar. Tenían principio de congelamiento de
la cintura para abajo. Caldo, chocolate caliente, ropa seca, mantas y breves
turnos de descanso en las cuchetas para luego cederlas a los recién llegadas o
a los que padecían una peor condición. Dormían sentados, amontonados en los
pasillos y otros se acomodaban en las calderas para recuperar la temperatura
corporal.
El hundimiento del Belgrano, un doloroso capítulo
en la historia argentina, se cobró la vida de más de la mitad de los muertos
que arrojó la Guerra de Malvinas
El Gurruchaga era un barco chico, con poca
capacidad y a pesar de las limitaciones cumplió con una tarea heroica. A las 9
de la mañana del 5 de mayo atracó en el puerto de Ushuaia devolviendo a tierra
a más de 400 de los 770 sobrevivientes tras protagonizar el mayor rescate en la
historia naval Argentina.
A Blas Fernández le erigieron un monumento en su
pueblo de la provincia de Buenos Aires, Copetonas. Desde allí organiza charlas
en escuelas y universidades para que la memoria del Crucero Belgrano se
mantenga viva.
El buzo Ovelar avisó por telegrama a la familia de
Wery de que había sido rescatado con vida. Todo el pueblo de Colonia San
Joaquín fue a recibirlo como un hijo pródigo. Él, dice, hubiera preferido en
ese momento un reencuentro más íntimo, sólo filial. Abrazar y llorar junto a su
madre, Delia María y su papá, Manuel Alcides. Nunca se animó, no quiso, ir
hasta Las Toscas para reunirse con la familia de Héctor Casali, el conscripto que,
con su avidez por la conversación, terminó salvándole la vida.
A poco tiempo de su regreso, la vida volvió a
sorprenderlo: los patrones de la Estancia Pilgará donde trabajaba su padre
habían dispuesto un cheque para cada uno de los hermanos Wery por el tiempo que
pelearon en la Guerra de Malvinas.
"Nunca supe el motivo, pero recuerdo que
fueron el equivalente a dos meses de tareas en el campo", dice Weru
El Ruso, a diferencia de Fernández, nunca logró
sobreponerse del todo a la tragedia del Belgrano. Las imágenes más lacerantes
vividas por sus compañeros se reeditan a menudo en su memoria. Pero el noble
Belgrano es como una tragedia familiar que esconde en los pliegues de aquella
odisea mil y una historias de heroísmo. "Nada hay más vivo que un recuerdo",
escribió Bonzo y esa síntesis la hace suya Wery.
El Ruso continuó navegando y embarcado hasta que en
2007, tras prestar servicio durante 48 años en la Marina, la institución, asegura,
"que me dio mucho más de lo que me quitó". Su amigo Blas superó con
quimioterapia un cáncer de colon tras el hundimiento del buque y hoy a través
de sus charlas lucha por brindar sosiego a las familias de aquellos
sobrevivientes que no pudieron elaborar el drama y se quitaron la vida. "Eso
es como morir dos veces", dice Wery.
A las 17 en punto del 2 de mayo de 1983, al
cumplirse el primer año del ataque al Belgrano, el Aviso ARA Somellera y un
avión C-130 de la Fuerza Aérea arrojaron ofrendas florales sobre el punto del
hundimiento, ese sepulcro marino que a 4000 metros de profundidad honra el
descanso en la gloria de más de la mitad de los héroes que sucumbieron en la
Guerra de Malvinas.
Fuente: https://www.infobae.com
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