Cuando los argentinos menos se lo esperaban, dio
comienzo el combate. Los ingleses abrieron fuego desde la elevación rocosa que
ocupaban 70 metros delante del puente, obligando a la gente de García Pinasco a
arrojarse cuerpo a tierra y responder, eran las 06.45.
Hubo un primer momento de sorpresa, pero una vez
superado se generó un violento intercambio de fuego que saturó de trazadoras el
lugar.
El Sargento Ayudante Rubén Poggi, García Pinasco y
el Sargento Primero Miguel Ángel Tunini cruzaban el puente a todo correr,
cuando el primero fue alcanzado por un disparo en la pierna y cayó herido.
Mientras Tunini intentaba socorrerlo, el Sargento
Guillen disparaba con su ametralladora en tanto sus compañeros lo hacían desde
diferentes posiciones. Eso distrajo la atención de los británicos quienes,
forzados por la situación, cambiaron la orientación de sus armas intentando
neutralizarla. Aquello trajo algo de alivió a Anadón por hallarse
peligrosamente expuesto, permitiéndole tirar con mayor soltura.
Los fogonazos de las armas automáticas y las balas
trazadoras resplandecían de manera espeluznante en medio de la negrura,
rebotando aquí y allá contra las rocas.
Anadón comprobó por la radio, que el personal se
encontraba bien y mucho más aliviado, se desplazó junto al Sargento Primero
Ramón Vergara hacia otra leve ondulación del terreno de no más de 30
centímetros de altura, desde donde arrojó una granada de fusil que cayó en
medio de la posición enemiga. En ese preciso instante, las ametralladoras
británicas dejaron de disparar y la situación pareció descomprimirse, aunque el
fuego de las armas automáticas continuaba con la misma intensidad.
Utilizando el aparato de radio, Anadón solicitó a
García Pinasco un movimiento envolvente porque estaba seguro que el enemigo
estaba a punto de replegarse y quería evitar su fuga, pero su superior se negó
por considerar aquello extremadamente arriesgado y porque los británicos podían
llegar a barrerlos con facilidad desde sus posiciones.
Lamentablemente García Pinasco no pudo establecer
contacto radial con el jeep de enlace y por esa razón se perdió la oportunidad
de batir la posición enemiga con fuego de artillería. En vista de ello,
Figueroa le gritó a su gente, que se preparase para cargar porque estaba seguro
de que los ingleses se estaban por replegar.
¡Che García, vamos a acabar con esos hijos de puta!
Pero García Pinasco volvió a oponerse, insistiendo que,
desde sus posiciones, el enemigo iba a aniquilarlos. Desoyendo la advertencia,
Figueroa se incorporó y echó a correr seguido por sus hombres y casi
inmediatamente, por el propio García Pinasco, el Sargento Orlando Díaz y su
asistente de ametralladora, el Sargento Primero Vallejo, quienes cruzaron el
puente para unirse a Anadón, quien disparaba frenéticamente desde la vecina
orilla.
¡¡Vamos a reventar a esos ingleses hijos de puta!!,
gritó encrespado García Pinasco.
¡De acuerdo mi Capitán, estamos listos!
De esa manera, se lanzaron al ataque, en primer lugar,
Figueroa, que enardecido por la adrenalina inició una carrera extremadamente
temeraria sin dejar de tirar, seguido por García Pinasco, Anadón y detrás de
ellos, Vergara, Suárez, Quinteros y dos “alacranes” de la Gendarmería Nacional.
Los comandos se lanzaron hacia las posiciones
enemigas, gritando para darse ánimo y disparando sin cesar. En la corrida,
Anadón superó a sus compañeros y fue el primero en alcanzar la posición
británica que, por entonces, había sido abandonada.
¡Vamos que se escapan, carajo!, gritó Figueroa sin
dejar de oprimir el gatillo.
Efectivamente, el lugar estaba abandonado. Se
trataba de un PO en el que sus moradores, a excepción del armamento, habían
abandonado todo, a saberse: ocho bolsas de dormir, igual número de mochilas,
cuatro paños de carpas, dos cascos de acero, una boina con las insignias del
Para 3, una máquina fotográfica con su rollo a medio usar, una radio encendida
y lo mejor de todo, una bandera británica (la Union Jack), que pasaría a
adornar la sala del gimnasio que servía a los comandos de cuartel en Puerto
Argentino.
Ocupado el campamento, el Teniente Anadón, en su
carácter de oficial de comunicaciones, pasó la frecuencia al suboficial de
enlace y este hizo lo propio con la capital, estableciendo contacto con el Capitán
Pablo Llanos. Y fue el mismo Llanos quien les informó que minutos antes se
había captado un desesperado pedido de auxilio a través del cual, el enemigo
solicitaba de manera urgente la presencia de un helicóptero para evacuar
heridos.
Los comandos no tardaron en corroborar la
información porque a poco de cortar, vieron a lo lejos una bengala blanca y
casi enseguida a un Sea King posándose en tierra, para remontar vuelo
inmediatamente después. Como explica Ruiz Moreno, era evidente que los
británicos habían sufrido bajas.
La persecución de aquellos efectivos a través de un
terreno casi desconocido y en plena penumbra hubiese significado un esfuerzo
inútil; quedarse allí representaba un serio peligro porque era seguro que el
enemigo iba a hostilizar el lugar con fuego de artillería. Por esa razón,
resolvieron cargar el equipo capturado y se retiraron hasta un grupo de rocas
distante a 500 metros, que les proporcionó refugio seguro.
Excitados aún, necesitados de descargar tensiones,
dieron cuenta de las raciones tomadas al enemigo, chocolates, pasas de uva,
compota de diferentes gustos, galletas y nueces, no sin descuidar la
vigilancia, pese a la certeza de que los británicos se habían retirado y que no
había enemigos en varios kilómetros a la redonda.
Había sido una acción extenuante y frenética, plena
de peligros y por esa razón, algo más relajados, se echaron a descansar
necesitados como estaban de bajar la adrenalina y disminuir la aceleración.
Después de apostar una guardia, García Pinasco,
Anadón y Tunini regresaron la zona de combate para recorrer sus alrededores en
busca de heridos y algún otro material abandonado. No hallaron nada, clara
evidencia de que el helicóptero había evacuado al total del PO atacado y la
zona se hallaba desierta.
El único herido argentino fue el Sargento Ayudante
Poggi, a quien evacuaron a bordo de una moto en dirección a la retaguardia,
donde fue atendido por el Capitán médico Llanos.
La patrulla permaneció en el lugar toda la mañana,
observando el movimiento de los helicópteros británicos transportando sus
cargas colgantes entre los montes Kent, Enriqueta y Dos Hermanas.
En vista de ello, los efectivos del Capitán
Figueroa solicitaron fuego de artillería para batir las posiciones y el mismo
llegó en el acto alcanzando, incluso, el puesto de mando del General Jeremy
Moore que se vio forzado a desplazarlo hacia otro sector, donde a poco de
instalado, volvió a sentir sus consecuencias.
Según relata Ruiz Moreno, establecida la capitulación,
los ingleses preguntaron qué clase de equipo se había utilizado durante el
ataque al campamento de Moore y grande fue su sorpresa, incluso no creyeron las
explicaciones, al escuchar que solo se había empelado un comando con sus
binoculares y una radio.
En horas de la tarde, la gente de García Pinasco
fue relevada por la 3ª Sección de la Compañía al mando del Capitán Jándula y el
Teniente Primero González Deibe, quienes permanecieron en el lugar hasta el 8
de junio, día en que se produjo el desastre británico de Bluff Cove, del que
nos más referiremos más adelante.
La jornada del puente del río Murrell mostró, una
vez más, cuan capaces eran los comandos argentinos de emprender misiones
contraofensivas e incluso, de rechazar al enemigo y ponerlo en fuga.
(*) Extraído de la página Malvinas la guerra del
Atlántico Sur.
Fuente: https://www.facebook.com
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