23 de mayo de 2019

MALVINAS - COMBATE EN EL PUENTE MURRELL (*)


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Dibujo Comandos sobre el puente Murrell

Cuando los argentinos menos se lo esperaban, dio comienzo el combate. Los ingleses abrieron fuego desde la elevación rocosa que ocupaban 70 metros delante del puente, obligando a la gente de García Pinasco a arrojarse cuerpo a tierra y responder, eran las 06.45.

Hubo un primer momento de sorpresa, pero una vez superado se generó un violento intercambio de fuego que saturó de trazadoras el lugar.
El Sargento Ayudante Rubén Poggi, García Pinasco y el Sargento Primero Miguel Ángel Tunini cruzaban el puente a todo correr, cuando el primero fue alcanzado por un disparo en la pierna y cayó herido.

Mientras Tunini intentaba socorrerlo, el Sargento Guillen disparaba con su ametralladora en tanto sus compañeros lo hacían desde diferentes posiciones. Eso distrajo la atención de los británicos quienes, forzados por la situación, cambiaron la orientación de sus armas intentando neutralizarla. Aquello trajo algo de alivió a Anadón por hallarse peligrosamente expuesto, permitiéndole tirar con mayor soltura.

Los fogonazos de las armas automáticas y las balas trazadoras resplandecían de manera espeluznante en medio de la negrura, rebotando aquí y allá contra las rocas.

Anadón comprobó por la radio, que el personal se encontraba bien y mucho más aliviado, se desplazó junto al Sargento Primero Ramón Vergara hacia otra leve ondulación del terreno de no más de 30 centímetros de altura, desde donde arrojó una granada de fusil que cayó en medio de la posición enemiga. En ese preciso instante, las ametralladoras británicas dejaron de disparar y la situación pareció descomprimirse, aunque el fuego de las armas automáticas continuaba con la misma intensidad.

Utilizando el aparato de radio, Anadón solicitó a García Pinasco un movimiento envolvente porque estaba seguro que el enemigo estaba a punto de replegarse y quería evitar su fuga, pero su superior se negó por considerar aquello extremadamente arriesgado y porque los británicos podían llegar a barrerlos con facilidad desde sus posiciones.

Lamentablemente García Pinasco no pudo establecer contacto radial con el jeep de enlace y por esa razón se perdió la oportunidad de batir la posición enemiga con fuego de artillería. En vista de ello, Figueroa le gritó a su gente, que se preparase para cargar porque estaba seguro de que los ingleses se estaban por replegar.

¡Che García, vamos a acabar con esos hijos de puta!

Pero García Pinasco volvió a oponerse, insistiendo que, desde sus posiciones, el enemigo iba a aniquilarlos. Desoyendo la advertencia, Figueroa se incorporó y echó a correr seguido por sus hombres y casi inmediatamente, por el propio García Pinasco, el Sargento Orlando Díaz y su asistente de ametralladora, el Sargento Primero Vallejo, quienes cruzaron el puente para unirse a Anadón, quien disparaba frenéticamente desde la vecina orilla.

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Esquicio del enfrentamiento

¡¡Vamos a reventar a esos ingleses hijos de puta!!, gritó encrespado García Pinasco.

¡De acuerdo mi Capitán, estamos listos!

De esa manera, se lanzaron al ataque, en primer lugar, Figueroa, que enardecido por la adrenalina inició una carrera extremadamente temeraria sin dejar de tirar, seguido por García Pinasco, Anadón y detrás de ellos, Vergara, Suárez, Quinteros y dos “alacranes” de la Gendarmería Nacional.

Los comandos se lanzaron hacia las posiciones enemigas, gritando para darse ánimo y disparando sin cesar. En la corrida, Anadón superó a sus compañeros y fue el primero en alcanzar la posición británica que, por entonces, había sido abandonada.

¡Vamos que se escapan, carajo!, gritó Figueroa sin dejar de oprimir el gatillo.

Efectivamente, el lugar estaba abandonado. Se trataba de un PO en el que sus moradores, a excepción del armamento, habían abandonado todo, a saberse: ocho bolsas de dormir, igual número de mochilas, cuatro paños de carpas, dos cascos de acero, una boina con las insignias del Para 3, una máquina fotográfica con su rollo a medio usar, una radio encendida y lo mejor de todo, una bandera británica (la Union Jack), que pasaría a adornar la sala del gimnasio que servía a los comandos de cuartel en Puerto Argentino.

Ocupado el campamento, el Teniente Anadón, en su carácter de oficial de comunicaciones, pasó la frecuencia al suboficial de enlace y este hizo lo propio con la capital, estableciendo contacto con el Capitán Pablo Llanos. Y fue el mismo Llanos quien les informó que minutos antes se había captado un desesperado pedido de auxilio a través del cual, el enemigo solicitaba de manera urgente la presencia de un helicóptero para evacuar heridos.

Los comandos no tardaron en corroborar la información porque a poco de cortar, vieron a lo lejos una bengala blanca y casi enseguida a un Sea King posándose en tierra, para remontar vuelo inmediatamente después. Como explica Ruiz Moreno, era evidente que los británicos habían sufrido bajas.

La persecución de aquellos efectivos a través de un terreno casi desconocido y en plena penumbra hubiese significado un esfuerzo inútil; quedarse allí representaba un serio peligro porque era seguro que el enemigo iba a hostilizar el lugar con fuego de artillería. Por esa razón, resolvieron cargar el equipo capturado y se retiraron hasta un grupo de rocas distante a 500 metros, que les proporcionó refugio seguro.

Excitados aún, necesitados de descargar tensiones, dieron cuenta de las raciones tomadas al enemigo, chocolates, pasas de uva, compota de diferentes gustos, galletas y nueces, no sin descuidar la vigilancia, pese a la certeza de que los británicos se habían retirado y que no había enemigos en varios kilómetros a la redonda.

Había sido una acción extenuante y frenética, plena de peligros y por esa razón, algo más relajados, se echaron a descansar necesitados como estaban de bajar la adrenalina y disminuir la aceleración.

Después de apostar una guardia, García Pinasco, Anadón y Tunini regresaron la zona de combate para recorrer sus alrededores en busca de heridos y algún otro material abandonado. No hallaron nada, clara evidencia de que el helicóptero había evacuado al total del PO atacado y la zona se hallaba desierta.
El único herido argentino fue el Sargento Ayudante Poggi, a quien evacuaron a bordo de una moto en dirección a la retaguardia, donde fue atendido por el Capitán médico Llanos.

La patrulla permaneció en el lugar toda la mañana, observando el movimiento de los helicópteros británicos transportando sus cargas colgantes entre los montes Kent, Enriqueta y Dos Hermanas.

En vista de ello, los efectivos del Capitán Figueroa solicitaron fuego de artillería para batir las posiciones y el mismo llegó en el acto alcanzando, incluso, el puesto de mando del General Jeremy Moore que se vio forzado a desplazarlo hacia otro sector, donde a poco de instalado, volvió a sentir sus consecuencias.

Según relata Ruiz Moreno, establecida la capitulación, los ingleses preguntaron qué clase de equipo se había utilizado durante el ataque al campamento de Moore y grande fue su sorpresa, incluso no creyeron las explicaciones, al escuchar que solo se había empelado un comando con sus binoculares y una radio.

En horas de la tarde, la gente de García Pinasco fue relevada por la 3ª Sección de la Compañía al mando del Capitán Jándula y el Teniente Primero González Deibe, quienes permanecieron en el lugar hasta el 8 de junio, día en que se produjo el desastre británico de Bluff Cove, del que nos más referiremos más adelante.

La jornada del puente del río Murrell mostró, una vez más, cuan capaces eran los comandos argentinos de emprender misiones contraofensivas e incluso, de rechazar al enemigo y ponerlo en fuga.

(*) Extraído de la página Malvinas la guerra del Atlántico Sur.

Fuente: https://www.facebook.com

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