No fueron kamikazes. Pero cumplieron misiones
cercanas a entregar la vida pilotando un avión. Se trata de una historia casi
desconocida: aviadores de la Fuerza Aérea Argentina que debían detectar a la
flota británica rumbo a las islas. Lo hicieron desde el 21 de abril de 1982, antes
de que comenzaran las operaciones bélicas, hasta el último día del conflicto
Por Eduardo Anguita
Por Daniel Cecchini
Un Hércules sobre las Islas Malvinas
La reacción de Margaret Tatcher no se hizo esperar
cuando se produjo el desembarco argentino en Puerto Argentino aquel 2 de abril
de 1982. En efecto, tres días después, desde los puertos de Portsmouth y
Plymouth zarpaba una poderosa unidad de la Royal Navy. Tras recorrer 6500
kilómetros, la mitad exacta entre Londres y Puerto Argentino, los buques
estaban en Ascensión, la pequeña isla cercana al Ecuador bajo bandera británica
que fue la clave logística para poder atacar a las tropas argentinas.
El interrogante parece obvio: ¿pudo preparar el
alto mando británico en apenas 72 horas a una fuerza de tareas con portaviones,
destructores, submarinos y aviones?
Una parte del rompecabezas para contestar esa
pregunta se explica por la capacidad de la inteligencia de esa gran potencia
mundial, una de cuyas pistas fueron los movimientos argentinos para adquirir
material bélico inusual si un país no se prepara para un conflicto bélico. En efecto,
en esos primeros meses de 1982, la Fuerza Aérea incrementó sus vuelos en busca
de provisiones. No solo hubo viajes a España, Francia, Italia y Alemania sino
al Reino Unido. Hay registros de que hubo tres vuelos de Boeing 707 a la base
inglesa de Standset, donde las empresas de defensa británicas entregan material
militar, en enero. El 24 de marzo, cuando ya faltaban días para el desembarco
en Puerto Argentino, dos B-707 estuvieron un día en esa base.
Un aviador de B-707
Rubén Montenegro había cumplido 40 años y había
sido recién ascendido a Vicecomodoro. Era uno de los que hizo el vuelo de aquel
24 de marzo.
"Fuimos a retirar una carga, pero a nosotros
no nos daban la información de qué transportábamos. Parábamos en Londres, en
una casa familiar de esas que alquilan habitaciones. Viendo la televisión nos
enteramos del conflicto desatado en las Georgias del Sur, cuenta Montenegro 37
años después a Infobae. Pero no teníamos datos sobre lo que ocurriría
después".
Rubén Montenegro
Montenegro se refiere al confuso incidente de un
grupo de trabajadores de la empresa de Constantino Davidoff, contratado por los
británicos para desmantelar una vieja factoría ballenera. El contingente de
trabajadores era argentino, habían llegado en un barco de la Armada y, según el
gobernador inglés en Malvinas, habían hecho disparos e izado una bandera azul y
blanca.
"Hay registros de que hubo tres vuelos de Boeing 707
(B-707) a la base inglesa de Standset (donde las empresas de defensa británicas
entregan material militar) en enero. El 24 de marzo, cuando ya faltaban días
para el desembarco en Puerto Argentino, dos B-707 estuvieron un día en esa base"
El plan argentino
A mediados de enero de 1982 dos altos jefes
aeronáuticos, el Brigadier Mayor Sigfrido Plessl y el Comodoro Knuk Andreasen,
fueron a una reunión realizada en el Comando de Operaciones Navales, en Puerto
Belgrano. De boca del Vicealmirante Juan José Lombardo, jefe de Operaciones
Navales, supieron por primera vez que habría un desembarco en Malvinas. Ambos
oficiales se integrarían a otros jefes de la Armada y el Ejército para delinear
las operaciones. La fecha de inicio era el sábado el 15 de mayo.
En ese primer encuentro Lombardo fue terminante:
"Desestimamos cualquier tipo de reacción militar por parte del Reino
Unido". Sin embargo, la Fuerza Aérea comenzó a prepararse para un
conflicto bélico. La hipótesis era simple: los británicos querrán el dominio
del mar y el aire para luego realizar un desembarco. La Fuerza Aérea carecía de
equipamiento, experiencia y doctrina para semejante escenario.
¿Cuándo se enteró usted del plan argentino?,
pregunta Infobae a Montenegro quien por entonces llevaba cuatro años como
profesor e instructor en la Escuela Superior de Guerra, al tiempo que era parte
de la I Brigada Aérea con base en El Palomar.
"El 1º de abril a las 15:00 horas recibo un llamado
de mi base y voy allá. Estábamos tripulantes de Hércules C-130 y de los Boeing
707. Ahí me dicen que al día siguiente debía partir a Comodoro Rivadavia en un
B-707. En la tarde del día siguiente llega un Hércules de Malvinas con la
dotación de soldados británicos hechos prisioneros en Puerto Argentino. Los trasladaron
al B-707 y nos indican que debíamos llevarlos a Montevideo".
Se había iniciado un conflicto cuya magnitud era
difícil de ponderar, pero los detalles pesan. El B-707 no tenía las cartas de
vuelo para ingresar a Uruguay. Debieron hacer piruetas administrativas para
poder llevar a ese contingente británico que en Montevideo sería dejado en
libertad de inmediato.
A explorar el convoy británico
Una vez enterados de que las naves adversarias
estaban camino a la isla Ascensión, la Fuerza Aérea debía hacer vuelos de
exploración y reconocimiento capaces de determinar con qué se encontrarían en
el terreno, o mejor dicho en el mar. La distancia a Ascensión era tal que solo
era posible de realizar con los B-707 del Escuadrón V de la I Brigada Aérea.
La Royal Air Force (RAF) para tareas similares
contaba con los Nimrod MR2, que tenía características similares en alcance y
velocidad al B-707, pero tenía grandes diferencias. Podía portar seis toneladas
de torpedos, minas o cargas de profundidad, y demás podía agregar misiles
aire-aire en cuatro pilones subalares. Los Nimrod podían repostar combustible
en vuelo y contaban con tecnología capaz de obtener información de radios y
radares enemigos.
Un Vulcan de la Royal Air Force: los aviones
volaron de la isla Ascensión a Malvinas para lanzar 17 bombas de 500 kilos
sobre los aeródromos de las islas
Como contracara, los B-707 tenían un radar
meteorológico, dos navegadores inerciales, sirven para estimar posición,
orientación y velocidad de otros aviones o naves, y un transponder, dispositivo
electrónico que produce una respuesta cuando se recibe una llamada de
radio-frecuencia. A estos dispositivos, le agregaron una cámara fotográfica.
Adrenalina y sangre fría
El V Escuadrón de la I Brigada Aérea de El Palomar
contaba con tres B-707, 15 pilotos experimentados y otros 40 miembros que
incluían navegantes, mecánicos y auxiliares de carga. Montenegro recuerda lo
sucedido el 21 de abril, cuando el Boeing TC-91 partió de El Palomar a la
búsqueda de la flota británica al sur de la isla Ascensión. Él no integró el
equipo de ese vuelo diurno.
Al cabo de unas horas de vuelo diurno, el radar
detectó las naves inglesas, luego, descendieron a 600 metros de altura y
pudieron hacer contacto visual. Identificar dos portaaviones y por lo menos
cuatro destructores o fragatas escolta.
A su vez, los radares de la flota detectaron las
maniobras de un avión no identificado.
El TC-91 viró al norte para poder sacar mejores
fotos cuando tomaron conciencia de que los portaviones lanzaban al aire sus
aviones. Transmitieron la información, aceleraron motores para tomar altura. Al
llegar a los 12 mil metros, uno de los tripulantes gritó: "¡Harrier, abajo
y acercándose!"
Pudieron apreciar el cono negro y afilado de la
proa; su lanza de reabastecimiento; la escarapela circular británica y lo peor,
los nuevos y amenazadores Sidewinder AIM-9L. El Harrier comenzó a efectuar
maniobras sin dejar de acompañar al Boeing hasta ponerse aproximadamente a 10 o
20 metros del lado izquierdo, cuenta Montenegro.
Ante la imposibilidad de escapar del Harrier, el
comandante argentino redujo. De nada valía seguir derrochando el combustible
necesario para el regreso. El piloto del Sea Harrier parecía interesado en
buscar la antena del, nada sofisticado, radar que dio con la posición de la
flota. La "escolta" del Harrier al Boeing, duró diez eternos minutos,
hasta que se lanzó en picada al mar en dirección a su portaaviones.
El primer vuelo de búsqueda marítima a gran
distancia, llevado a cabo por la Fuerza Aérea, confirmaba que un contingente de
la Royal Navy se dirigía a las Islas Malvinas. El TC-91 regresó al Aeropuerto
de Ezeiza, cinco horas después de haber realizado contacto con la flota.
Esa misma noche se ordenó un segundo vuelo en que
sí estuve. Pudimos detectarlos con el radar y también se nos acercaron uno o
dos Harrier.
Siguen los vuelos
El sentido de estas misiones era ir ploteando la
derrota, se refiere al término náutico, o sea el rumbo, y la velocidad del
convoy. Un tercer encuentro fue el 22 de abril, un cuarto sobrevuelo el 23 y un
quinto, último y muy particular encuentro, fue el 24, recuerda Montenegro
porque ese día quedó grabado en su memoria. En todos estos casos los B-707
fueron interceptados por los Harrier que salían de un portaviones. Aquel día
logramos escuchar la conversación entre el piloto inglés y el controlador del
portaviones.
En la cabina del B-707 resonó la frase en inglés
"está el avión nacional de siempre". De inmediato, Montenegro
recuerda el frío que le corrió por la sangre.
Preguntó si estaba autorizado a "hacer
fuego", dice.
¿Qué pensó en ese momento?
Había incertidumbre, pero no creíamos que podían
tirarnos un misil. No vi expresiones de temor. En todo caso teníamos la
tranquilidad de quienes saben que no tienen escapatoria, contesta Montenegro-
La respuesta del control fue negativa. Pero el
piloto del Harrier se acercó para exhibir sus misiles y sus cañones de 30
milímetros. Luego se fue. El hecho significativo resultó que, pocas horas
después, desde Londres se informó que todo vuelo detectado sobre la flota sería
considerado hostil y tratado como tal.
Un dibujo con el derribo del Hércules TC63,
perseguido por dos Sea Harrier ingleses
Es que cuando los radares detectaban un eco, el
jefe de la flota debía poner en marcha los dispositivos de combate en cada
buque. "Ya nos tienen podridos estos tipos, dice Montenegro que habrán
pensado los británicos. Son capaces de mandar un avión civil sin
armamento".
Ante tal advertencia, el mando argentino ordenó
finalizar esos vuelos. El objetivo había sido cumplido. Tuvieron un
conocimiento muy aproximado de la composición de la flota, especialmente de la
existencia de dos portaaviones, de la derrota que seguían y de cuándo llegarían
al teatro de operaciones.
No obstante, y pese a la advertencia británica, los
días 27 y 30 de abril se realizaron vuelos de ERL al este y noreste de las
islas Malvinas. Además, el 26 de abril, se efectuó un vuelo como guía de tres
aviones Camberra MK62, desde Río Grande hasta proximidades de las Islas
Georgias, los cuales tenían planeado atacar un grupo de buques ingleses. Por
razones meteorológicas y tácticas, la operación fue cancelada cuando los
bombarderos habían iniciado su descenso hacia los blancos.
Valoración de un historiador inglés
Montenegro guarda en su biblioteca muchos libros
sobre Malvinas. Saca uno, The Royal Navy and the Falklands War, de David Brown,
en el que recoge la versión del Almirante Sandy Woodward, comandante de la
flota sobre estos episodios.
"Woodward, todavía lejos de poder proyectar su
poder militar sobre las tropas argentinas en las islas Falkland, fue el primero
en saber que estaba siendo visto por el enemigo. Alrededor del mediodía del 21
de abril un avión, volando a gran altura, fue detectado con rumbo hacia la
flota y un par de Sea Harrier del Escuadrón Hermes 800 fueron lanzados a
investigar. El líder de la sección, Teniente Simón Hargreaves, informó estar a
la vista de un Boeing 707 para, luego de una cercana inspección, notificar que
era un avión de transporte de la Fuerza Aérea Argentina enviado a localizar las
unidades navales británicas. Esta misión, y las otras que siguieron, fue una
indicación de la flexibilidad que podía esperarse de la Fuerza Aérea Argentina,
y también la pericia y el valor de sus tripulantes de vuelo: volar a 2300
millas náuticas desde el punto más cercano de la Argentina con un avión sin
armamento, equipado con solamente un radar meteorológico, a buscar y encontrar
una muy bien armada y alerta Fuerza de Tareas Naval fue una respetable hazaña y
dio al comando británico mucho en que pensar".
“The
Royal Navy and the Falklands War”, el libro de David Brown
Montenegro también refiere la falta de recursos y
la improvisación argentina. Antes del 1 de mayo, un B-707 acompañó a dos
Canberra hasta las Georgias.
El Boeing no dependía de otros, en cambio los
Canberra tenían navegador, pero no les proporcionaba información exacta de
dónde estaban. Ninguno tenía radar warning, capaz de recibir alertas, dice
Montenegro. Para cronistas no interiorizados con la vida aeronáutica, la imagen
del B-707 es, en este caso, la de un perro lazarillo.
Hubo fuego
En un vuelo del 22 de mayo, la tripulación de un
B-707 vio una luz. De inmediato uno alerta que se trataba de un avión. La luz
se prendió porque el radar lo había captado. Se trataba de un Nimrod que les
disparó misiles. Montenegro no estaba a bordo, pero recuerda lo que le
transmitieron sus compañeros:
En un primer intento para eludirlos iniciaron un
pronunciado ascenso que, tras advertir que podrían ser alcanzados, cambiaron
por un descenso a máxima velocidad, buscando la menor altura posible sobre el
mar. Percibieron una explosión cerca de cola y un par de misiles Sea Dart que
se perdieron sin rumbo. En vuelo rasante se ubicaron por debajo de la cobertura
de los radares.
Hércules
Los C-130, normalmente aviones de transporte,
hicieron también vuelos de alerta. Acompañaban barcos y con sus radares de
vigilancia podían detectar a los Harrier. Los Hércules hacían vuelo rasante,
ascendían, prendían el radar y así detectaban aviones enemigos.
En la tercera o cuarta misión, cuenta Montenegro,
los Harrier pudieron hacer blanco sobre el Hércules.
Primero le dispararon un misil que no dio en el
blanco y luego con los cañones de 30 milímetros. Los siete integrantes de la
tripulación murieron.
Yo era amigo de Hugo Meisner, quien comandaba la
operación, me tocó darle aviso a la familia.
El fin del conflicto
Montenegro llegó a jefe de la Fuerza Aérea entre
octubre de 1996 y diciembre de 1999. En la vida de algunas personas hay
factores azarosos. En este caso, que Montenegro siendo niño vivía en Buenos
Aires y sufría de asma. Su padre, cordobés, lo llevó a casa de unos tíos para
cursar quinto y sexto grado.
Cuando terminé la primaria mis tíos me dijeron que
debía ir a "un internado", de curas o el Liceo General Paz. Elegí el
liceo. Empecé en 1955. Entré de pantalón corto y ese mismo año me acuerdo que
nos teníamos que meter debajo de las camas. Se habían levantado contra el
presidente Juan Perón, recuerda.
¿Cómo se enteró del fin de la guerra?
Operamos hasta el 13 de junio. No teníamos
información precisa de qué pasaba. Pero yo tenía 40 años, era Vicecomodoro.
Muchos de mis compañeros también eran gente grande. No nos dejábamos llevar por
el entusiasmo. Cumplimos.
Un Hércules en pleno ejercicio de lanzamiento de
bombas
Montenegro reflexiona, parece que muchas imágenes se
cruzan entre sus recuerdos en esta charla con Infobae. Elige una, una sola
imagen, quizá muy representativa de su valoración de aquel conflicto que le
tocó vivir.
Yo llevaba cuatro años en la Escuela de Guerra.
Hacíamos juegos de guerra (NdeR: que son parte de una instrucción bélica y no un
pasatiempo). Conocíamos la capacidad de los Mirage, por ejemplo, que podían
estar solo unos minutos en acción porque si se quedaban más tiempo no tenían
combustible para regresar.
En los juegos de guerra hay que estudiar las
fortalezas y debilidades de los dos bandos.
La situación de la Fuerza Aérea era operar en el
extremo de las pocas capacidades que teníamos.
Entre el 21 de abril y el 14 de junio de 1982, los
tres B-707 realizaron un total de 61 misiones de exploración y reconocimiento
lejano que insumieron 525 horas de vuelo. Lo hicieron 15 pilotos, 4
navegadores, 11 mecánicos y 11 auxiliares de carga. No eran exploradores
expertos sino simples "transporteros".
Durante todo ese tiempo fue imprescindible la
participación del personal de mecánicos de vuelo y auxiliares de carga, todos
suboficiales, que conformaron las tripulaciones junto a los oficiales pilotos que
operamos en los vuelos que realizamos con los B 707. Entre ellos estaba el Suboficial
Mayor Carlos Blazek quien, ya en situación de retiro, se presentó
espontáneamente para incorporarse a las tripulaciones del Escuadrón volando
como mecánico de vuelo hasta el último día del conflicto, concluye Montenegro.
Fuente: https://www.infobae.com
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