Uno de los más controvertidos hechos durante la
Guerra de Malvinas fue cuando se encontraron los restos de un helicóptero
inglés Sea King en territorio de nuestra provincia de Tierra del Fuego. Este
helicóptero había partido desde el territorio chileno embarcando comandos ingleses
con la secreta tarea de sabotear a los misiles Exocet argentinos que se
encontraban en la ciudad fueguina de Río Grande. La misión no tuvo éxito y fue
un desastre, pero dejó claramente demostrado para qué lado jugaba Chile
Edwards, Vicecomodoro en la época, escribió un
libro de memorias sobre su experiencia en Chile, "My Secret Falklands
War", que se publicará a fines de julio. "Hubiéramos perdido la
guerra" porque "no hubiéramos podido responder a los ataques aéreos
que lanzaban los argentinos si no hubiéramos sabido cuándo iban a
producirse", explica Edwards, de 80 años, en un café de Letchworth, el
pueblo a media hora de Londres en el que reside. La estación de radares de
Punta Arenas, en el sur de Chile, se reveló como una herramienta preciosa para
los británicos, "porque nos avisaban cuando los cazas argentinos dejaban
sus bases en el sur de la Argentina" y permitían enviar a los aparatos
británicos a su encuentro lejos de su flota.
"La alternativa hubiera sido montar patrullas
aéreas bien lejos de la flota. Eso es extremadamente costoso", no sólo
financieramente, sino en términos de desgaste para los pilotos, "y además
no hubiéramos podido hacerlo con el pequeño número de aviones que teníamos en
los portaaviones".
Edwards llegó el 14 de abril de 1982 a Santiago con
una carta de la RAF y la misión de lograr, y coordinar luego, el apoyo del
régimen chileno. El 2 de abril, la Argentina, gobernada también por una
dictadura militar, había invadido las islas del Atlántico Sur, sobre las que
reivindica su soberanía, dando inicio a un conflicto que duraría casi dos meses
y medio y acabaría con su derrota.
Su plan. Edwards, elegido entre otros motivos por
su buen español, había estado en la embajada en Madrid, tenía claro que para
conseguir sus objetivos debía cortejar al General Fernando Matthei, comandante
de la Fuerza Aérea, con supuestas simpatías anglófilas, y miembro de la junta
militar que gobernó el país entre 1973 y 1990. La misión era secreta, y ni
siquiera en la embajada británica sabían qué motivo había traído a Edwards a
Santiago.
"Nunca había estado en Sudamérica, mucho menos
en Chile, y esperaba una especie de lugar polvoriento, mexicano, de cowboys,
como los que había visto en las películas del oeste cuando era un niño. Me
asombró encontrar una ciudad próspera y moderna, con estándares europeos".
Los chilenos aceptaron ayudar en secreto, un secreto a voces que se confirmaría
con la desclasificación en 2012 de los documentos británicos de la guerra, y a
cambio se les daría para siempre el material militar que necesitaban.
"Nunca me reuní con Pinochet, fue deliberado.
A menudo estuve en el mismo edificio que él, hablando con Matthei, salía al
pasillo y ahí estaba Pinochet. Fue una estrategia deliberada, el apoyo no
hubiera ocurrido sin su aprobación. Pero Pinochet quería una salida por si algo
iba mal, poder decir “no sabía qué estaba haciendo Matthei”.
"Matthei asumió un gran riesgo, pero lo hizo
por su país, porque sabía que, si los argentinos ganaban aquella guerra, luego
querrían las islas del canal de Beagle", objeto en ese entonces de
fricciones entre los dos países sudamericanos, "y eso hubiera sido otra
guerra".
"Lo que hizo Chile no sólo nos ayudó a
nosotros, sino que evitó otra guerra en Sudamérica", asegura Edwards.
Apoyarse en un régimen brutal como el chileno no le supuso ningún conflicto al
oficial británico.
"El enemigo de mi enemigo es mi amigo. Tengo
mi propia opinión sobre las dictaduras y los derechos humanos, pero me las
guardo. Uno lucha en una guerra con todo lo que tiene a mano. Ellos empezaron
la guerra, pero nosotros teníamos que ganarla", afirma.
Años después, en 1998, Pinochet fue detenido en
Londres a demanda de la Justicia española y Margaret Thatcher, la primera
ministra en la época de la guerra, salió encendidamente en su defensa.
Ella "sabía lo que los chilenos habían hecho
por nosotros, pero no podía decirlo, porque la información estaba clasificada.
Yo pensaba, “si la gente supiera...”. El motivo por el que ella" defendió
a Pinochet con uñas y dientes "era saldar una deuda de honor, porque les
debíamos mucho a los chilenos". Edwards fue condecorado con la Orden del
Imperio Británico pero no en la lista de honores de la guerra de las Malvinas,
para preservar el secreto.
Fuente: http://www.laangosturadigital.com.ar
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