El sonar de un buque inglés, que en los primeros
meses de este año navegó el Atlántico Sur, mostró los restos de tres naufragios
de 1982. Cómo fueron los dramáticos combates aéreos que llevaron a las fragatas
al fondo del mar. Y el revelador audio de los aviadores mientras bombardeaban:
"¡A ver cómo explotó esa puuutaaa!"
Por Gaby Cociffi
El Coventry en llamas, luego del ataque argentino
el 25 de mayo de 1982
"¡A ver cómo explotó esa puuuutaaaa!",
grita el Capitán Mariano Cobra Velasco, mientras lanza su bomba sobre el
destructor inglés Coventry.
Son las tres y veinticuatro del 25 de mayo de 1982.
La panza del avión A-4B Skyhawk acaba de rozar la antena del buque de guerra en
las aguas del Estrecho de San Carlos. Los 454 kilos de explosivos salen
rasantes sobre el agua, rebotan, entran por la proa y desgarran las planchas de
acero. El humo negro mancha el cielo de Malvinas.
La formación de cazas "Zeus", Velasco
junto al Alférez Jorge “Bam Bam” Barrionuevo, celebra el blanco, haciendo caso
omiso al silencio de radio.
La orden del Capitán Pablo Cruz Carballo, que
comanda "Vulcano" y junto al Teniente Carlos “Tala” Rinke acaban de
atacar a la HMS Broadsword, no tarda en llegar: “Péguense al suelo que están
tirando misiles, pegaditos, no demasiado pegados ¿ok? ¿Están
"chicas"? ¡Viva la Patria! ¡Viva la Patria, canejo! ¡Gringos de
mieeerrrrrda! ¡Hiiijaaajaaajaaaa!”
En el día de la Patria los pilotos argentinos dañan
seriamente a la fragata Broadsword y hunden al Coventry. Están exultantes
mientras dejan atrás el fuego enemigo.
El destructor tipo 42 tardó sólo 25 minutos en
hundirse
El mar se traga al destructor en sólo 25 minutos.
Primero, una bomba explota en la sala de computadoras y destruye el comando.
Segundos más tarde, la otra entra a la sala del motor delantero, estalla debajo
del comedor y el barco comienza a escorarse sin remedio.
El Capitán David Hart Dyke, con su cara quemada y
en carne viva, logra nadar hasta un bote salvavidas. Años más tarde recordaría:
"Mi mundo explotó. En un instante percibí el calor y el crepitar del
radar, que se desintegró frente a mi rostro. Cuando me recuperé no podía ver
nada a través del humo denso y negro, sólo a la gente gritando en el fuego,
pero podía sentir que el compartimento había sido totalmente devastado".
Los diálogos de los pilotos durante los ataque, en
los audios rescatados en este video, revelan el tremendo coraje de los
aviadores argentinos que volaban a 10 metros del mar, con los parabrisas
incrustados de sal, usando mapas escritos con marcador rojo porque no tenían
radares y con bombas que muchas veces no explotaban porque debían lanzarlas a
muy baja altura, a 60 metros, casi rozando los mástiles de las fragatas
misilísticas, y las espoletas de retardo no llegaban a armarse.
-¡Dio perfecto usted, señor! ¡Era una CL 42, eh!, clase
de destructor. La vi clarito… , le dice Barrionuevo a Velasco después del
ataque al Coventry.
-¡¡Huijaaajaaaaa!!, grita el Capitán.
-Pegó en la trompa, las tres habían explotado muy
bien, ¿eh? ¡Qué golazo!
-Hiiiijuujuuu ¿pegaron las tres?
-Sí, las tres. Pegaron las tres. Las vi, señor. ¡Y
una en la CL 42, eh! La vi clarito, ¿eh?
-¡A ver cómo explotó esa puuutaaaa!,
-¡Esoooo! ¡Vamos, pendejo! ¡Vamos, pendejo! ¡¡Viva
la Patria!!, irrumpe Carballo en la comunicación y ordena el vuelo rasante
porque los ingleses están lanzando misiles.
El Capitán Carballo y el Teniente Rinke en la
embestida contra la Broadsword, que fue seriamente dañada, en medio de una
lluvia de proyectiles. El ataque fue fotografiado desde el buque inglés
Hoy, 35 años después de la guerra, los ecos de esas
voces rebotan en la pantalla del sonar del buque inglés HMS Enterprise, que
desde 2014 recorrió 150 mil millas marinas y 20 países, en su trabajo de
seguridad y operaciones marítimas, hasta arribar al Atlántico Sur.
Las imágenes llegan nítidas y conmueven a los
tripulantes. Convertidas en fantasmas, podridas las maderas, corroídos los
hierros, descansan en el fondo del mar los restos de tres fragatas británicas.
Muy lejos de la espuma que en la superficie golpea
furiosa la costa de la Isla Soledad, la HMS Ardent, el Coventry y la Antelope
ya no son aquellos orgullosos buques que cruzaron el océano junto a la flota de
Su Majestad para combatir en la guerra de Malvinas. Hoy se han convertido en
espectros de sal y algas marinas.
A 90 metros de profundidad, como una gigantesca
ballena muerta, distinguen el borroso casco del Coventry, a 18 metros la
Antelope, muy cerca la Ardent: son los despojos de los naufragios de los buques
de guerra que la aviación argentina atacó entre el 21 y el 25 de mayo de 1982.
Como una gigantesca ballena muerta en el fondo del
mar, el destructor Coventry yace a 90 metros de profundidad en el Estrecho de
San Carlos
Los marinos ingleses, que llegaron en los primeros
meses de este año a las islas para presentarse ante el buque de patrulla HMS
Clyde, que debía hacer su reinstalación en Sudáfrica, observan las figuras en
el sonar y escriben conmovidos en la cuenta de Twitter: "La HMS Antelope
se encuentra en San Carlos. Steward Stephens murió luchando por ella, y el Sargento
James Prescott murió intentando salvarla. #Falklands35"
"Una imagen sonar del HMS Ardent, que yace en
el lecho marino. Veintidós marineros #RoyalNavy descansan con ella.
#Falklands35 #Ellosnoenvejecerán"
"Esta nueva imagen muestra a la HMS Coventry a
90m de profundidad. Hundida el 25 de mayo de 1982. Con ella descansan 19
marineros @RoyalNavy. #Ellosdieronsumañana #Falklands35"
Entonces, la historia de la guerra de Malvinas
vuelve con fuerza. Las tres oleadas de ataques aéreos, que el 21 de mayo
soportó la Ardent hasta hundirse, se rescatan en la memoria de los marinos más
viejos. Todos recuerdan los negros días de la flota en aquel lejano mayo de
1982.
La Ardent estaba haciendo apoyo de bombardeo naval
contra la pista de aterrizaje de Pradera del Ganso cuando se vio sometida al
ataque más concentrado que ningún otro barco haya soportado durante toda la
guerra. La fragata fue "golpeada" 17 veces en 22 minutos por los
pilotos argentinos, y uno de cada cuatro de sus tripulantes resultaron muertos
o heridos. Perdió, en proporción, más hombres que ninguna otra unidad de
combate británica.
Los pilotos de los cazas A-4B: el Capitán Pablo
Carballo, el Alférez Leonardo Carmona, el Primer Teniente Carlos Cachón y el
Teniente Carlos Rinke
A las 11:30 del 21 de mayo despegó de la base aérea
de Río Gallegos la escuadrilla "Mula" de los A-4B. El Capitán
Carballo lideraba, seguido por el Teniente Rinke, el Primer Teniente Carlos
Cachón y el Alférez Leonardo Carmona.
Carballo voló en silencio de radio a casi 900 km
por hora. El cielo y el mar brillaban en un azul intenso que se confundía y
desdibujaba la línea del horizonte. Pensó: "Todo es tan azul que si caemos
al agua nunca nos van a encontrar". Miró la imagen religiosa de Jesús que
tenía dentro de la cabina. Y encomendó su alma a Dios antes de la batalla.
Cachón tuvo que abandonar la misión por problemas
con el reabastecimiento en vuelo. Ya sobre la Gran Malvina, el avión de Rinke
presentó una falla en un tanque y le ordenaron regresar a la base. Carballo y
Carmona siguieron solos. Al acercarse divisaron una fragata clase 21 en la
bahía. En vuelo rasante se lanzaron al ataque.
-¡Viva la Patria!, se escuchó en la radio como un
grito de guerra.
Hubo un momento de confusión: los británicos no les
disparaban. ¿Sería un buque propio? En el ataque del 1° de mayo Carballo había
ametrallado y bombardeado al Formosa creyendo que se trataba de un barco
inglés. No quería cometer el mismo error. Y no disparó. Pero Carmona ya había
descargado su bomba. Un segundo después los ingleses lanzaban sus proyectiles.
La fragata Ardent soportó tres oleadas de ataques
antes de hundirse. Fue golpeada 17 veces en 22 minutos por los pilotos
argentinos
Frente a la fragata y en la soledad de su cabina,
Carballo sintió "una confianza y una euforia especial porque sabía que
volaba en la gracia de Dios", según confesaría en un aniversario del
combate.
El mar hervía por el fuego enemigo. Habían entrado
a la "zona caliente" donde en cada segundo se jugaban la vida. El
piloto vio una estela blanca pasar muy cerca de su ala derecha: los británicos
habían disparado un misil. En medio las esquirlas y los proyectiles, disparó
sus cañones de 20 mm y perforó el casco de la nave.
Sus auriculares le entregaban el sonido de una
respiración entrecortada. como la de un moribundo, de alguien que agonizaba.
Pero no había tiempo para pensar: elevó su avión y lanzó su bomba. Vio el humo
negro cubriendo la proa del barco. Sólo al finalizar la misión supo que esa
misteriosa y ahogada respiración era la suya.
Juan Bernhardt atacó la Ardent. Murió ocho días
después durante una misión en el estrecho de San Carlos. Un misil
superficie-aire hizo impacto en su avión que se estrelló en la Isla Soledad
El segundo ataque fue de los Mirage. El Capitán
Horacio Mir González y el Teniente Juan Bernhardt (+29/5/1982), con el
indicativo "Cueca", lograron que dos bombas MK-83 impactaran sobre
popa y una tercera alcanzara la sala de máquinas. La Ardent, herida, puso rumbo
a San Carlos.
Una hora después, presagiando el fin del gigante,
el cielo se tiñó de gris. Una persistente llovizna azotó a los seis Skyhawk
A-4Q de la Armada que volaban hacia Malvinas y se preparaban para el tercer
ataque.
Los cazas navales, comandandos por el Capitán de Corbeta
Alberto Philippi, seguido por el Teniente de Fragata Marcelo Márquez y el Teniente
de navío César Arca, se elevaron llevando cuatro bombas con cola de retardo y
190 proyectiles de 20mm cada uno. Los seguían, a seis minutos de distancia, los
Tenientes de Navío Benito Rotolo, Roberto Sylvester y Carlos Lecour. Era un
ataque masivo.
Alberto Philippi y José César Arca. Ambos, junto
con Marcelo Márquez, integraban 1ª sección de la 3a Escuadrilla Aeronaval de
Caza y Ataque
La voz del operador del radar rompió el silencio en
la radio del líder. Advirtió: “Una PAC (Patrulla Aérea de Combate) de cuatro
Sea Harrier protegen a las unidades de superficie. En caso de no hallar el
blanco deben dirigirse a San Carlos para atacar los barcos allí apostados”.
Sobre las islas, Philippi balanceó las alas de su
avión para avisarle a sus compañeros que había llegado la hora de descender en
vuelo rasante para evitar los radares. Casi tocando el agua, con un techo de
nubes plomo apretadas contra el mar, el piloto evaluó, en un segundo que
pareció eterno, si seguir o regresar. Las condiciones climáticas eran pésimas,
las fragatas captaban con su radar un blanco a cinco millas y los pilotos
argentinos sólo tenían visibilidad a cuatro millas, desde los destructores
lanzaban misiles Sea Cat y los aviones Harrier amenazaban con una dura batalla
aérea. "Sigo", se dijo. Y muy cerca de Punta Federal ordenó: “¡Vamos
a atacar! ¡Viva la Patria!”
El Capitán inglés Alan West estaba sobre el puente
de mando en la Ardent cuando vio venir a los pilotos argentinos.
"¡Cúbranse!", les gritó a sus hombres. Y se lanzó cuerpo a tierra.
Cuatro bombas impactaron y destrozaron el comedor, las comunicaciones, el
comando.
Philippi se puso en fuga. Arca, que lo seguía de
cerca, trató de esquivar las esquirlas de la bomba de su compañero. No pudo. Al
atravesar la columna de fuego sintió un tremendo golpe en la cola del avión.
Atrás suyo, Márquez también había lanzado sus bombas.
Juntos iniciaron el escape. Quince segundos después
Márquez dio la alerta: dos cazas británicos los estaban atacando.
-¡Harrier, Harrier, enemigos a la izquierda!
Fue lo último que dijo. El Teniente inglés Clive
Morell accionó sus cañones y el avión de Márquez se convirtió en una bola de
fuego.
Marcelo Gustavo Márquez murió combatiendo con un
Sea Harrier luego de descargar sus bombas sobre la fragata Ardent
Philippi no tuvo tiempo de lamentar la muerte de su
compañero. El Teniente inglés John Leeming había lanzado un Sidewinder. El
misil impactó en la cola. El avión se estremeció y su nariz miró al cielo. El
piloto argentino alcanzó a ver al caza británico que se acercaba veloz para
derribarlo definitivamente.
Fueron sólo segundos donde la certeza del final y
de la muerte lo abrazaron. Con la calma que precede a una gran tormenta,
informó desde la radio:
-Fui impactado, estoy cayendo, estoy bien.
Y accionó la palanca para eyectar su asiento. El
avión llevaba una velocidad de 900 kilómetros por hora. Al salir despedido,
Philippi se desmayó. Cayó en una granja donde pasó la noche. Al día siguiente
caminó hasta encontrar las líneas argentinas.
El aviador inglés Morell siguió el combate. Lanzó
un misil contra el caza de Arca pero no logró derribarlo. Al girar, para salir
de la línea de fuego, el piloto de la Armada se encontró con otro Harrier que
estaba disparando sus cañones. Los proyectiles le dieron de lleno. Todas las
luces de alarma del tablero se encendieron. Cuando se preparaba para el ataque
final, porque sabía que ya no tenía resto, sorprendido vio que los Sea Harrier
abandonaban la lucha: se habían quedado sin combustible.
Un Mirage en plena batalla aérea. Se planearon 505
salidas de combate, de las cuales se cumplieron 445. De esa cifra, 272 misiones
llegaron a su objetivo. Se perdieron 70 aviones. Murieron 41 aviadores
Arca tenía seis impactos en el ala izquierda y
cuatro en la derecha. No podía regresar al continente. Bajó la velocidad, se alejó
de Pradera del Ganso para evitar las baterías antiaéreas argentinas y se
propuso salvar su nave: buscó aterrizar en el aeropuerto de Puerto Argentino.
Tres veces desde la torre de control le ordenaron
que se eyectara. Se negó. "Baje tren de aterrizaje", le llegó la voz
de un oficial de la Fuerza Aérea. Lo hizo. Y entonces recibió la orden final:
"La rueda izquierda del avión está trabada, aborte aterrizaje, eyéctese
ahora". Tuvo que obedecer.
Accionó la palanca, salió disparado y el avión
comenzó a volar como conducido por un piloto enloquecido. Vio que su A-4Q había
girado en el aire y se acercaba para impactarlo. Era el final. Rezó mientras
caía en espiral. Pidió un milagro. Inexplicablemente, la nave viró cuando
estaba a escasos metros. Arca cayó en las heladas aguas de Puerto Groussac. Lo
rescataron extenuado y casi congelado media hora después.
El mapa del HMS Enterprise muestra el lugar donde
el sonar encontró los restos de los tres buques de la Armada Real
Por la radio, la escuadrilla del Teniente Rotolo, que
volaba hacia el blanco, escuchó la feroz batalla aérea. Supo que al llegar
sobre los buques de la armada inglesa tendría el camino despejado: los aviones
enemigos ya no estaban en condiciones de combatir.
Junto a sus compañeros de formación se preparó para
descargar sus 2000 libras de explosivos sobre la Ardent. Elevó su caza a 60
metros, la altura mínima que daba tiempo para que las espoletas de las bombas
se pudieran armar una vez lanzadas. "Me pareció que estaba tan alto que
lancé las bombas e invertí el avión para bajar, algo que uno hace normalmente a
10000 pies. Por suerte pude recuperar el caza a ras del agua", relató el Capitán
de Navío luego del ataque.
La bomba de Lecour explotó en las entrañas del
buque muy cerca de los depósitos de combustible. Syvester lanzó sus cargas y
terminó de dañar la cubierta. Habían sellado la suerte de la fragata inglesa.
La Ardent hundida en las aguas del Estrecho de San
Carlos. Una boya marca el lugar del naufragio
La Ardent se convirtió en un infierno. Los marinos
británicos intentaron vanamente controlar el fuego. Había que abandonar la
nave. El comandante West, con lágrimas en los ojos, fue el último en hacerlo.
La fragata lanzó sus anclas en Grantham Sound. Sin
posibilidad de salvarla, los militares ingleses la dejaron arder durante toda
la noche. Veintidós hombres murieron en ese ataque. Más de 30 sufrieron heridas
de gravedad. Se hundió a las 04:30 de la madrugada del 22 de mayo de 1982.
El lugar del naufragio, donde el sonar descubre su
silueta sobre el lecho marino, está preservado bajo la Ley de Protección de
Naufragios de las Islas Malvinas. Una boya marca el sitio exacto del siniestro.
En la noche del 23-24 de mayo un militar británico
intentó desactivar las bombas argentinas que no habían explotado en la
Antelope. Pero una estalló y alcanzó el compartimento de almacenamiento de los
misiles
La tercer y última imagen que los tripulantes del
HMS Enterprise ven en las pantallas muestra a la HMS Antelope convertida en una
estatua de sal recostada en las profundidades marinas.
El ataque argentino que condenó al naufragio a la
fragata tipo 21 de la Royal Navy tuvo varios contratiempos. Finalmente, al
mediodía del 23 de mayo, comandados por el Capitán Carballo, volaron hacia las
islas el Primer Teniente Rinke, el Primer Teniente Luciano Guadagnini y el
Alférez Hugo Gómez.
Los A-4B se dirigieron en vuelo rasante sobre la
isla hacia los destructores que estaban en la cabeza de playa del Puerto San
Carlos. Los ingleses divisaron a los cazas y lanzaron sus misiles. Un Rapier
estalló debajo del avión de Carballo que volaba a 10 metros del suelo de
Malvinas. Una gigantesca nube de polvo, tierra y rocas envolvió al piloto. La
fuerza de la explosión hizo que el caza quedara con su panza mirando al cielo,
invertido. "Tengo que eyectarme", pensó Carballo. Pero hizo un último
esfuerzo para que la nave no se estrellara. Forzó los comandos, sacó al A-4B de
la línea de fuego, y pudo regresar al continente en medio de los misiles que le
disparaban desde Pradera del Ganso.
La impresionante imagen de los minutos finales de
la Antelope
Rinke venía detrás. No había podido separar su
avión con los 20 segundos necesarios para no recibir las esquirlas de la bomba
de su líder. Se metió de lleno en la turbulencia de tierra y piedras ocasionada
por la explosión. Cuando salió tenía delante de sus ojos una enorme fragata
inglesa. Largó su bomba MK-17 y emprendió la huida. El artefacto pegó en la
popa del barco, pero no explotó.
El ataque que siguió fue el de Gómez, que dejó caer
su bomba de 500 kilos que tampoco estalló.
El Primer Teniente Luciano Guadagnini murió durante
el ataque a la Antelope. Un misil impactó en su avión y la explosión lo
desintegró
Guadagnini cerró la embestida, y desprendió su
carga sobre la Antelope. Un segundo después, sintió que un misil le había pegado
en su ala derecha. El avión, descontrolado, amagó con estrellarse en el agua.
El Primer Teniente logró enderezarlo, pero no pudo salvarse: su caza golpeó con
violencia contra una de las antenas del destructor inglés y estalló. Los
fragmentos del A-4B cayeron en las aguas del Estrecho.
En un mar calmo, tan lejos de aquella dramática
batalla, los marinos ingleses del Enterprise rememoran los detalles del
naufragio y homenajean a los tripulantes caídos durante el ataque.
Saben que, en la noche del 23 al 24 de mayo, el Sargento
James Pescott trabajó incansablemente para desactivar las bombas argentinas que
habían penetrado la fragata. Pero una explotó y alcanzó el compartimento donde
se guardaban los Sea Cat. Como un show de trágicos fuegos artificiales, los
misiles iluminaron el negro cielo de Malvinas. La foto de la fragata en medio
de las llamas se transformó en una de las más icónicas de la guerra.
La Antelope se partió en dos como una nuez y se
hundió en la Bahía Ajax.
La Antelope se partió en dos como una nuez. Hoy sus
restos están marcados por una boya
Desde el Enterprise arrojaran al mar una ofrenda
para honrar a sus muertos. Saben que los cascos hundidos de aquellos
destructores son también las tumbas de los que combatieron. Por eso, desde
1986, Gran Bretaña instituyó una ley que protege los lugares de naufragio.
Cualquier persona que retire o modifique los restos de un siniestro militar
será procesada, a los convictos les serán requisados sus equipos de buceo y
deberán pagar multas altísimas.
Los barcos fantasmas descansan desde hace 35 años
sin que nadie altere su lecho de muerte. Sólo en el otoño de 1982, pocos meses
después de la guerra, 39 integrantes de la Marina Real se sumergieron a 91
metros de profundidad para recobrar material sensible y documentos de la
fragata Coventry.
La imagen de la Antelope muestra los restos de la
fragata que se llevó la vida de 19 hombres
Clive Gale, buceador naval que participó en aquella
búsqueda, recordó: "El barco se hundió en sólo 20 minutos y con él se
llevó documentos que eran de importancia para la seguridad del Reino Unido.
Pero éramos conscientes de que estábamos buceando en el lugar donde 19 hombres
encontraron su descanso eterno. Respetamos a los marinos que yacen allí junto a
su barco".
Durante la guerra de Malvinas 8 buques de la Armada
Real británica fueron hundidos o destruidos, 8 quedaron fuera de combate, 5
casi inactivos y 10 averiados.
Las figuras espectrales de tres de ellos están
impresas en la pantalla del sonar del HMS Enterprise. Sus restos son tumbas de
guerra. Y las hazañas de aquellos pilotos que hace 35 años sorprendieron al
mundo resurgen desde el fondo de la Historia.
¿Qué tuvieron ustedes para animarse a tanto?, se le
preguntó al Capitán Carballo años después de las batallas. Su respuesta:
"Un avión viejo y un corazón argentino".
Fuente: https://www.infobae.com
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