Por Gustavo Córdoba
El Brigadier Ernesto Crespo, quinto desde la
derecha, cuando era un joven piloto del caza Calquín en su Mendoza natal.
Entonces no intuía el desafío que enfrentaría muchos años después al mando del
comando de la Fuerza Aérea Sur durante el conflicto de Malvinas.
El memorable desempeño de los pilotos argentinos
durante el Conflicto del Atlántico Sur debe gran parte de su éxito a la
estrategia aérea planeada desde el continente por un hombre de bajo perfil, más
tarde elegido por su compromiso democrático como Jefe de la Fuerza Aérea por
Raúl Alfonsín. Aquel veterano de la Guerra de Malvinas, un mendocino parco
inmune a los elogios, fue el Brigadier Ernesto Crespo, fallecido hace un mes a
los 89 años.
Crespo fue el "silencioso" estratega al
mando del Comando de la Fuerza Aérea Sur (FAS). Aquel legendario grupo de
intrépidos pilotos de cazabombarderos a bordo de A4, MIII, MV Dagger y Camberra
MK62 que operaron misiones suicidas desde la base de Comodoro Rivadavia. En
ominosos vuelos rasantes, los pilotos hundieron a los buques de la Royal Navy
HMS Ardent, Antelope, Coventry, Sir Galahad, produjeron averías en otras 11
naves e inutilizaron a otros 9 más. Esa herida que el orgullo británico llevó
durante mucho tiempo su nombre.
Las bombas que lanzaban los pilotos de la FAS sobre
los objetivos navales
Crespo lideró a los pilotos argentinos para que
doblegaran a los buques enemigos e impidieran en un primer momento desembarcar
en Malvinas. La corta pista del aeropuerto en Puerto Argentino restringía la
operatoria de los cazabombarderos. Por eso se priorizó el ataque a los
objetivos navales desde el continente y más tarde a los objetivos terrestres en
febriles vuelos con un margen de 3 o 4 minutos para el ataque. El tiempo
apremiaba y había que regresar a tierra con el último hálito de combustible.
Esta es la historia "secreta"
Era el 14 junio de 1982 cuando el Reino Unido
despachó las actas de capitulación. El original estaba escrito en inglés, había
una copia en español y cualquier modificación en los términos de la rendición
debía ser supervisada en 10 Downing Street.
Aquel día el Brigadier Ernesto Crespo se encontraba
en su puesto comando en Comodoro Rivadavia cuando recibió una llamada desde las
islas Malvinas. Un integrante de la Fuerza Aérea Argentina le comunicó que los
británicos exigían su rendición y que lo habían incluido en el acta de
capitulación.
Antes de cortar intempestivamente el teléfono,
Crespo fue claro: “De ninguna manera nos vamos a rendir. Seguiremos atacando.
Cargo ya con el peso de haber mandado a combatir a mucha gente. No puedo decir,
así como así "me rindo".
A los pocos minutos el teléfono volvió a sonar.
“Señor, los ingleses han cambiado de opinión y le
piden su palabra de honor de que usted no va a atacar más”.
Pilotos de MV Dagger en la sala de reunión de la
base antes de emprender las misiones aéreas
Crespo analizó el escenario con su Estado Mayor: el
componente militar argentino en Malvinas se había rendido, entregado su
armamento y todo elemento de interés para el enemigo. Continuar el combate, con
el costo de vidas humanas, resultaba estéril.
Con dolor, accedió y dio su palabra de honor de que
no atacaría. Aquella promesa verbal fue la única palabra de honor que se dio
para cesar las hostilidades.
El Almirante Sandy Woodward al mando de la Task
Force durante el desembarco tenía la orden neutralizar a la Fuerza Aérea.
Incluso si eso obligaba a bombardear las bases continentales.
El Brigadier Ernesto Crespo falleció hace un mes, a
los 89 años
Fue la Guerra de Malvinas la que forjó la reputación
de prestigio de la FAA ante el mundo. Muchas potencias implementaron profundos
cambios, reescribiendo sus manuales de doctrina, estrategia y táctica militar
al estudiar la actuación de la aviación argentina.
El A4C, con el armamento colocado, a la espera del
despegue rumbo hacia la zona del conflicto en 1982
Sólo es posible dimensionar el papel que cumplieron
los aviadores al contraponer los resultados obtenidos con las dificultades que
enfrentaron en la etapa de alistamiento y adiestramiento de la fuerza de ataque
además de las desventajas afrontadas durante las hostilidades por las carencias
tecnológicas, técnicas y materiales ante la superioridad del enemigo.
Esa asimetría sólo pudo ser subsanada con esfuerzo,
ingenio y creatividad. Y se reflejó en el espíritu y valor que demostraron los
pilotos y tripulantes que atacaron a los buques de superficie de la flota británica:
en 44 días se le infligió a la Royal Nayy un daño superior en proporción a
cualquier daño infligido a las Armadas que intervinieron en la II Guerra
Mundial.
La flota británica sufrió la pérdida de 7 barcos de
guerra, otros 5 quedaron fuera de combate y 12 resultaron con averías de
consideración. En total, sobre 42 naves, 24 fueron hundidas o dañadas; es
decir, más de la mitad de las que llegaron para combatir al Teatro de
Operaciones del Atlántico sur (TOAS).
Todo esto hizo retroceder a la Task Force
causándole severos daños y obligando a los británicos a alejarse de las islas y
pedir refuerzos.
Armeros de A4 bautizaban las bombas MK17, de 1000
libras, destinadas a la flota británica
Crespo había dicho en su momento: "Si alguien
creyó que la frase “Defender la Patria hasta perder la vida” era sólo una
declaración, esta es la hora de la verdad".
Su juramento era de sangre, estaba basado en su
formación y en su compromiso de honrar a la Patria. El jefe de las FAS sostenía que debía
combatir "hasta el último hombre, incluso quien les habla". Ese
ideario involucraba además un fuerte sentido de responsabilidad y compromiso
hacia los hombres y mujeres que se desempeñaban bajo sus órdenes. Son incontables
los testimonios que encomiaron su guía y su apoyo tanto en lo técnico y
logístico como en lo moral y espiritual.
En misiones con alto riesgo de vida, Crespo no seleccionaba pilotos,
pedía voluntarios. Y siempre los había.
Pilotos, mecánicos, técnicos y soldados del
Escuadrón MV Dagger antes de una de las misiones en Comodoro Rivadavia
A su regreso, aun hasta en los momentos más difíciles
en los que había que lamentar bajas, hubo 37 pilotos fallecidos, bajaba a la
pista para conocer las condiciones en que encontraban sus subalternos e los
consolaba ante las pérdidas humanas.
Había dado su palabra de que no iba a abandonar a
nadie de la Fuerza Aérea bajo ninguna circunstancia, palabra que cumplió hasta
el final. Incluso en los años posteriores al conflicto, acompañando a las
viudas y familiares de los caídos en combate, haciendo previsiones para que no
les faltara nada, para que sus hijos pudieran educarse y tuvieran dónde vivir.
¿Qué atributos y cualidades poseía Crespo que
llevaron a sus hombres a seguir combatiendo sin dudarlo hasta el final, aun
sabiendo que las posibilidades de lograr una victoria militar eran ínfimas?
Ernesto Horacio Crespo (1929-2019) egresó como
aviador de la Escuela de Aviación Militar en 1952. Quienes lo conocieron lo
recuerdan como una persona recta, estricta y de extrema dedicación al trabajo.
De carácter pragmático, templado y a la vez firme para tomar decisiones, era un
planificador meticuloso que respetaba y escuchaba al profesional en su trabajo.
Incorporaba aportes ajenos, si estos contribuían, y sabía delegar
responsabilidades. Sus subalternos lo recuerdan como un líder justo y
accesible. Su reconocido estilo de
ayudaron a consagrarlo, tras su actuación en las FAS, como Jefe de Estado Mayor
General de la FAA.
El llamado a la guerra
El 1° de abril de 1982, mientras se desempeñaba
como Jefe de la IV Brigada Aérea de Mendoza, recibió la orden de presentarse de
urgencia en Buenos Aires con el preaviso de que debería permanecer fuera de su
destino por un largo tiempo. A su arribo en el edificio Cóndor le informaron
que una Fuerza de Tareas Anfibias argentinas había desembarcado en Puerto
Argentino.
Se lo nombró entonces Comandante del Componente
Aéreo del Teatro de Operaciones del Atlántico Sur (TOAS): debía implementar
todas las bases de operaciones y de despliegue establecidas por el Comando Aéreo
Estratégico (CAE) en la Patagonia, además de recibir el material y el personal
necesario.
Le habían asegurado, en un principio, que, si se
desataba la guerra, él estaba convencido de ello, la FAA no tendría que
combatir porque no era su responsabilidad primaria.
Según la Resolución Nº 01/69, el Ejército sería
responsable del teatro terrestre, la Armada del marítimo y la FAA del espacio
aéreo hasta las 12 millas de la costa. No deberían volar sobre el mar, salvo
para realizar tareas de exploración lejana. En consecuencia, la Fuerza Aérea no
debía adiestrarse, adquirir armamento, o aeronaves para combatir en el mar.
Así, a pesar de haber volado intensamente por
varios años, para los pilotos de la FAA el perfil de un barco en el mar era una
incógnita: no sabían cómo estaban pintados, que largo tenían, con cuántos
aviones se podía atacar, cómo influían en el océano la lluvia o la niebla. Con
poco tiempo por delante, el Jefe de la FAS se puso de inmediato a organizar y
preparar la nueva fuerza de ataque.
El Mayor Piuma les relata a sus compañeros el
combate aéreo frente a un Harrier y su posterior eyección. Tiene los ojos con
hematomas producto de la eyección a alta velocidad
La Armada proveyó un destructor con modernas
baterías de proyectiles antiaéreos y sistemas de radar similares a los de las
naves de la flota británica para que los Mirage III, los M-V Daggers y los
Douglas A-4 Skyhawk de la FAA pudieran realizar ejercicios de adiestramiento.
La tarea consistía en simulacros de bombardeo
contra el destructor mientras que este fingía una defensa a base de misiles y
efectuaban maniobras evasivas. Los resultados no fueron alentadores: a los
pilotos se les dificultaba hallar a la flota nacional, a pesar de haberse
establecido de antemano las coordenadas, ubicación y frecuencias a utilizar.
Ante el golpe psicológico que todo produjo, se trabajó para revertir la
situación anímica y generar la confianza necesaria para que los pilotos
pudieran hacer frente a los desafíos impuestos en cada misión.
Los pilotos de MV antes de salir al combate en el
Atlántico Sur
El Brigadier Crespo, también, planificó y ejecutó
las tareas de apoyo logístico a las tropas destacadas en Malvinas, situación
que analizó desde el punto de vista aéreo para que los pilotos pudieran divisar
a las naves enemigas. Así fue como seleccionó tres posiciones: San Carlos,
Darwin y Bahía Agradable.
Consultados los asesores de la Armada en el Comando
de la FAS, concluyeron que era imposible que sucediera un desembarco allí o que
la flota utilizara esos lugares, ya que eran aguas poco profundas y pedregosas.
No obstante, el Estado Mayor se quedó con aquellos lugares.
Se confeccionaron las órdenes fragmentarias (OF)
para los tres lugares, para que las unidades cumplieran determinadas misiones.
Las OF fueron entregadas a las unidades a mediados de abril, de manera que los
pilotos practicaran durante sus vuelos de reconocimiento sobre aquellos lugares
que desde el punto de vista aéreo se presumía iban ser utilizados. Tiempo
después se revelaría que los británicos habían determinado, a priori, una veintena
de posiciones posibles de desembarco, quedándose luego con dieciocho y
seleccionando por último tres: San Carlos, Darwin y Bahía Agradable.
Uno de los Pucará IA 58 en la base de San Julián
Antes de intervenir en el conflicto, el Brigadier
Crespo y su Estado Mayor tuvieron que hacer frente a innumerables problemas:
- La FAA tenía sólo dos aviones nodriza (KC-130s) para abastecer a todo el componente aéreo y aeronaval, por lo que la fuerza de ataque se vio limitada a realizar pequeños vuelos, generalmente de cuatro aviones a la vez, para los reabastecimientos requeridos.
- Los Mirage III y los M-V Dagger no estaban preparados para el reabastecimiento aéreo, lo que redujo dramáticamente su capacidad de ataque al momento de brindar cobertura de combate. La falta de autonomía de los aviones limitaba su permanencia sobre los objetivos a 5 minutos; además los aviones Mirage III y los Dagger se encontraban impedidos de utilizar su velocidad supersónica (Mach-2), dado que con tanto consumo de combustible no les alcanzaría para regresar a base, lo que hubiera resultado de gran ventaja contra los Harrier subsónicos británicos.
- La carencia de observación de largo alcance era otra de las dificultades. Mientras que la eficacia de los ataques estuvo considerablemente disminuida por la cantidad de bombas que hicieron impacto y no explotaron, debido a que las bombas disponibles no tenían su tren de fuego preparado para blancos navales, ni para la forma de ataque empleada, única posibilidad que permitía lanzar las armas propias con alguna probabilidad de supervivencia ante las modernas armas antiaéreas enemigas.
- Los aviones de la FAA contaban en general con una aviónica anticuada para la navegación de larga distancia, pero, en abril de 1982, solamente una tercera parte de los aviones habían sido modificados. En tanto, la longitud de la pista de aterrizaje en el aeropuerto de Puerto Argentino, única pista de superficie dura, era bastante corta y sólo apta para aviones de transporte como los C-130, con capacidad para realizar aterrizajes y despegues cortos. Así, la totalidad del esfuerzo logístico y de refuerzo dependía de este aeropuerto.
Uno de los técnicos asegura las bombas de los
cazabombarderos
Después del 1° de mayo, cuando la Fuerza Aérea ya
había entrado en el conflicto, Crespo ordenó evitar los ataques a gran altura y
exhortó a los pilotos a utilizar la táctica de atacar en vuelo rasante, dado
que esto les permitía aprovechar una de las debilidades más notables de parte
de los británicos: la carencia de un sistema de alerta aérea temprana de largo
alcance que pudiese identificar los aviones del enemigo que se aproximaban a
baja altitud.
Esto resultaba también de gran ayuda cuando los
pilotos argentinos se aproximaban a las naves de la flota británica: los
directores de tiro de las naves no podían detectar si los aviones iban hacia el
ataque, y, si los detectaban, se los confundían con el eco que provenía de
tierra y del mar.
No obstante, esto tenía algo en contra: el CIC
Malvinas, el sistema de vigilancia y control que tenía la FAA montado con el
radar en Malvinas, no podía protegerlos: los pilotos quedaban expuestos a todo
riesgo posible y tenían que pasar literalmente por encima de los barcos, lo que
devino en las pérdidas de vidas humanas y de material aéreo.
La alegría y el recibimiento en la base San Julián
cuando regresaban los pilotos de la FAS
Esas bajas no impidieron que los pilotos de combate
pelearan agresivamente hasta el final, como en la oportunidad en que los A-4
Skyhawk del Grupo 5 y los bombarderos Canberra desde Trelew intentaron volar
misiones de apoyo de fuego aéreo cercano para el Ejército Argentino, cuando la
resistencia en tierra se derrumbaba en Puerto Argentino.
Un Dagger carga combustible en San Julián
El Comando de Transporte también desempeñó un papel
admirable. Durante el mes de abril se movilizaron casi 8000 soldados y 5037
toneladas de equipos, armas, vehículos y abastecimientos.
Aún después de la llegada de la flota británica y
del bloqueo aéreo total, los transportes siguieron volando a Puerto Argentino
por la noche llevando carga y evacuando a los heridos, operaciones que se
realizaban en condiciones de gran riesgo para las fuerzas empleadas en estas
tareas, pero que atendían a las necesidades vitales de los medios desplegados
en Malvinas.
Por su parte, tanto la artillería antiaérea como
los operadores de radar desempeñaron sus trabajos de manera loable a lo largo
de la campaña. Siete aviones británicos, cuatro de ellos aviones de combate,
fueron derribados por las defensas antiaéreas de tierra. Los operadores de
radar en Puerto Argentino fueron el único recurso eficiente para localizar los
aviones y buques británicos. Durante los ataques de los aviones, los operadores
vigilaban los movimientos del enemigo y mantenían informados de la proximidad
de sus aeronaves. Muchas vidas y material aéreo se salvaron gracias a la gran
actuación de quienes operaban el radar estacionado en Puerto Argentino.
Un capítulo aparte merecería la utilización del
improvisado escuadrón Fénix, que empleó aviones ejecutivos a manera de señuelos
para distraer a las Patrullas Aéreas de Combate (PAC) británicas.
Un hangar de la FAS donde se preparaban a las naves
En el balance final, como Jefe de la FAS en el
Conflicto por las Islas Malvinas, el Brigadier Crespo llevó a cabo un
excepcional trabajo con los medios y fuerzas disponibles, sobre todo teniendo
en cuenta que tuvo tres semanas para organizar y entrenar su fuerza de ataque
para la campaña aeronaval, lo que no le impidió luego aprender de sus errores y
realizar los ajustes necesarios para que quienes estaban bajo sus órdenes
tuvieran las mejores posibilidades frente a las desventajas presentadas.
Años después, cuando contaba con el grado de Brigadier
General y se desempeñaba como Jefe del Estado Mayor General (JEMG), Crespo
debería afrontar otro gran conflicto, esta vez de diferente naturaleza, pero en
el que su firmeza y decisión resultarían claves al momento de brindar su apoyo
al presidente Raúl Alfonsín, quien debió aplacar a las fuerzas militares
sublevadas en Campo de Mayo durante la Semana Santa de 1987.
En aquel momento se interpretó que amenazaban la
consolidación de la democracia en la República Argentina. Ahí Crespo demostró
su fuerte compromiso con las instituciones democráticas al acompañar al ex
presidente de la Nación en el helicóptero presidencial para su encuentro con
los sublevados en Campo de Mayo. Crespo le aseguró a Alfonsín que la FAA
actuaría con todo su personal y sus medios en caso de fuera necesario.
Una foto antes de la misión. Nadie sabía si
regresarían con vida
Finalmente, 1989 Crespo pasó retiro. Aunque
continuó participando en el asesoramiento de la superioridad aeronáutica, con
su sabiduría y experiencia sobre los temas de relevancia para el futuro de la
FAA. Siempre con humildad y con respeto, sin pedir nada cambio. Lo empujaba seguir siendo parte de la
institución de la cual estaba orgulloso de pertenecer.
El desempeño de las FAS fue estudiado por las fuerzas
aéreas de muchos países del mundo para aplicar sus técnicas
Fuente: https://www.infobae.com
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