Durante la Noble Gesta de Malvinas la VII Brigada
Aérea también actuó desde el Continente con valentía y profesionalismo tal como
ocurrió con el rescate de las bajas del Aviso ARA Alférez Sobral hace
exactamente 34 años.
El 3 de mayo de 1982 una pequeña embarcación
argentina, que pese a haber sido impactada por devastadores misiles y haber
perdido a su comandante, pudo mantenerse a flote y navegar de regreso al
continente, en contra de todos los pronósticos.
El aviso ARA “Alférez Sobral” es un pequeño buque
destinado a misiones de apoyo a la flota de la Armada Argentina que durante los
comienzos de la Guerra de Malvinas se encontraba en la zona de operaciones
realizando misiones de patrulla, rescate y salvamento al noroeste del
archipiélago.
Un bombardero Canberra MK 62 fue derribado por los
Se Harriers de la Royal Navy y su tripulación fue vista eyectándose de su avión
en llamas sobre la Zona de Exclusión británica.
Suponiendo que esos aviadores se hallaban con vida
en medio de las heladas aguas del Atlántico, el aviso “Alférez Sobral” recibió
la orden de dirigirse a la zona de la caída para intentar un rescate. Al mando
de esa unidad se encontraba el Capitán de Corbeta Daniel Gómez Roca, que puso
proa hacia el sector indicado, a pesar de saber que en el mismo podría estar
parte o el grueso de la Task Force.
Las probabilidades de supervivencia de la nave no
eran las mejores, ya que se trataba de un buque construido en 1944, armado con
un cañón de 40 mm y dos de 20 mm y sin la electrónica necesaria para afrontar
un combate con alguna unidad naval o aérea moderna.
El ARA Alférez Sobral llegó a la zona asignada
recién a la noche del 2 de mayo, cuando ya se conocía lo sucedido con el
crucero ARA General Belgrano. El radar del destructor HMS Coventry los había
detectado y había dado la alerta al portaviones HMS Hermes, que despachó un
helicóptero Sea King para verificar la presencia del intruso.
En medio de la oscuridad austral los tripulantes
del Sobral oyeron la aproximación de la aeronave y todos ocuparon sus puestos
de combate, mientras se disponía el cambio de rumbo para abandonar la zona de
peligro.
El Sea King no representaba en sí una amenaza, pero
su alerta hizo que enviaran un par de helicópteros de ataque Sea Linx, armados
con misiles Sea Skua, partieron de los destructores HMS Coventry y Glasgow para
dar caza al Sobral.
A bordo del aviso argentino todos y cada uno de sus
tripulantes se hallaban en sus puestos, esperando el próximo paso del enemigo.
Lamentablemente, la ausencia de un moderno sistema de detección los obligaba a
asumir el combate casi a ciegas.
El primer golpe llegó a eso de las 2 de la mañana,
cuando por estribor se divisaron unas luces similares a unas bengalas: eran los
misiles Sea Skua, uno de los proyectiles impactó contra una de las lanchas de
salvamento, destruyéndola y proyectando una lluvia de esquirlas que hirieron a
parte de la tripulación y dañaron el sistema de comunicaciones de la nave. Otro
misil pasó a pocos metros del puente, provocando que el encargado de uno de los
cañones de 20 mm disparara contra el mismo, creyendo que se trataba de un
avión.
En el breve instante de calma que sobrevino, Gómez
Roca le ordenó a su segundo, el Teniente de Navío Sergio Bazán, que bajara
hasta el puesto de radio para que informara sobre el ataque, mientras disponía
la inversión del rumbo para estabilizar la nave y ofrecer un mejor campo de
tiro para sus pocas armas.
La maniobra y el oleaje imperante en la zona
confundieron a los radares ingleses que vieron desaparecer al buque de sus
pantallas, por lo que asumieron que lo habían hundido. Sin embargo, los
helicópteros siguieron en la zona, ante la posible presencia de otra nave.
Los sensores de los Sea Linx volvieron a detectar
al Sobral unos minutos después y abrieron fuego nuevamente.
Una violenta explosión estremeció al aviso y
destruyó la totalidad del puente, provocando la muerte instantánea del capitán
y de otros siete tripulantes. Bazán se salvó porque el médico lo había detenido
en el camino para revisarle la herida sufrida durante el primer ataque.
De esta forma, el Capitán de Corbeta Sergio Gómez
Roca se convirtió en el primer comandante de nacionalidad argentina de la
Armada en morir en combate.
El cuarto de radio también había sido afectado por
el impacto del Sea Skua, y sólo se pudo rescatar a un sobreviviente, el cabo
Enríquez, gravemente herido.
Bazán logró subir hasta el puente y descubrió una
imagen desoladora: “No había nadie. Todo estaba destruido. En un sector vi
fuego, sólo fuego. Entonces me di cuenta que todos los que estaban en ese lugar
estaban muertos”.
Las muertes no eran el único problema del buque, ya
que el mismo se había quedado sin gobierno y el incendio generado por el
incendio amenazaba con expandirse por toda la superestructura.
No hubo tiempo para echarse a llorar por los
caídos, Bazán asumió el mando de ese despojo flotante y los equipos de control
de daños entablaron un duro combate contra las llamas, mientras el personal de
máquinas logró restablecer precariamente un sistema de gobierno.
Una vez que el fuego pareció estar dominado surgió
un nuevo problema: La explosión había destruido todo el instrumental de
navegación, tan vital para orientarse en alta mar y tan necesaria para regresar
al continente.
Los sobrevivientes se las tuvieron que ingeniar
para resolver ese problema recurriendo a los conocimientos básicos de la
marinería, tomando en cuenta la dirección de las olas, que antes del segundo
ataque venían del norte. Para calcular la velocidad, los maquinistas se basaban
en las vueltas que daba el eje de la hélice.
Precisamente hacia el norte se dirigió el Sobral
con sus 52 tripulantes vivos, que esperaban la llegada del golpe final de los
británicos que nunca llegó. Después de navegar durante un día con ese rumbo,
Bazán ordenó desviarse hacia el oeste, en dirección al continente.
De entre los restos del puente se pudo rescatar la
rosa del compás magnético, inexplicablemente intacta, que fue colocada en la
proa entre las dos cadenas de las anclas y que junto a dos brújulas de
infantería de marina se convirtió en el improvisado instrumental que los
guiaría a su destino.
En ese momento tan difícil y en medio de constantes
rebrotes de los incendios a bordo, como el palo mayor había sido derribado por
el ataque, los marinos izaron la bandera de guerra en la pluma y formaron
frente a ella, rindiendo honores a los caídos y a la insignia nacional, en un
acto de despedida.
La Fuerza Aérea al rescate
De esta forma, el barco comenzó a aproximarse a la
Argentina continental, Se ordenó la búsqueda y rescate que involucraba a
aeronaves de la Armada y la Fuerza Aérea, además de embarcaciones civiles.
El 4 de mayo, el Primer Teniente de la Fuerza Aérea
Miguel Lucero, a los mandos de un helicóptero Bell 212, partió de una base en
Comodoro Rivadavia para participar en las tareas de búsqueda del aviso ARA
Alférez Sobral, que había sido declarado como desaparecido por la Armada, en la
creencia de que el mismo sólo tenía fallas en su sistema de comunicación.
Aviones de ala fija, con mayor autonomía que el
helicóptero, extendían su área de exploración en busca del Sobral, pero con
resultados negativos, debido a las condiciones climáticas adversas. Por ese
motivo se les ordenó regresar a base.
Mientras tanto, a bordo del aviso comenzaron a
surgir dudas sobre la exactitud de la navegación, temiendo que el barco se
encuentrara en una posición muy diferente de la calculada. Para colmo, se
generaron nuevos incendios entre las ruinas del puente, obligando a los
agotados tripulantes a seguir luchando para que las llamas no terminen de
devastar la frágil embarcación.
El 5 de mayo, Lucero y su equipo despegaron de
Puerto Deseado a las 08:30 de la mañana y se dirigieron hacia el sur. Después
de una hora se cruzaron con el buque Cabo San Antonio de la Armada Argentina y
con algunos pesqueros.
Otra aeronave la Fuerza Aérea, un Fokker F-27,
había detectado una embarcación que no respondía a los mensajes radiales, por
lo que comunicó la novedad al continente.
El helicóptero de Lucero se dirigió hacia el lugar
indicado por el F-27, que se encontraba como a una hora y media de vuelo.
Pasado ese tiempo, el aviador pudo ver medio de la bruma un pequeño punto
perdido en el mar que navegaba a la deriva.
Era cerca del mediodía cuando los cansados ojos de
los sobrevivientes del Sobral vieron aparecer a lo lejos un helicóptero que se
aproximaba a ellos. De inmediato partieron dos bengalas que fueron avistadas
por Lucero, que aceleró en dirección al buque.
A medida que el helicóptero se acercaba, sus
tripulantes pudieron ver la cubierta superior arrasada del aviso, y recién
tomaron conciencia de lo que había sucedido. "Desde arriba pude observar
la alegría de la tripulación. Empezaron a revolear las mantas, a saludarnos y a
abrazarse entre ellos”, recordaba el Suboficial Auxiliar Horacio Raúl Deseta,
un paracaidista de rescate de la FAA que participó de ese encuentro.
Deseta fue el primero descender sobre el Sobral,
suspendido del cable de la grúa del helicóptero que permanecía en vuelo
estacionario a doce o quince metros de altura. La operación no era nada
sencilla, ya que había muchos cables y antenas esparcidas por la cubierta del
barco. Deseta hizo señas a sus compañeros para que lo depositaran en una
pequeña área sobre la popa.
Cuando el rescatista fue depositado en ese lugar,
los marinos se acercaron para ayudarlo a sacarse el arnés y abrazarlo con
lágrimas en los ojos. Pero no había tiempo que perder, Deseta le preguntó a
Bazán por los heridos, y éste le señaló que el más grave era el Cabo Primero
Enríquez, por lo que debía ser rescatado en primer lugar.
Deseta pidió al helicóptero que le envíen una
camilla para la evacuación, pero surgió otro problema: fuertes ráfagas de
viento azotaban la cubierta y hacían imposible el ascenso del herido.
Valiéndose de unas cuerdas, Deseta improvisó un arnés de izado para la camilla,
donde ya se había colocado a Enríquez.
De esta forma se lo pudo subir al helicóptero, y
luego se hizo lo mismo con otros dos lesionados, siendo todos trasladados al
hospital de Puerto Deseado. Deseta se quedaría con los heridos menos graves,
los muertos y el resto de la tripulación del Sobral.
Más tarde se completaría el traslado de los
lesionados y los cadáveres al ARA Cabo San Antonio, un buque de desembarco de
tanques de la Armada que se encontraba en la zona y que también remolcaría al
Sobral hasta Puerto Deseado, donde llegaría durante la tarde de ese día, con
toda su tripulación formada sobre la cubierta y con la bandera ondeando
desafiante en su improvisado mástil.
El ARA Alférez Sobral, sería reconstruido en las
instalaciones de la Armada en Puerto Belgrano y volvería a prestar servicios en
el Atlántico Sur.
Créditos del texto y pintura alusiva al VGM Don
Exequiel Martínez.
Nota de redacción: la tripulación completa del Bell
212 (H-88), indicativo Liebre estaba constituida por el Teniente Miguel Lucero,
Teniente Jorge Bachidu, Suboficial Auxiliar Horacio Deseta (Fallecido), Cabo 1°
Alejandro Buffarini y Cabo 1° Jorge Martelotto.
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